David Ordaz Bulos
15/03/2021 - 1:43 pm
101 años del Incendio de la Mina de El Bordo
¿Quién cuenta la historia? En el intento de ser parte de nuevos símbolos que develen las capas ocultas de la memoria reprimida, el último evento de la “normalidad” en el que estuve como si nada, fue justo hace un año. Me escape temprano de la Ciudad de México y su tráfico apocalíptico de […]
¿Quién cuenta la historia?
En el intento de ser parte de nuevos símbolos que develen las capas ocultas de la memoria reprimida, el último evento de la “normalidad” en el que estuve como si nada, fue justo hace un año. Me escape temprano de la Ciudad de México y su tráfico apocalíptico de las tardes para llegar a la Inauguración del Memorial a las 87 víctimas y los 7 sobrevivientes del Incendio de la Mina de El Bordo que ocurrió en 1920, en Pachuca.
Reconciliar la memoria con un territorio despojado hasta la médula parece una misión imposible. Afortunadamente, hace un año fueron construidos un memorial y una escuela ahí donde estaba la mina, gracias a distintas acciones que, no sin varios choques, lograron converger. Quizás una de las acciones más importantes, fue la publicación del libro de Yuri Herrera en el 2018: El Incendio de la Mina de El Bordo.
Para el 101 aniversario de la tragedia minera más grande de México, una multiplicidad de resonancias, que partieron de la comunidad hacia colectivos e instituciones, se conectaron ––con sana distancia–– para hacer algo. Para no dejar pasar un año más luego de un centenario sin nombrar la tragedia. Para poner en el terreno del cerro donde está la fosa común una cruz metálica y una corona de flores, bajo el sol de la tarde, el viento con polvo en la cara y el sonido del Doble Nueve que era la señal campanaria que se escuchaba cuando ocurría un accidente grave en la mina. Para dar las primeras pinceladas a un mural que conectará a las nuevas generaciones con sus raíces. Para pensar en colectivo proyectos que a futuro puedan darle nuevas fuerzas de sostenibilidad a las comunidades de la zona. Para ser con la memoria un espejo del presente. Para revertir la amnesia tan arraigada y fomentada por los cancerberos de la memoria de la ciudad, que en estos días tiene frescas las huellas de las protestas feministas que exigen justicia y por el respeto a los adultos mayores, muchos tambaleantes como mi abuelo, que forman filas de varias horas a pleno rayo de calor, para ser vacunados.
De lo que fue la Mina de El Bordo hoy solamente quedan algunas bardas de piedra y adobe. En sus tiempos, la mina tuvo en la superficie una casa cornish, que construyeron los mineros ingleses que llegaron de Cornwall a principios del siglo XIX. Esa casa, como muchas otras que existieron en la comarca, estaba hecha de cantera blanca, tenía ventanales en forma de arco, techo de dos aguas y una chimenea adosada a la estructura. Servía para guardar las máquinas de vapor, con sus pistones, condensadores y calderas. Y sustituyeron a los “molinos de sangre” virreinales, que eran personas y animales que giraban en torno a mecanismos que servían para sacar el agua de las minas y subir los minerales “a lomo de buey, a lomo de indio”. Hoy en día en Pachuca solamente quedan dos construcciones cornish, abandonadas como gran parte del patrimonio industrial: una está en Camelia y la otra está en San Pedro la Rabia, invadida por asentamientos humanos irregulares.
En la cima de uno de los cerros del paisaje se ven unos postes de luz muy viejos. Por ahí pasaba el teleférico que en los tiempos del porfiriato, cuando las minas estaban controladas por los estadounidenses, bajaba las cajas llenas de minerales a través de los cables para que salieran intactos del territorio. En esos tiempos esta zona se llamaba el Real de Arriba y tenía cuatro minas: San Cayetano El Bordo, Santuario, Santa Ana y Santa Úrsula.
El domingo antes del aniversario caminamos de ida y vuelta desde Pachuca hasta El Bordo. Regresamos por el camino de El Pabellón, un reino perdido que corre paralelo con los tubos metálicos, que abastecen de agua a la ciudad en las faldas del cerro de San Cristóbal y a los que están conectadas las tuberías de las minas actuales, que han removido el territorio lleno de tiros de mina y túneles con quien sabe cuantos metros de profundidad, además de ruinas anteriores al siglo XX, destruidas junto con el cerro por los trabajos de Altos Hornos de México, empresa de Alfonso Ancira, quien permanece en prisión preventiva en el Reclusorio Norte, acusado de lavado de dinero y corrupción contra Petróleos Mexicanos.
Entre los montones de piedra y restos de minerales nos encontramos con dos exploradores: dos hombres de unos treinta y tantos años, cargaban lazos, cinceles y martillos en búsqueda de cuarzos. Su figura me resonó con el trabajo de la pepena que los niños hacían hasta hace unas décadas, trabajaban en los montones donde estaba el mineral y elegían las mejores piezas. Luego, en la adolescencia “ya estaban buenos pa la mina” trabajaban ahí dentro como perforadores, ademadores o carpinteros. Si lograban sobrevivir a cualquiera de los muchos accidentes mortales, afuera de la mina los esperaban los asaltos. Una vez que lograban esquivarlos, las cantinas estaban esperándolos con sus broncas con tranchetes. Y si por casualidad también lograban esquivarlas, los esperaban las enfermedades pulmonares: silicosis y tuberculosis. Su vida no sobrepasaba los treinta y cinco años. Ese día, levantamos algunos cuarzos y amatistas que la tarde del diez de marzo, se convirtieron en una ofrenda puesta en el agujero del terreno de la fosa común el día del aniversario, ahí justo en donde fue colocada una cruz que mira al oriente y en su placa dice: “En memoria de los 87 mineros fallecidos en la Mina de El Bordo. 10 de marzo de 1920 – 2021. Comunidad de El Bordo”.
David Ordaz Bulos
@David_Orb
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