México

Elvira Madrid, de la Brigada Callejera de Apoyo a las Mujeres, dice que su grupo contabilizó 15 mil 200 trabajadoras sexuales en la Ciudad de México en agosto, casi el doble de las que había antes de la pandemia. Calcula que el 40 por ciento son trabajadoras sexuales que habían dejado el oficio y que se vieron obligadas a regresar por la pandemia, otro 40 por ciento acaban de iniciarse y un 20 por ciento son mujeres que ejercen ocasionalmente.

Por Rebeca Blackwell

CIUDAD DE MÉXICO, 9 de abril (AP) — Las penurias asociadas con la pandemia del coronavirus obligaron a muchas antiguas trabajadoras sexuales a reanudar esa actividad años después de haberla dejado, ahora con más peligros y manteniendo relaciones en automóviles o incluso en las aceras al no haber hoteles disponibles.

Claudia, quien como otras trabajadoras sexuales entrevistadas pidió ser identificada solo por su primer nombre, dejó de trabajar en la calle hace una década, tras casarse con un antiguo cliente. Pero cuando su esposo perdió su trabajo al comenzar la pandemia, la pareja se atrasó cuatro meses en el pago del alquiler de su departamento.

La única solución que se le ocurrió a Claudia fue volver a trabajar en las calles.

“Fue una entrada para comer, para pagar la renta. Fue lo que me obligó a regresar después de diez años”, explicó Claudia, quien ahora debe solo un mes de alquiler. “Es duro regresar y ver de nuevo tantas compañeras de mi época, volver a lo mismo”.

La trabajadora sexual Geraldine mira la gente pasar mientras espera conseguir algún cliente frente a una estación de un tren subterráneo en la Ciudad de México. Foto: Rebecca Blackwell, AP.
Laura, una trabajadora sexual de 62 años, busca clientes en una calle de la Ciudad de México. Foto: Rebecca Blackwell, AP.

Laura, una mujer transgénero de 62 años que empezó a trabajar en las calles de la Ciudad de México hace 40 años, libra una batalla diaria dormir bajo un techo. Si consigue algún cliente, tal vez saque lo suficiente para pagar un hotel barato esa noche. De lo contrario, duerme en la calle.

Laura dijo que muchos de sus clientes se quedaron sin trabajo y no pueden pagarle. En determinado momento tuvo que empeñar su teléfono, donde tenía los datos de algunos de sus clientes.

“A veces no tienes dinero para comer. Tal vez puedas comer una vez al día”, reveló Laura. Respecto al peligro de contraer el coronavirus, dice: “Me encomiendo mucho a Dios y me siento segura porque procuro ser limpia”, usando desinfectantes.

Las cosas son más duras para las trabajadoras sexuales de cierta edad como Laura porque hay miles de jóvenes que se han visto obligadas a ejercer el oficio por la pandemia, que forzó el cierre de restaurantes, tiendas y otras fuentes de empleo.

Elvira Madrid, quien dirige una organización llamada Brigada Callejera de Apoyo a las Mujeres, dice que su grupo contabilizó 15 mil 200 trabajadoras sexuales en la Ciudad de México en agosto, casi el doble de las que había antes de la pandemia.

“La sorpresa fue que aumentó el número de compañeras”, expresó Madrid. Hay trabajadoras “en cada esquina, es impresionante”.

Madrid calcula que el 40 por ciento son trabajadoras sexuales que habían dejado el oficio y que se vieron obligadas a regresar por la pandemia. Otro 40 por ciento son nuevas en la profesión y un 20 por ciento son mujeres que ejercen el oficio ocasionalmente.

“Muchas de las nuevas son meseras que nunca habían trabajado como trabajadoras sexuales”, señaló Madrid. “Y ustedes saben que cuando cierran los restaurantes, la gente tiene qué comer y hay que darles a sus hijos lo que necesitan. Y también hay madres solteras, la gran mayoría empleadas de tiendas comerciales, de ropa, de bar, de cosméticos” que perdieron sus trabajos.

“Lloraban porque decían ‘esto yo no lo quiero, pero tengo que llevar de comer a mis hijos’”, expresó Madrid. “Pero es el otro 20 por ciento el que nos impresionó más. Señoras, amas de casa que lo hacían por 50 pesos, para comprar comida. Muchas no se protegían (usando condones) porque no se consideraban trabajadoras sexuales”.

Madrid dice que conoce 50 trabajadoras sexuales que murieron por el COVID-19. Ella y su pareja de años, Jaime Montejo, también se contagiaron y él falleció en mayo del año pasado. Las trabajadoras sexuales que se reúnen frente a una estación del tren subterráneo creen que Montejo se contagió por ayudarla a ellas y en el Día de los Muertos erigieron un altar en su homenaje en la plaza donde muchas de ellas trabajan.

Angora, una trabajadora sexual que vive en la calle, trata de conseguir clientes en una calle de la Ciudad de México. Foto: Rebecca Blackwell, AP.
Trabajadoras sexuales levantan sus puños en una muestra de solidaridad después de contar sus experiencias personales durante una conferencia virtual para combatir el tráfico humano y a favor del reconocimiento de ese gremio. Foto: Rebecca Blackwell, AP.

Madrid calcula que las trabajadoras sexuales perdieron el 95 por ciento de sus ingresos por la pandemia.

Las condiciones laborales siempre fueron difíciles para este gremio en la Ciudad de México. La violencia de algunos clientes, las bandas que explotan a las prostitutas y la extorsión de policías corruptos empeoraron durante la pandemia.

Las restricciones impuestas por el virus forzaron el cierre de muchos hoteles y otros aumentaron los precios que cobran a las trabajadoras sexuales. A veces las trabajadoras ganan apenas tres o cuatro dólares por cliente.

Madrid dijo que cuando los hoteles cerraron o subieron sus precios, algunas personas empezaron a alquilar habitaciones o locales a las trabajadoras sexuales, quienes luego descubrieron que los dueños de estos lugares las estaban filmando con sus clientes y les exigían dinero para no publicar los videos en las redes sociales.

Las trabajadoras sexuales, no obstante, se ven obligadas a atender clientes donde sea, según Madrid.

“Cada quien se empezó a tener relaciones en los carros, en la calle”, relató. “Tenían que ingeniárselas. Ahora empezaron a buscar lugares más seguros para poder trabajar porque los hoteles los cerraron”.

La mayoría de los hoteles reabrieron, pero cobran más.

A pesar de la escasez de clientes, de que cobran menos y de los riesgos que corren, miles de mujeres no ven otra alternativa para sobrevivir en medio de la pandemia y se pasan horas bajo el sol o en rincones oscuros, a la espera de algún cliente. Muchas veces, sin embargo, regresan a sus casas, donde las esperan familias hambrientas, sin haber generado ingreso alguno.