Jaime García Chávez
04/01/2021 - 12:01 am
Elecciones sin izquierda
La moraleja ya se puede aventurar, por decirlo de manera leve: lo peor vino en el posprianismo.
Este año será para el país de definiciones que marcarán su porvenir. El año electoral marcará la continuidad de la llamada “Cuarta Transformación”, cualquier cosa que eso signifique, dado lo amorfo del concepto, los muchos y caprichosos significados que se le asignan y una realidad que nos habla de manera clara, a mi juicio, que indica que las cosas no van bien para México y, por tanto, para su gente.
Habrá una elección grande como pocas en el pasado inmediato, y cuando hablo de grandeza me refiero al volumen de poder político que estará en juego: gubernaturas, la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, de singular importancia, congresos locales y poderes municipales diseminados por más de la mitad del territorio nacional.
Llegamos a 2021 con un doble déficit: en primerísimo lugar sin izquierda partidaria y con un intervencionismo presidencial y de gobernadores que desdice la consolidación democrática en el país. La moraleja ya se puede aventurar, por decirlo de manera leve: lo peor vino en el posprianismo. De lo segundo no me queda duda: Andrés Manuel López Obrador convirtió la política en religión, la historia en el nuevo dios y él como su único profeta. Y si hay mensajes ominosos para un país con la complejidad que tiene México, ese es el peor cóctel imaginable.
Procuro observar los procesos políticos con la hondura que me es posible y lo que acontece en la República insertada en un planeta en crisis; pero, como suele suceder, siempre sabremos más de nuestro entorno, de lo que se puede atisbar desde la propia ventana y desde el propio balcón, en este caso, Chihuahua, que irá el primer domingo de junio de este 2021 a una elección general, luego de un Gobierno fallido encabezado por Javier Corral, que nos coloca en un cuarto de siglo perdido para la entidad.
Estamos en medio de una realidad en la que la izquierda partidaria se esfumó, aquí, donde se experimentó la guerrilla, donde se dieron grandes batallas por la democracia y la izquierda jugó su papel crítico, aunque fuera ineficaz para alcanzar el poder; donde se inauguró una forma profunda y ciudadana de combatir al régimen de la corrupción e impunidad, y donde, como en los viejos teatros, hoy nos quieren colocar frente a la misma puesta en escena que, ahora como adefesio de los viejos tiempos del autoritarismo priIsta, derrotado y todo, reencarna en dos de los principales partidos, como el PAN y Morena.
Lo que coloquialmente se denomina como “intereses creados”, siempre un sutil recuerdo de don Jacinto Benavente, juega a que se instaure un Gobierno chihuahuense bajo la divisa del mal menor. Y ahí ubican la muy deseada continuidad del PAN, ahora con el concurso del PRD, que sigue representando la prolongación de la oligarquía; o Morena, por paradójico que parezca, y no tanto, porque a fin de cuentas es un partido invertebrado, producto de una evolución maltrecha de una izquierda que no supo aquilatar la importancia del sistema democrático y que continúa disociando tanto la ética como el derecho de la política, con todo lo que esto significa a la hora de estar en la tesitura de ejercer el poder.
Lo que son las inercias: cuando Morena, en un opaco y caprichoso proceso para destapar a su candidato Juan Carlos Loera De la Rosa, con dedazo de por medio, muchos han caído en el conformismo de tenerlo ya como el futuro Gobernador. Dicen que así nombraban los emperadores romanos a sus cónsules en las provincias. Obvio que están equivocados, las elecciones lejos están de ser un grato día de campo. Pero llama la atención que ese esquema que viene del porfiriato y del PRI no haya sido desterrado.
Y nada los detiene: el candidato morenista quiere llegar desde el poder al poder, de Diputado y superdelegado a Gobernador, de divorciado con la ética con el grotesco anuncio de que él va a cambiar las cosas, cuando viene precedido de un uso utilitario de la administración pública y de un profundo fraude a la ley que hizo difícil no ver las pretensiones de López Obrador de imponerse en Chihuahua con las viejas malas artes de un poder autoritario y dictatorial, lo que nos permite decir que es tanto su afán de poder que lo mismo da para imponerse a como dé lugar o simplemente perder la plaza.
Todo esto y más es posible precisamente por el déficit que representa la gran ausencia de una izquierda que al menos jugaba su papel realizando la crítica de la realidad. Atrás quedan muchas claudicaciones de esa izquierda, generacionalmente vacía en sus últimos tiempos y que permite tener por “nuevo régimen” a algo que simplemente significa reciclar los polvos de aquellos lodos.
Al tiempo veré a fondo si esto es para todo el país o sólo a mi pueblo le pasan estas desventuras.
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