CRÓNICA | “¿Y tú a quién buscas?». Familias rascan en Salvatierra y salen más y más cuerpos (FOTOS)
PorCarlos Vargas Sepúlveda
07/11/2020 - 10:30 pm
Artículos relacionados.
- Gobiernos piden perdón por tragedia de 2011; Samuel García no va, deudos le reclaman
- La UdeG maneja millones al año. El poder de Padilla da más
- Cravioto acepta división de morenistas en el Senado: "No todos pensamos como Monreal"
- Creel presidirá la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados; Mier dirigirá la Jucopo
- Balandra, la playa bonita de México, peligra por derrame
“Hasta la ropa quemaban los desgraciados para que no los pudiéramos identificar”, dice Lupita. Acaba de encontrar los restos de una camisa a la que le prendieron fuego en la orilla del Río Lerma, en Salvatierra. Luego rasga la tierra. Busca objetos que puedan servir como pistas. Cadenas, relojes, tarjetas… Lo que sea que dé paz a alguna de las familias. A Rancho Nuevo viajó, junto a autoridades y grupos de búsqueda, luego de que las historias de horror sobre los senderos de este territorio guanajuatense se volvieran realidad.
Fue el 28 de octubre cuando se hizo oficial. Los reportes eran ciertos. Atrás de una muralla de piedra, justo donde termina uno de los senderos del Rancho Nuevo, el pasto y la hierba crecían nutridos por la sangre. Más de 60 cuerpos fueron hallados en el lugar.
Salvatierra, Guanajuato, 7 de noviembre (SinEmbargo).– Unos dicen que nunca nadie vio ni escuchó nada. Otros aseguran que era un secreto a voces desde hace años. A Paco, por ejemplo, un día le llamaron y le dijeron que fuera a buscar atrás de la Planta Química, allá donde el agua del Río Lerma baña el Rancho Nuevo de Salvatierra. Y entonces emprendió un viaje encapuchado. Lo hizo para ayudar a los que comparten su dolor. Su hija, desaparecida a principios de 2020, está viva, dice él. Pero eso no le impide rasgar la tierra y enterrar la varilla metálica en busca de las víctimas que ha dejado la creciente violencia en Guanajuato.
Son varios los senderos que hay para recorrer el Rancho Nuevo del Barrio de San Juan. Unos están a metros de las últimas casas del municipio que desde hace casi una década es considerado pueblo mágico. También hay otros caminos ocultos entre las hectáreas de horror. Por ahí caminaron “los malos”, como llaman las familias a los criminales. Lo hicieron decenas de veces. De noche arropados por la oscuridad; de día cuidados por el silencio que provoca el miedo. Botellas de refresco y prendas semienterradas fue lo primero que vieron las autoridades y los colectivos de búsqueda al bajar por la pequeña cañada. Luego avanzaron por un enorme tubo rojo que ya anunciaba el color de lo que ahí pasaba.
Fue el 28 de octubre cuando se hizo oficial. Los reportes eran ciertos. Atrás de una muralla de piedra, justo donde termina uno de los senderos del Rancho Nuevo, el pasto y la hierba crecían nutridos por la sangre. Más de 60 cuerpos fueron hallados en el lugar. Todos enterrados en fosas clandestinas. Todavía hoy, 10 días después, las puntas de las varillas siguen anunciando el hallazgo de otras víctimas. La zona es sólo un reflejo del Estado, dice Lupita, líder de uno de los colectivos de búsqueda. Guanajuato es una fosa enorme, afirma.
HERNÁNDEZ TIENE UN DON
Es el mediodía del martes 3 de noviembre de 2020. Hernández, integrante de la Guardia Nacional, clava la varilla en una zona en la que la tierra está suelta. Busca a la izquierda, luego a la derecha. Uno de los intentos le provoca nauseas. Entonces escupe al pasto seco. “¿Es positivo?”, pregunta una integrante de la Comisión Nacional de Búsqueda de Desaparecidos (CNBD). Hernández no dice nada, sólo acerca la punta de la varilla a la nariz de la que cuestiona. “Sí, es positivo”. Luego llaman a una perrita entrenada. Sus ladridos confirman que abajo de donde están parados hay otra fosa. Entonces los de Protección Civil usan picos y palas para abrir el lugar.
Hernández se aparta. Va por una varilla que no esté contaminada y repite el proceso a unos metros del punto en que halló la fosa clandestina. Bajo un árbol vuelve a toparse con las nauseas. “Otro positivo”, dicen. Son sorpresas para las familias, pues se supone que esa área ya había sido peinada por las autoridades. Los compañeros de Hernández nada más observan lo que hace. Uno trata de emularlo, pero no lo consigue. Los integrantes de los colectivos dicen que tiene un don. Dicen que hasta lo han escuchado hablarle a los muertos. Y sí. “Déjate hallar”, dice el guardia nacional cuando agita la varilla entre la tierra.
Hernández dice que un día estuvo en el equipo especializado en búsqueda de explosivos. Ahora su tarea es reunir a madres, padres y hermanos con sus familiares desaparecidos. El trabajo lo deja sin olfato. El trabajo le provoca tomarse el estómago y respirar hondo varias veces en una misma jornada, pero él sigue. “Déjate hallar”, repite. “Mañana te vuelvo a buscar”, dice cuando no obtiene la respuesta esperada. Los integrantes de colectivos lo premian con una Coca-Cola bien fría. Luego bromean con él. Vino a Guanajuato desde alguna costa del país. Dice que pronto se irá. Después entierra la varilla otra vez.
Los trabajos en Salvatierra iniciaron el 20 de octubre. Entre las víctimas había más de una decena de mujeres. La Fiscalía General del Estado de Guanajuato llamó a familiares de personas desaparecidas a que aporten “muestran biológicas que permitan ser susceptibles de cotejo” para determinar las identidades de las personas localizadas en el Rancho Nuevo.
A LA ORILLA DE LA FOSA
Salvatierra se encuentra en los Valles del sur de Guanajuato. Al norte limita con Cortazar; al sur con Acámbaro; al noreste con Tarimoro. Al oeste sus fronteras se topan con Yuriria y Santiago Maravatío. Al noroeste, limita con Jaral del Progreso. Tiene una superficie de más de 507 kilómetros cuadrados y se divide en 64 comunidades. El río Lerma atraviesa su territorio de norte a sur. Entre el centro del municipio, donde familias comen helado y empanadas, y los senderos del Rancho Nuevo hay entre 3 y 4 kilómetros de distancia. Apenas unos minutos a pie separan a ese Salvatierra, el de los monumentos del Virreinato, y el Salvatierra del enorme cementerio clandestino.
Hasta allá viajaron una madre y su hija. Ellas buscan a un joven. Dicen que están seguras de que está muerto, pues alguien les mandó un día una evidencia irrefutable. Pero también aseguran que hallarán la paz hasta que den con sus restos. Ambas se ponen guantes de plástico y llenan cubetas con la tierra suelta alrededor de las fosas de Rancho Nuevo. Luego cuelan lo que juntaron. Buscan cadenas, tarjetas, algún objeto significativo que pueda ayudar a identificar a los asesinados. Es un proceso cansado. Sudan, toman aire, se sientan un momento en la sombra, y luego le siguen. Hoy han encontrado un casquillo percutido y hasta lo que parece un trozo de hueso. Los peritos de la Fiscalía serán los encargados después de determinar si los objetos sirven como pistas.
“¿Y tú a quién buscas?”, pregunta la hija. “¿Y tú?”, cuestiona luego de escuchar una historia. Cada vez que lo hace una lágrima se escurre de su ojo izquierdo. Pero lo vuelve a hacer. “¿Y tú a quién buscas?”, pregunta. Después se sienta en la orilla de la fosa que Hernández encontró unas horas antes. Mira fijamente los huesos de un hombre que mide un metro y setenta centímetros de pies a cabeza. Lo inspecciona. Quién sabe en qué piensa. Luego se levanta y abraza a su mamá. Las dos se quedan estáticas en medio de los peritos, los integrantes de Protección Civil, los miembros de colectivos de búsqueda y los soldados. No dicen nada. Nada más se quedan ahí. Estáticas. Ven a detalle el cuerpo.
Entre 2006, año en que Felipe Calderón Hinojosa inició la llamada “guerra contra el narcotráfico”, y septiembre de 2020, en México se localizaron más de 4 mil fosas clandestinas. En ellas había casi 7 mil cuerpos. Veracruz, Tamaulipas, Guerrero, Sinaloa y Zacatecas son las entidades en las que más fosas fueron halladas en el periodo citado, de acuerdo con datos del Gobierno federal. En el país hay más 60 mil carpetas de investigación por desapariciones.
PICAR LA TIERRA CON RABIA
El hijo de Paco baja al hueco que abrieron los de Protección Civil. Ya se alcanza a ver un hueso del brazo izquierdo del hombre de un metro y 70 centímetros. Toma un bote grande y lo empieza a llenar con la tierra. No habla. Llega la hora de la comida y ahí se queda, bajo el sol. Quién sabe cómo es su rostro. Lo oculta porque los criminales tienen ojos en todos lados. Pasan las horas y las horas y él sigue jalando tierra. No descansa. No toma agua. No ingiere alimentos. Parece que trabajara contra el tiempo. Apenas terminan de descubrir el cuerpo cuando ya está pidiendo el pico para ir a abrir la tierra en otro lado. Le dicen que los otros posibles puntos serán abiertos hasta el día siguiente porque al sol le quedan pocas horas. Él se queda impaciente. Quiere seguirle.
A su padre le mandaron un mensaje meses atrás. Era un ícono del WhatsApp. Una manita que saludaba. Un mes después le enviaron el mismo mensaje. Creen que era su hermana tratando de comunicarse. Tal vez el que la tiene secuestrada se descuidó y ella aprovechó para mandar una señal de vida, aseguran. Vinieron a buscar atrás de la Planta Química porque eso les dijeron en una llamada después. Pero se niegan a creer que la mujer de 32 años está ahí. Nada más quieren ayudar a los otros. “Mi hija no está aquí. Mi hija está viva. Ha habido muchas coincidencias. Mi hija está viva”, dice Paco. Su hijo no habla.
A las 18:00 horas del martes 3 de noviembre, ambos suben a un camión custodiado por autoridades. Son trasladados a su hogar con la promesa de que al día siguiente van a volver para seguir picando la tierra. Si el día tuviera 70 horas de sol, seguro se quedarían. En un turno de 8 horas ayudaron a desenterrar tres cuerpos. Antes de bajar del autobús son despedidos con los puños cerrados, pues también hay que cuidarse de la COVID-19. Luego se ocultan entre la oscuridad de una autopista guanajuatense.
POR LA PAZ
Laura lleva unos meses buscando a su esposo. Dice que hace tiempo lo soñó amarrado con alambre de púas de pies y manos. Dice que está segura de que ya lo mataron. Él viajaba en una camioneta cuando desapareció en León, a 166 kilómetros de distancia de Salvatierra. Entre los pedazos de ropa quemada, botones y otros plásticos que salen de la tierra colada, hoy ha visto un pequeño trozo de alambre. Se nota en su voz que tiene la esperanza de haber hallado el sitio en que él podría estar. Asegura que el primer día que visitó las fosas del Rancho Nuevo volvió a verlo en la noche. “Soñé que me daba las gracias”.
Su relato abraza a los de otras familias. Una mujer cuenta que un día soñó a su familiar con la playera ensangrentada. “Estaba un río. Iba nadando, tratando de escapar de los malos”. Una más asegura que a su ser querido lo vio bajar de un cerro custodiado por criminales, igual, en un sueño. “Vienen a despedirse en los sueños porque ya no pudieron hacerlo en vida”.
Son miles las historias. Es incalculable el dolor. Fue en 2017 cuando el Cártel de Santa Rosa de Lima, liderado por José Antonio Yépez Ortiz, alias “El Marro”, inició una cruenta batalla contra integrantes del Cártel Jalisco Nueva Generación, grupo dirigido por Nemesio Oseguera Cervantes, conocido como “El Mencho”. La guerra se extendió por caminos y territorios de Guanajuato. Fueron esos grupos criminales los que comenzaron a utilizar senderos apartados para deshacerse de inocentes.
En los primeros nueve meses de 2020, en Guanajuato se abrieron 2 mil 557 carpetas de investigación por homicidios dolosos, de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP). Es decir, más de 280 asesinatos en promedio mensual. En ese contexto violento mujeres y hombres comen una torta de salchicha, beben un poco de jugo y muerden una galleta para tener energía para seguir buscando entre la tierra. En ese contexto sueñan con sus seres queridos. En ese contexto esperan que un día Guanajuato recupere la paz.
*Los nombres de las personas que aparecen en este texto fueron modificados por su seguridad.
Carlos Vargas Sepúlveda
Periodista hecho en Polakas. Autor del libro Rostros en la oscuridad: El caso Ayotzinapa. Hace crónica del México violento de hoy. Ya concluyó siete maratones.
https://dev.sinembargo.mx/author/carlos-vargas/