Martín Moreno-Durán
10/02/2021 - 12:05 am
Bartlett, Marín, AMLO: matar al periodista
Hoy por hoy, desde Palacio Nacional, desde la Presidencia de México, López Obrador azuza a sus fanáticos a agredir, de una u otra forma, a periodistas críticos a su Régimen.
+ Buendía, Cacho, amenazas…
+ “El hampa del periodismo…”
En México, hay diversas maneras de matar a periodistas.
A balazos, por ejemplo.
El 30 de mayo de 1984 fue asesinado, de cinco tiros por la espalda, el columnista político más influyente, leído y respetado de la prensa mexicana: Manuel Buendía. A partir de esa fecha, las balas que mataron a Buendía también mataron la barrera entre el poder político y la distancia respetuosa que debería ejercer hacia la prensa crítica y bien informada.
Sabido es que el autor intelectual del crimen de Buendía fue un policía político: José Antonio Zorrilla, entonces director de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) dependiente de la secretaría de Gobernación durante el sexenio de Miguel de la Madrid. Zorrila ordenó al comandante Juventino Prado, jefe de la Brigada Especial, eliminar al columnista de Excélsior.
Ordenada por Zorrilla, operada por Prado, los encargados de participar en la llamada Operación Noticia fueron, entre otros, Rafael Moro Ávila, policía, stuntman y hábil conductor de motocicletas. Inicialmente se le señaló como el pistolero que levantó el faldón de la gabardina de Buendía dentro del estacionamiento ubicado en Insurgentes y Londres, Zona Rosa, para terminar con la vida del periodista. Al paso del tiempo, se comprobó que quien realmente disparó a Buendía fue José Luis Ochoa Alonso, alias El Chocorrol, quien meses después, abandonado por la DFS, fue acribillado cuando hablaba desde un teléfono público en la colonia Puebla, frente a la Ciudad Deportiva Magdalena Mixhuca.
El jefe directo de Zorrilla era el entonces secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz. Sí, el mismo personaje consentido, solapado y empoderado en nuestros días por Andrés Manuel López Obrador. Poderoso en el sexenio de Miguel de la Madrid, intocable ahora en el régimen de AMLO, sobre Bartlett siempre se cernieron sospechas de haberse enterado que se preparaba el asesinato de Manuel Buendía y nada hizo por impedirlo.
Esas sospechas son más que legítimas, conociendo cómo operaban los engranes del sistema político priista: nada prioritario se movía sin autorización del Presidente o de los altos mandos gubernamentales.
¿Se antoja creíble, por lo tanto, que se estuviera fraguando matar al columnista político más importante del país por parte del director de la DFS, sin que su jefe inmediato, el secretario de Gobernación, no lo supiera? ¡Por supuesto que no es creíble! Imposible que un atentado de tal importancia no tuviera el visto bueno desde Gobernación o Los Pinos.
¿Se antoja creíble que Bartlett no conociera la Operación Noticia para asesinar a Manuel Buendía? No es creíble. Zorrilla era su brazo policiaco – el brazo político era Fernando Elías Calles -, y una acción de tal repercusión no podría realizarse sin la luz verde de Bartlett o del Presidente. Inconcebible.
¿Se antoja creíble que Zorrilla se fuera por la libre para mandar asesinar a Buendía? No es creíble. Las reglas del sistema político eran muy claras: no tomar decisiones de ese nivel sin antes consultar al poder máximo. Y asesinar a Buendía era, ante todo, un crimen de Estado.
La sombra de la sospecha sobre el crimen de Manuel Buendía perseguirá, hasta el último de sus días, al hoy intocable obradorista Manuel Bartlett Díaz.
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En México, hay diversas maneras de matar a periodistas.
Con torturas, por ejemplo.
“Ayer le acabé de dar un pinche coscorrón a esta vieja cabrona. Aquí en Puebla se respeta la ley, aquí no hay impunidad, que no se quiera hacer la víctima y no quiera estar aprovechando para hacer publicidad…ya le mandé un mensaje a ver cómo nos contesta, pero es que nos ha estado jode y jode…y que aprendan otros cabrones, y otras, que no se van a permitir esas cosas”, expresó vía telefónica, en 2006, el entonces gobernador de Puebla, Mario Marín, al empresario Kamel Nacif. El mandatario se refería a la periodista Lydia Cacho, en cuyo libro “Los demonios del Edén” denunciaba las fiestas en las que se pervertía a menores de edad y en el cual se involucraba a Nacif y a Jean Succar Kuri.
“Tú eres el héroe de la película, papá…mi gober precioso”, le endilgó Nacif a Marín, quien desde aquellos días fue conocido públicamente así: El gober precioso.
Lydia Cacho fue prácticamente secuestrada y su vida estuvo en grave riesgo: trasladada por carretera desde Cancún hasta Puebla, en un trayecto de 23 horas, sobre el cual denunció haber sido víctima de tortura psicológica.
Cacho sobrevivió de milagro. Los policías bajo las órdenes del gobernador poblano – un dato: Marín fue secretario de Gobernación durante el mandato, curiosamente, de Manuel Bartlett cuando éste fue gobernador de Puebla (1993-1999) -, bien pudieron desviarse del camino de madrugada, llevarla a un paraje solitario, matarla y enterrarla. Desparecerla. O quemarla.
El miércoles pasado, Mario Marín fue aprehendido en Acapulco y trasladado a Cancún por su presunta responsabilidad en el delito de tortura en contra de Lydia Cacho. Y la mañana del jueves 4 de febrero, desde Palacio Nacional, la titular de Gobernación, Olga Sánchez Cordero – ex ministra de la Corte que salvó a Marín de ir a juicio político-, volvió a defender al gober precioso y pidió respetar su “presunción de inocencia”.
Insistimos: Lydia Cacho está viva de milagro.
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En México, hay diversas maneras de matar a periodistas.
Con amenazas, por ejemplo.
Hoy por hoy, desde Palacio Nacional, desde la Presidencia de México, López Obrador azuza a sus fanáticos a agredir, de una u otra forma, a periodistas críticos a su Régimen. Lenguaje de fuego es el que utiliza AMLO para atacar a comunicadores no alineados a su gobierno y que, con pruebas y testimonios, han exhibido la corrupción, ineficacia y mentiras de la 4T. Es un ataque sistemático y obsesivo. El último ocurrió apenas el lunes pasado.
¿Pruebas? Van:
“Ya ven cómo es el hampa del periodismo…”.
“Fantoches. Hipócritas. Conservadores. Doble cara. Así es la prensa fifí…”.
“Y si ustedes se pasan, pues ya saben, ¿no? Lo que sucede, ¿no? ¡Pero no soy yo. Es la gente…!” (Frase amenazante a periodistas que lo critican y convocando a sus fanáticos a atacar a periodistas).
“(Los periodistas) le muerden la mano a quien les quitó el bozal”.
“Proceso no se portó bien con nosotros…”.
“Pasquín inmundo…”. (Ataque a Reforma).
“Es temporada de zopilotes. EPN, Chong, Yunes, otros socios y voceros de la prensa inmunda, están alborotados con su guerra sucia”.
“El Financiero con su encuesta cuchareada terminó de quitarse la máscara y se mostró como es realmente: un instrumento de Salinas y Calderón…”.
“Uno de estos calumniadores profesionales…” (AMLO arremetiendo contra el periodista Carlos Loret de Mola). ¿Le creen ustedes a Loret?… es una volada… hay periodistas, con todo respeto, que mienten como respiran…”.
¿Las consecuencias? Agresiones diarias a periodistas por parte de la fanaticada de AMLO. (Y si lo dudan, chequen los insultos y amenazas al pie de esta columna, solo por citar un ejemplo).
Los ataques emprendidos por AMLO contra periodistas críticos, son asimilados y ejercidos por políticos de Morena. Carlos Figueroa, corresponsal de La Jornada en Nuevo Laredo, denunció una fiesta en plena pandemia y sin restricciones sanitarias, en la casa de la diputada local Carmen Lilia Canturosas. En respuesta, furiosa, la legisladora amenazó así al reportero: “Nada más que te acuerdas. Yo nada más te aviso. Nada más para que no te sorprenda el día de mañana cuando yo llegue y sea presidenta municipal, porque lo voy a ser, te la voy a regresar, Carlos…”. Esta violencia viene de familia: Carlos Enrique Canturosas, ex alcalde, hermano de Carmen, está prófugo por el asesinato del periodista Carlos Domínguez, así como por presuntas irregularidades financieras.
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En México, hay diversas maneras de matar a periodistas.
A balazos. Con secuestros. Con torturas. Con amenazas. Con hostigamientos. Con insultos. Azuzando. Violentando. Descalificando. Difamando.
La intentona autoritaria, en todo caso, conlleva un objetivo: someter a periodistas críticos y vulnerar la libertad de expresión.
TW @_martinmoreno
FB / Martin Moreno
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