El caso de un hombre cuyo linfoma folicular entró en remisión después de que superara el coronavirus, muestra el potencial de las terapias virales administradas cuidadosamente para tratar el cáncer en el futuro.

Ciudad de México, 2 de mayo (RT).- En plena pandemia de coronavirus, el linfoma folicular de un paciente de 61 años de Italia —un cáncer de los glóbulos blancos, generalmente incurable— entró inesperadamente en remisión unos meses después de que se recuperara de la COVID-19. Aunque el fenómeno es raro, muestra el potencial de las terapias virales administradas cuidadosamente para tratar el cáncer en el futuro, indica un nuevo artículo de Slate, que recoge lo que se sabe de momento sobre la relación entre los virus y los tumores.

El paciente, diagnosticado con cáncer en agosto de 2019, rápidamente comenzó un plan de quimioterapia y lo completó en febrero de 2020. Cuando un escáner de junio reveló que el tumor parecía estar creciendo, Martina Sollini, profesora de Medicina Nuclear en la Universidad Humanitas en Italia, y sus colegas no se sorprendieron, ya que es habitual que el linfoma folicular vuelva a progresar luego de reducirse parcialmente tras el periodo de terapia.

Sin embargo, la biopsia del hombre resultó negativa, y otra biopsia y una exploración de seguimiento en septiembre confirmaron que el cáncer había entrado en remisión completa. Tras descartar otras posibilidades, los médicos sugirieron en un estudio publicado en febrero que la remisión repentina del cáncer tuvo algo que ver con el hecho de que el paciente se hubiera infectado con SARS-CoV-2 en la primavera de 2020.

En otro caso, la conexión entre el coronavirus y la remisión parece aún más clara: un estudio publicado en British Journal of Hematology en enero describió la extraña recuperación de un hombre de 61 años diagnosticado con linfoma de Hodgkin en etapa tres y, poco después, con COVID-19. A pesar de no recibir tratamiento para el cáncer en sí, su estado mejoró gradualmente en el transcurso de su estadía de 11 días en el hospital. Cuatro meses después, las exploraciones revelaron que sus tumores se habían reducido.

UNA LARGA HISTORIA

Aunque poco se comprende hasta ahora sobre el potencial de las infecciones para curar enfermedades en lugar de causarlas, casos similares se han documentado durante miles de años. La primera mención se remonta a 1550 a. C. y las palabras del erudito egipcio Imhotep, cuyo tratamiento recomendado contra el cáncer implicaba infectar tumores a propósito y luego cortarlos. Otro ejemplo, ocurrido en el siglo XIII, es el de Peregrine, un sacerdote italiano que luego fue canonizado como el santo patrón de los pacientes con cáncer. Estaba afectado por un tumor en la pierna que finalmente le atravesó la piel y le provocó una infección masiva, hasta que su médico descubrió que el cáncer había desaparecido poco antes de que Peregrine debiera ser amputado. Vivió hasta los 85 años, y el cáncer nunca regresó.

Quizás, el investigador más prominente de la relación entre los virus y el tratamiento del cáncer fue William Coley, cirujano óseo y oncólogo estadounidense que pasó décadas a partir de 1891 trabajando en un sistema de tratamiento del cáncer con una mezcla de varias cepas de bacterias muertas. La inyección de esa «vacuna», que el médico cambiaría más de una docena de veces a lo largo de su carrera, funcionó en muchos de sus pacientes con cáncer. En la década de 1990, los farmacólogos de la empresa de biotecnología Amgen analizaron 170 registros de pacientes con cáncer avanzado tratados sólo con las toxinas de Coley (alrededor de un tercio, por el propio Coley) y encontraron que el 64 por ciento entraron en remisión.

Sin embargo, Coley no pudo explicar por qué funcionaba su método, y sus éxitos resultaron difíciles de replicar para otros. En 1894, la Revista de la Asociación Médica Estadounidense emitió una crítica mordaz de las toxinas de Coley, que poco a poco desaparecieron del centro de atención, suplantadas por los avances en la radioterapia y la quimioterapia y sus resultados más confiables en el tratamiento del cáncer. En 1962, la Administración de Drogas y Alimentos de los EU clasificó las toxinas como «medicamento nuevo», lo que significaba que no podían recetarse fuera de los ensayos clínicos, y en 1965, la Sociedad Estadounidense del Cáncer las colocó en su lista de «métodos no probados de tratamiento del cáncer».

Gracias a los esfuerzos de su hija, Helen Coley Nauts, quien pasó gran parte de su vida defendiendo su causa después de su muerte en 1936, y de investigadores eminentes que la apoyaron, se logró eliminar las toxinas de Coley de la lista negra a fines de la década de 1970, inspirando una ola de investigaciones que lograron avances revolucionarios en inmunoterapia. Hoy en día, la viroterapia oncolítica, que utiliza virus modificados genéticamente para atacar y destruir tumores, es un área de investigación floreciente con nuevas terapias que se están probando en ensayos clínicos para diferentes tipos de cánceres.

Hoy en día, la viroterapia oncolítica utiliza virus modificados genéticamente para atacar y destruir tumores. Foto: EFE

¿CÓMO FUNCIONA?

Howard Kaufman, oncólogo médico del Hospital General de Massachusetts en Boston que investiga la viroterapia oncolítica para el tratamiento del melanoma y otros cánceres de piel, explica que hay dos mecanismos principales mediante los cuales los virus pueden combatir los tumores.

– El primero es mediante la infección y destrucción directa de las células tumorales, que normalmente son más fáciles de atacar que las células normales porque el sistema que alerta al sistema inmunológico sobre infecciones a menudo es defectuoso con las células tumorales.

– El segundo implica el reclutamiento de muchas partes del sistema inmunológico innato, incluidas las células T (según el tipo de célula T, buscan y destruyen patógenos específicos o ayudan a producir anticuerpos) y citocinas, que son proteínas que ayudan a diferentes partes del sistema inmunológico a comunicarse.

Las citocinas son capaces de amplificar una respuesta inmunitaria para que no sólo ataque a un objetivo específico, el virus, sino que cause un daño más generalizado, incluidos los tumores. La COVID-19, en particular, desencadena una respuesta inflamatoria masiva, que algunos investigadores describen como un «huracán de citocinas». Si bien el SARS-CoV-2 es un ejemplo extremo, es probable que los virus en general causen una inflamación que esté «impulsando el sistema inmunológico para que no sólo reconozca los patógenos, sino también el cáncer al mismo tiempo», explica Grant McFadden, director de el Centro de Biodiseño para Inmunoterapia, Vacunas y Viroterapia de la Universidad Estatal de Arizona.

En el caso del paciente italiano, el tumor pareció agrandarse antes de entrar en remisión, un efecto sospechosamente similar al llamado «fenómeno de exacerbación» que a veces se observa en pacientes con cáncer tratados con inmunoterapia. Esto sucede porque las células T se infiltran en el tumor para generar una respuesta inmune, apunta Sollini. Sin embargo, el hombre no estaba recibiendo inmunoterapia, por lo que es probable que el virus haya ayudado a su cuerpo a luchar contra el tumor, concluyeron los científicos.

¿AMIGOS O ENEMIGOS?

Según destaca Slate, la COVID-19 «es sin duda un enemigo, no una cura para el cáncer», al igual que otras infecciones, pues el fenómeno cuando ayudan a tratar otras enfermedades es impredecible y muy poco común. De hecho, en algunos casos los cánceres que comenzaron a mejorar tras la infección con la COVID-19 volvieron a empeorar poco después, además de que muchos más pacientes con cáncer corren el riesgo de sufrir complicaciones graves por coronavirus en lugar de experimentar algún tipo de beneficio.

Modelo exterior e interior del SARS-CoV-2. Foto: Gregory Voth, Universidad de Chicago

Sin embargo, lo que destacan todos estos casos es que las infecciones activan el sistema inmunológico de formas que aún no se comprenden completamente, lo que, algún día, podría aprovecharse para nuestro beneficio.

«Los virus son amigos y enemigos», indica Mitesh Borad, oncólogo médico de la Clínica Mayo en Arizona que está estudiando el uso de virus para tratar el cáncer de hígado.

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Aunque de momento, queda mucho por aprender sobre cómo exactamente los virus pueden hacer que los tumores se encojan, «todo lo que podamos aprender sobre cómo inducir la regresión de los cánceres es información positiva», opina McFadden. En última instancia, comprender cómo infecciones como la COVID-19 atacan a los tumores puede acercarnos un paso más «hacia un futuro en el que los virus se recluten como aliados» en el tratamiento del cáncer, concluye el artículo.

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Redacción/SinEmbargo

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