Jorge Alberto Gudiño Hernández
22/05/2021 - 12:05 am
Volver un poquito a clases
Si al principio del confinamiento no sabíamos cuánto duraría, para inicios de este ciclo escolar ya estaba claro que los meses se acumularían fuera de las aulas.
Los argumentos a favor y en contra abundan por doquier. Baste con repasar algunos.
Los estudiantes llevan quince meses sin ir a clases, para todos resulta evidente que tanto su salud mental como su sociabilidad requieren, con urgencia, volver a la escuela. El problema es que, dentro de la misma lógica que las cerró el año pasado, no hay garantías de que no se vayan a disparar los contagios. Por eso se ha decidido vacunar a los maestros este mes, de forma apresurada, para que estén inmunizados. Sin embargo, los profesores son apenas un reducido porcentaje del universo en torno a la escuela. Aunque existen evidencias de otros países que indican que los niños no se enferman de gravedad ni contagian mucho. Pero sus padres sí y, dada la edad promedio de los mismos, es muy probable que no estén vacunados para el 7 de junio. Aunque se han señalado tres filtros importantes para reducir los riesgos (la casa, la escuela y el salón) pero muchas de las instalaciones están en estado deplorable y, además, no es seguro que les hayan hecho las adaptaciones que recomiendan protocolos de otros países en torno al espaciamiento y la ventilación…
Así podríamos seguirnos con la lista de pros y contras. Y no está mal. A fin de cuentas, se deben ponderar argumentos por doquier para tomar una decisión racional que convenga a todos. Yo imagino a un grupo colegiado de científicos e investigadores en diversos temas (desde la psicología infantil hasta la teoría de fluidos) debatiendo las generalidades y haciendo pausas largas en cada caso particular. Evidentemente, no ha sido así. La decisión, a todas luces, es política o, en el mejor de los casos, obedece a un semáforo por demás cuestionable.
Molesta, entonces, la improvisación. A lo largo de quince meses no ha habido un trabajo profundo, orientado a la reapertura de escuelas y, sobre todo, a la forma en que se subsanará el daño educativo. No del lado del Gobierno, pues muchas instituciones particulares han hecho las adaptaciones necesarias pero son minoría.
Si al principio del confinamiento no sabíamos cuánto duraría, para inicios de este ciclo escolar ya estaba claro que los meses se acumularían fuera de las aulas. Quince, para ser precisos. Tras ellos, más que un regreso escalonado, voluntario e incierto que bien podría hacer que un niño volviera a clases sólo un día (porque se detecta un caso, porque el escalonamiento, porque su familia…), lo que interesa es saber qué se hará el próximo ciclo escolar para intentar reducir los estragos de estos quince meses de educación a distancia.
Insisto, son quince meses que debieron tomarse para hacer una planeación objetiva, partiendo de escenarios de todo tipo, donde estuvieran involucradas autoridades de todos los niveles y especialistas en un montón de disciplinas. De no haber sido así (y todo parece indicar que no lo fue), esta reapertura sólo puede leerse como una ocurrencia, un acto improvisado que pretende mostrar que los niños son los mayores beneficiarios de la decisión sin que lo sean.
Esperemos que esta reapertura no signifique un mayor número de contagios (aunque las autoridades de salud no parecen ser especialmente sensibles a ese dato). Esperemos, también, que en los meses que faltan para el nuevo ciclo escolar, se presente un plan con acciones muy puntuales para la reincorporación a las aulas. Deberá incluir, por supuesto, las modificaciones necesarias para las instalaciones de enseñanza y, sobre todo, la estrategia a seguir para reducir el impacto de las pérdidas educativas.
La idea de volver a las mismas escuelas a seguir los mismos programas de estudio dentro de la misma lógica educativa suena absurda. Más, si se considera el apresuramiento con el que se vuelve a clases.
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