Diego Petersen Farah
04/06/2021 - 12:02 am
Regreso a la realidad
El sistema de salud era un reto y lo será más en la medida que vaya bajando la preocupación, y excusa, de la COVID.
El domingo en la noche, el lunes a más tardar, sabremos la mayoría de los resultados de las elecciones federales y de los estados. Tendremos nuevas autoridades electas, pero los mismos problemas. Ni los rollos ni las promesas de los candidatos ganadores o perdedores cambian un ápice la realidad. La próxima semana tendremos que regresar a los problemas de verdad, dejar de preocuparnos por el color de la playera de los candidatos para avocarnos a los grandes asuntos de este país: violencia, salud y educación.
El Presidente y los gobernadores presumieron a quien quisiera escucharlos que habían logrado bajar los delitos, que las estrategias de seguridad están funcionando. No es cierto: la criminalidad se redujo por la pandemia, hubo menos robos porque había menos gente en la calle, pero no hay un estrategia que nos permita asegurar que en la medida que vayamos regresando a la actividad “normal” ese nivel de criminalidad se mantendrán a la baja, por el contrario, las condiciones económicas postpandemia provocará, muy probablemente, una tendencia al alza. De los asesinatos ni hablar: los gobiernos siguen empeñados en decir que estabilizarlos en el punto más alto de la historia reciente es un logro.
El sistema de salud era un reto y lo será más en la medida que vaya bajando la preocupación, y excusa, de la COVID. La pandemia desvió la atención sobre los problemas de atención y falta de medicamentos pues había otras prioridades. El exceso de mortalidad fue, en el discurso oficial, el daño colateral de una epidemia que afecto al mundo entero. Pero el elefante no ha salido de la sala; quince meses después del inicio de la epidemia el sistema de compras de medicinas no está resuelto y el Insabi opera con estándares por debajo del sistema que sustituyó, el seguro popular.
Pero quizá donde más se va a notar el efecto postpandemia y postelectoral es en la educación. Si ya era desigual entre los estados o entre escuelas, ahora lo será entre los compañeros de un mismo salón. Lo que provocó la pandemia fue que los alumnos de mayores capacidades avanzaran incluso más rápido que cuando tenían clases presenciales; el aislamiento les permitió ir a su ritmo, sin el peso del grupo. Por el contrario, los más rezagados, sea por condiciones materiales (falta de un espacio adecuado para estudiar, limitaciones de conectividad o necesidad de incorporarse a la labores familiares) o por condiciones previas de limitación en el aprendizaje, lo estarán más. Lo que era una brecha se convirtió de un abismo y los maestros se enfrentarán a grupos más disímbolos y complejos de manejar. Si a eso agregamos la falta de cumplimiento de expectativas para los grupos de maestros más radicales agrupados en la coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y en la normales rurales (lo que está pasando en Chiapas es sólo la punta de un iceberg de profundas raíces) el panorama es poco alentador.
Vienen retos enormes, no sólo para el Gobierno de López Obrador y su particular manera de enfrentar los problemas más con discurso que con hechos, sino para el país entero.
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