Un filme en exceso convencional para estar en competición en el Festival de Cannes, que no está «ni a favor ni en contra» y que llega tras un largo y polémico debate en Francia sobre la prohibición de la eutanasia.

Por Alicia García de Francisco

Cannes (Francia), 8 jul (EFE).- François Ozon llevó hoy a la competición de Cannes una película que reabre un debate complicado en Francia y en muchos otros países, el de la eutanasia, aunque el realizador insistió en una rueda de prensa en que con Tout s’est bien passé no quiere lanzar un mensaje político.

«No tenía ideas preconcebidas» sobre la eutanasia, explicó Ozon, que ha querido plantear preguntas más que responderlas, y hacer que el espectador se encuentre en la posición de pensar qué haría en una situación similar.

«Contando esta historia nos hemos dado cuenta de lo difícil que debe ser organizar una cosa ilegal porque en Francia no se permite la eutanasia (…). El Estado no se hace cargo y son los hijos los que deben hacerlo».

Un filme en exceso convencional para estar en competición en el Festival de Cannes, que no está «ni a favor ni en contra» y que llega tras un largo y polémico debate en Francia sobre la prohibición de la eutanasia, especialmente después de que la cantante Françoise Hardy hablara públicamente de su deseo de morir cuando su cáncer de faringe se agrave.

«Es una historia muy personal y cada uno se ve confrontado a cuestiones personales sobre la vida», dijo Ozon, que agregó: «No quiero lanzar un mensaje político, sino que el espectador se enfrente a saber qué haría en esa situación».

El cineasta aseguró que lo que le interesaba era «la relación de intimidad entre los personajes», especialmente porque cuenta una historia real, la del padre de Emmanuèle Bernheim, guionista con la que colaboró en varias ocasiones y a quien realiza un particular homenaje con este filme.

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La idea, aseguró el cineasta, era «hacer esta historia del lado de la vida porque André amaba tanto la vida que por eso quería morir».

André Dussollier interpreta de forma muy ajustada a André Bernheim y Sophie Marceau, también excelente en su papel, a su hija Emmanuèle, en una adaptación que Ozon decidió hacer tras el fallecimiento de la guionista, en 2017.

«Emmanuèle era una buena amiga mía y cuando publicó el libro (en 2013) me pidió adaptarlo pero no me veía capaz», señaló Ozon. Incluso hubo un proyecto de realizar un filme con la escritora interpretándose a sí misma, pero su fallecimiento lo impidió.

Fue entonces cuando Ozon releyó el libro, que interpretó de forma diferente y entendió mejor porque había vivido duelos en su vida personal. «Pensé que era el momento».

E inmediatamente pensó en una actriz con la que nunca había trabajado y que había rechazado varias veces papeles que le había ofrecido, Sophie Marceau.

Le envió el libro, que leyó el mismo día, y aceptó el papel, así que Ozon escribió el guión con ella en la cabeza.

«Es un papel magnífico, acompañado de verdad» porque el personaje existió y cuenta una historia muy íntima, señaló Marceau, para quien lo más interesante es que Emmanuèle Bernheim fue una persona que acompañó a su padre aunque su relación no fuera la mejor.

Tout s’est bien passé cuenta cómo André, tras sufrir un infarto cerebral, decide acabar con su vida. Pero como en Francia la eutanasia es ilegal, pide ayuda a su hija Emmanuèle para que busque dónde poder hacerlo.

«Emmanuèle estaba siempre a favor de la vida. Era una paradoja que su propio padre le pidiera ayuda para morir», destacó Marceau, que aseguró que para ella la película es sobre el amor, sobre el dolor y sobre la belleza que hay en ese dolor.

Dussollier se preparó para interpretar a André Bernheim viendo el vídeo que su hija le grabó en el que expresaba su deseo de acabar con su vida y a través de documentales sobre personas que tenían el mismo deseo.

Con el guión comenzó a añadir su experiencia, «lo que imaginas y lo que sentirías en una situación así», aunque reconoció que es un papel muy alejado de su personalidad, lo que le hacía «apasionante» de interpretar.

André Bernheim era un coleccionista de arte casado con una escultora (Charlotte Rampling en el filme), que era abiertamente bisexual y llevó siempre una vida homosexual paralela a su matrimonio, que impuso a su mujer e hijas, una situación que estas siempre reprocharon a su madre.

«Todo eso forma parte del encanto francés», afirmó con una media sonrisa el realizador.