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Fernanda Melchor, una de las plumas más destacadas de la narrativa mexicana actual y finalista al Premio Booker, habló en entrevista con SinEmbargo sobre su tercera novela, Páradais, una historia vertiginosa sobre la obsesión devenida en violencia y los límites de la crueldad a los que pueden empujar la marginación material y emocional.

Ciudad de México, 27 de febrero (SinEmbargo).- «Todo fue culpa del gordo, eso iba a decirles. Todo fue culpa de Franco Andrade y su obsesión con la señora Marián. Polo no hizo nada más que obedecerlo, seguir las órdenes que le dictaba». Así arranca Páradais, última novela de la escritora mexicana Fernanda Melchor, una historia vertiginosa sobre la obsesión devenida en violencia y los límites de la crueldad a los pueden empujar la marginación material y emocional.

«Me interesa explorar y abordar la violencia, no en abstracto, si no desde determinados cuerpos, en ciertos territorios. En este caso, meterme en la mente de dos agresores muy distintos. La voz narrativa me permitió mostrar este machismo desmedido desde los personajes, y al mismo tiempo contarlo desde otra perspectiva», comenta Melchor en entrevista con SinEmbargo.

En Páradais, Melchor relata la historia de dos adolescentes inadaptados que se reúnen por las noches para embriagarse a escondidas y compartir sus fantasías. Franco Andrade, un joven obeso y solitario, adicto a la pornografía, que sueña con seducir a la vecina de al lado, una atractiva mujer casada, madre de familia, por quien ha desarrollado una obsesión malsana, y Polo, su compañero que fantasea con renunciar a su empleo como jardinero del exclusivo fraccionamiento y huir del pueblo infestado de narcos, y de su madre. “Ante la imposibilidad de conseguir lo que cada uno cree merecer, Franco y Polo maquinarán un plan tan pueril como macabro», reza la sinopsis.

Para la construcción de los personajes principales, Franco y Polo, la autora tenía bien claro cuál sería el foco: «Supe que la novela iba a estar enfocada desde el punto de vista de Polo, pues me parecía una visión más ambigua, donde el lector podía conectar más. Empatizar con alguien como Franco, con una sexualidad destructiva y con una concepción del deseo tan perversa, que pasa por encima de cualquier norma social o consideración moral, me parecía más difícil».

«También una de las cosas que me interesaban era justo arrojar luz sobre esta zona indiscernible sobre quién es el verdadero responsable de un crimen. Es algo que vemos mucho en la vida cotidiana, en la violencia que nos rodea: muchas veces no es una sola persona la implicada; son varias las que se motivan y envuelven en una dinámica que desemboca en violencias horribles», destaca Melchor.

A propósito de la complicidad, Fernanda recuerda el caso de Los Porkys, en Veracruz, donde un grupo de adolescentes abusaron de una menor y grabaron su crimen. O el caso de La Manada, en España, donde cinco sujetos abusaron de una joven de 18 años, captando todo en un video. Melchor también recordó un caso de hace años en Inglaterra, donde dos adolescentes torturaron y mataron a un pequeño de dos años de edad.

«Me preguntaba mucho qué es lo que pasa con la mente de las personas en ese momento. ¿Es un proceso, una zona de sombras, una línea que se cruza, una decisión? Traté de explorar esas situaciones y plasmarlas en una novela que justamente exhibiera estas violencias», confiesa la escritora.

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—Me cimbró entrar a la mente de dos victimarios, pero también, con sorpresa, empatizo también en ciertos aspectos de sus vidas  ¿Era tu objetivo que los lectores entendiéramos la raíz de esta oscuridad?

—Una de las cosas que me interesaban era justo arrojar luz sobre esta zona indiscernible entre quién es el verdadero responsable. En este caso realmente podríamos decir que «la culpa de todo fue de Franco», como Polo está todo el tiempo asumiendo. Tal vez Franco sin la ayuda y el servicio de Polo, no hubiera hecho eso; y a la vez, Polo, sin la presencia de Franco, no hubiera hecho lo mismo. En este caso, era único que es un dueto de personas. Y es algo que vemos mucho en la vida cotidiana, en la violencia que nos rodea: muchas veces no es una sola persona la implicada, sino son varias las que estimulan, se motivan y de alguna manera su relación se vuelve una dinámica que desemboca en estas violencias horribles.

—¿En qué te inspiraste para construir estos personajes? Me sorprende sobre todo el uso de un lenguaje realista y verosímil, las referencias y las descripciones del entorno.

—Escribí esta novela sobre lugares que yo conocí de Veracruz, pues viví 30 años ahí y conozco bien estos paisajes, pero en realidad nunca fui durante el desarrollo de mi novela, incluso sentí que no era lo correcto. Una parte de mí me decía que tenía que ir a esos lugares particulares en los que pensaba al escribir, pero me resistí, pues al final no es necesario.

Por supuesto, siempre utilizo toda clase de materiales, sobre todo recuerdos, es conocer bien las zonas de Veracruz, como Boca del Río. Alguna vez sí llegué a ir a alguno de estos fraccionamientos que están a la orilla del río Jamapa. ¿De dónde salen los personajes? No sé, creo que siempre es un poco un misterio, incluso para el escritor, de dónde vienen sus personajes. Decía Sergio Pitol, retomando a Faulkner, que «la novela es el oscuro hermano gemelo del escritor».

Creo que todos hemos conocido a un muchacho tan asqueroso como Franco Andrade en algún momento de nuestras vidas; sabemos el arquetipo: un muchacho obsesionado con el sexo, hablador, mentiroso, presumido, insoportable, con profundos problemas emocionales, que se niega y esconde debajo de una supuesta seguridad. Y todos hemos sido de alguna manera Polo: insatisfechos con las vidas que tenemos, enfurecidos por el control que los padres ejercen sobre nosotros, inconformes y con ganas de lanzarnos a algo desconocido, que es un momento muy claro en la adolescencia. Como decía, creo que Polo es un personaje con el que es más fácil empatizar porque no es tan decididamente patológico como Franco; es alguien que podemos entender.

Sobre el reto del lenguaje, yo capturo estas cosas y me interesaba plasmarlas, me gusta cómo suenan y por eso escribo así. Ahora lo que quise hacer fue una especie de cambio, un choque de registros. Es algo que nunca había hecho con tanta precisión ni con tanta alegría además. Me costó mucho trabajo encontrar la voz narrativa de Páradais y cuando la encontré, siento que fue un enorme descubrimiento para mí. Esa voz me permitió contar exactamente la historia que yo quería contar y mostrar este machismo desmedido desde los mismos personajes, pero al mismo tiempo crear un espacio suficiente como para contar las cosas desde otra perspectiva. 

—La violencia, el narcotráfico, la marginación y el machismo son temas que aborda el periodismo en México. Tú, teniendo formación periodística, narras estos mismos tópicos con la literatura; de forma híbrida en las crónicas de Aquí no es Miami, y completamente ficcionada con Temporada de Huracanes y Páradais. ¿Por qué es importante para ti narrar estas realidades desde la ficción?

—Desde muy joven siempre me han interesado ese tipo de historias. Me interesa comprender. Cuando tú quieres hacer un trabajo periodístico, tienes el tema, lo piensas y buscas testimonios, archivos, información sobre el tema, pero en la literatura ocurre algo muy chido, es como un espacio de más libertad; puedes construir las cosas desde la perspectiva ficticia de alguien más. Y en el fondo, termina siendo muy tú lo que plasmes; las emociones de mis personajes, sus pensamientos, sus fantasías, son cosas que he obtenido a través de mi propia experiencia, mi imaginación y mi empatía hacia personas que son distintas a mí, pero a lo mejor no tan distintas como queremos pensar.

Creo que esa otra cosa que nos brinda la literatura: la posibilidad de ponernos en la cabeza de los demás y pensar que tal vez, por muy horribles que sean las cosas que pasan en las novelas, en el fondo nosotros también somos capaces de eso, en el fondo también somos así. En la narrativa esto se puede ver más claramente porque lo ves como algo que le pasa a otra persona; es una relación padre, una posibilidad muy interesante que el periodismo no te permite.

Creo que hay niveles a donde la ficción llega de forma más profunda que el periodismo, en el sentido de que en el periodismo tú dependes de entrevistar a una persona, y tienes que confiar en que esa persona te está diciendo la verdad, pero llegar al fondo de los motivos profundos de un asesinato por ejemplo, es algo que alguien como Truman Capote, en A sangre fría, hizo muy bien porque usó su creatividad para contar una historia de formas que rebasan el mero ejercicio del periodismo, de la etnografía, de la investigación. Hubo ahí un ejercicio de empatía y llegó a límites donde éticamente como periodista no deberías hacer.

Esa es la diferencia. No digo para nada que el periodismo no sea necesario; al contrario. Pero creo que la literatura hace otras cosas. El periodismo lo necesitamos para informarnos, para tomar decisiones, para actuar, para saber ahora lo que un suceso va a ocasionar en nuestras vidas. La literatura puede darse el lujo de dar un respiro, de tomarse su tiempo de contar las cosas como le interesa contarlas.

—Otros elementos que comparten ambas novelas es que existe un crimen como columna vertebral de la trama, además del foco en personajes masculinos y que se desarrolla en Veracruz. ¿Al comenzar a escribir Páradais te pesó la sombra del éxito que tuvo y sigue teniendo Temporada de huracanes? Son historias totalmente distintas y sin embargo es inevitable la comparación.

—Bueno, siempre iba a serlo. Parte de poder escribir Páradais fue aceptar que inevitablemente siempre van a comparar todo lo que haga con Temporada de huracanes, y que también iba a ser injusto medir el éxito de un libro comparándolo con el anterior. Creo que esas comparaciones son inevitables, pero a mí como escritora sí me las tuve que sacar de la cabeza porque imagínate leer tantos elogios que escuché de Temporada. Como que puse la vara muy alta y de repente todo se volvió comparar, lo cual era muy poco útil para lo que yo quería hacer.

Lo resolví bajándole el volumen a todas estas cosas que se decían afuera de mí sobre la novela. Y subir el volumen a la voz que yo escuchaba dentro de mí que me estaba gritando otra historia. Olvidarme un poco de esos comentarios: «otra vez vas a hablar de chavos»; «otra vez vas a hablar de la violencia»; «oye, todavía en Veracruz». Decidí adoptar esta actitud de: «Sí y qué». Sí tuve que pasar por un momento de vaciamiento y de introspección y por eso me sirvió la pandemia.

Yo sé que la pandemia ha sido un evento terrible para muchos de nosotros, mucha gente ha perdido a su familia, sus trabajos, sus parejas. Ha sido un momento caótico, pero para los escritores de hecho creo que es un momento bastante productivo porque de repente hay menos necesidad de ser sociable y es más aceptado que quieras estar solo, algo que me pasa.

Cada libro es diferente. Por mucho que el libro sea semejante, por mucho que los temas sean o no parecidos, cada libro implica sus propias búsquedas y necesidades. Incluso me atrevo a decir que Páradais es el menos veracruzano de mis libros porque, aunque los paisajes son Boca del Río, El Estero, la zona de Jamapa, los contextos son distintos; por ejemplo estos fraccionamientos de lujo de los que hablo en el libro no sólo suceden en Veracruz. Yo me basé mucho en la construcción de las familias de clase alta de lo que yo observo aquí en Puebla, en Angelópolis.

—En cuanto a forma , un sello particular de tu prosa es la velocidad y el uso de la puntuación, con grandes párrafos y sin dar tregua al lector en las acciones y la escalada de tensión. ¿Tenías planeado adoptar este estilo desde Temporada, o es algo que fue surgiendo a lo largo de tu camino como escritora?

—Salió naturalmente con Temporada y ahora me ha costado trabajo dejarlo. Ahí sí es un gesto de estilo; más que deliberado, es un gesto un poco involuntario. Los gestos de estilo siempre son como tics. A mí me gusta mucho la palabra estilo porque originalmente me parece que se refiere a la herramienta que se usaba para hacer marcas en las tablillas, y habla mucho de los físico del acto; de tomar algo y hacer trazos.

Me gusta mucho la materialidad y para mí es un gesto este tipo de escritura tan vertiginosa y rápida de leer. Aunque parece que se van de corrido, yo trabajo mucho estos textos, meses y meses, justamente buscando este efecto. No es algo que naturalmente siempre salga. Esta fluidez es algo muy deliberado, algo en lo que me esfuerzo mucho por trabajar.

Las primeras 30 páginas de Páradais las estuve reescribiendo una y otra vez durante un año, hasta que el tono quedara exactamente como quería que quedara. Y las imágenes encadenadas de una forma en la que el lector empezara a leer la novela y no respirara hasta llegar hasta el fin de esa primera parte. Y que luego fuera tan misterioso lo que iba a pasar que tuviera que seguir leyendo la segunda.

—Mariana Enríquez, gran exponente del género de terror en Latinoamérica, comentó y aplaudió Páradais. Ella ha recurrido a la ficción también para contar los terrores de la realidad, de pronto en una línea hasta política. La ficción ha sido escrita por mujeres desde antes de Mary Shelley. ¿Qué piensas de esta especie de boom contemporáneo de literatura hecha por mujeres?

—Mariana Enríquez es como nuestra diosa [ríe]. A mí me encanta lo que hace y me parece increíble que además pueda hacer algo tan emocionante, tan interesante desde el género del terror. Lo que me encanta es que con ella no hay ninguna duda de que claro que el género de terror es literatura. Nadie podría decir que sólo son «cuentitos» de terror, como lo que pasó mucho tiempo, en que los subgéneros eran considerados literatura menor.

Creo que muchas mujeres nos inclinamos hacia los subgéneros porque era lo que nos interesaba y no teníamos estas ambiciones de convertirnos en las nuevas Carlos Fuentes, en las nuevas García Márquez, en las nuevas Cortázar, que fue la ambición de muchos escritores después del boom. Después del boom existe ya la posibilidad de ser un escritor latinoamericano hecho y derecho con éxito en todo el mundo; es la primera vez. Antes de las novelas del boom, difícilmente podíamos hablar de una novela latinoamericana como tal, más bien había novelas nacionales y que no se comunicaban unas con otras y a su vez con otros países. Era muy difícil y la industria editorial tampoco lo permitía.

Además había una suerte de cómo tenía que ser un escritor literario. Casi siempre se trataba de un hombre, y de un hombre blanco. Era un camino muy marcado. Entonces creo que muchas de las mujeres que nacimos en los setentas y ochentas crecimos un poco viendo todo esto, y como a nuestro alrededor había muchas escritoras muy valiosas, pero que no eran figuras a seguir porque su visibilidad no era notoria, no estaban en el panorama, no se nos presentaban como modelos a seguir, seguimos muchos caminos que tienen que ver con los subgéneros.

Yo no hago tanto terror como Mariana, pero uso muchísimo elementos del horror y lo sobrenatural en mis libros. Me encanta porque fui lectora de terror y también me marcó. En mis libros casi siempre hay más bien metáforas y símbolos, no son realidades. La bruja de Temporada no es precisamente una bruja como lo sería en un cuento de terror; y la Condesa Sangrienta de Páradais por ejemplo es más bien una leyenda. En un cuento de Mariana sí saldría como tal.

Las mujeres durante mucho tiempo pensamos que no teníamos nada que perder si nos arriesgábamos a hacer lo que verdaderamente queríamos con nuestra literatura, sin pensar en modelos a seguir y sin pensar necesariamente en tener un gran éxito. Creo que a muchas el éxito nos ha llegado como una sorpresa muy agradable, pero también como una condición del mundo actual, que cada vez, como tú bien dices, los lectores están más abiertos a escuchar literatura escrita por mujeres, fuera del cliché de lo que la industria nos vendió que supuestamente era la literatura de mujeres para mujeres.