Autora de una extensa obra que oscila entre la poesía y el ensayo, la poeta neoyorquina de 77 años debutó con Firstborn en 1968, volumen al que le siguieron otros once. Su consagración llegó con El triunfo de Aquiles (1985), y el poemario Faithful and Virtuous Night le valió el National Book Award en 2014.
Eventualmente compaginó de forma permanente la creación literaria con la docencia, tanto en el Goddard College de Vermont como en la Universidad de Yale. Su poética -que habla del paso del tiempo, la naturaleza y la familia- dialoga con los mitos antiguos y la tradición literaria de occidente.
Berlín, 10 de octubre (EFE).- La Premio Nobel de Literatura de 2020, Louise Glück, es autora de una extensa obra lírica y ensayística en la que oscila entre la poesía y la reflexión sobre la escritura poética y en la que dialoga permanentemente con los mitos de la antigüedad clásica y con la tradición literaria de occidente.
Su obra, ya antes del Nobel, le había valido premios y reconocimientos importantes, entre ellos el Premio Pulitzer de Literatura.
Su editor español, Manuel Borrás de Pre-Textos, sostiene que su poesía es de apariencia sencilla pero, en realidad, trascendente y de horizontes complejos. Son referentes en sus obras el paso del tiempo, la relación con la naturaleza y la vida familiar, explica Borrás, que señala lo accesible y a la vez riquísima escritura de Glück.
Glück, nacida en Nueva York en 1943, debutó con Firstborn, un libro de poesía publicado en 1968, después del cual tuvo un bloqueo creativo que logró superar cuando empezó a enseñar Literatura en el Goddard College de Vermont en 1971.
A ese volumen primerizo siguieron otros once. En algunos se sumerge en mitología y motivos clásicos, en otros apostaría por cambios radicales de estilo. Eventualmente compaginó de forma permanente la creación literaria con la docencia y con la escritura de textos teóricos, centrados fundamentalmente en el tema de la creación poética.
Los títulos de algunos de sus libros, como El triunfo de Aquiles (1985), que alude el personaje central de La Iliada de Homero, o Vita Nuova (1999), que remite a la obra lírica de Dante Alighieri, dan testimonio ya de su diálogo permanente con el pasado.
Algo que ha corroborado el secretario permanente de la Academia Sueca, Anders Olson, que ha calificado la colección Averno como una interpretación moderna del mito griego de Perséfone.
Una cultura herencia además de sus orígenes europeos ya que sus abuelos paternos eran judíos húngaros que emigraron a Estados Unidos. Su padre fue el primer miembro de la familia en nacer en EU y aunque tuvo ambiciones literarias, se dedicó a otras actividades para ganarse la vida.
En todo caso, está claro que Glück recibió desde niña cierta formación básica relacionada con la mitología griega y con la historia y que empezó a escribir poesía tempranamente.
Como adolescente sufrió de anorexia y estuvo en tratamiento psiquiátrico durante siete años. Eso le impidió ir a la universidad como estudiante a tiempo completo y se dedicó a asistir a cursos de escritura creativa.
Su consagración llegó con El triunfo de Aquiles, que llevó a que el crítico Peter Stitt la calificase como «una de las voces poéticas más importantes de nuestro tiempo».
En 1990 publicó Ararat, una colección en la que se confrontaba con los temas fundamentales del «Génesis» y que fue calificado por el New York Times como «el libro mas brutal y doloroso de la poesía estadounidense de los últimos 25 años».
En 1994 recogió sus ensayos en un libro titulado Proofs & Theories: Essays on Poetry.
En 2004 publico un largo poema, un libro entero, titulado Octubre que era una respuesta a los atentados del 11 de septiembre de 2001 y en el que recurre a mitos griegos para explorar temas como el sufrimiento y los traumas individuales y colectivos.
En muchos de sus poemas mezcla un tono íntimo y personal, muchas veces en primera persona que le ha valido ser relacionada con una tradición estadounidense de la que forman parte Emily Dickinson, Sylvia Plath o Elizabeht Bishop.
Sin embargo, con sus referencias a los mitos y a la tradición literaria, Glück convierte el «yo lírico» en una especie de ficción y le da cierta universalidad a su experiencia íntima.
Su último poemario, Faithful and Virtuous Night (2014), le valió el National Book Award.
Glück se ha casado y se ha divorciado dos veces y tiene un hijo, Noah Drawow.
El pasado jueves, Glück se convirtió en la décimosexta mujer en la lista de los Nobel de Literatura, que ha distinguido a 117 autores en más de un siglo de historia. Y, como el conjunto de estos galardones, será entregado el 10 de diciembre, aniversario de la muerte de su fundador, el magnate sueco Alfred Nobel.
A continuación, te presentamos diez de los poemas más destacados de la autora neoyorquina:
EL IRIS SALVAJE
Al final del sufrimiento me esperaba una puerta.
Escúchame bien: lo que llamas muerte lo recuerdo.
Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.
Y luego nada. El débil sol temblando sobre la seca superficie.
Terrible sobrevivir como conciencia, sepultada en tierra oscura.
Luego todo se acaba: aquello que temías,
ser un alma y no poder hablar,
termina abruptamente. La tierra rígida
se inclina un poco, y lo que tomé por aves
se hunde como flechas en bajos arbustos.
Tú que no recuerdas
el paso de otro mundo, te digo
podría volver a hablar: lo que vuelve
del olvido vuelve
para encontrar una voz:
del centro de mi vida brotó
un fresco manantial, sombras azules
y profundas en celeste aguamarina.
FANTASÍA
Les voy a contar algo: la gente muere
a diario. Y eso es sólo el principio.
Cada día las funerarias están dando a luz
nuevas viudas, nuevos huérfanos.
Sentados con las manos juntas,
tratan de dilucidar esta nueva vida.
Luego están en el cementerio, algunos
por primera vez. Tienen miedo de llorar,
algunas veces de no llorar. Alguien se aproxima,
les explica lo que deben hacer ahora,
que podría ser dar un breve discurso
o arrojar tierra a la tumba abierta.
Y tras esto, cada uno retorna a la casa
que está de repente llena de visitantes.
Imponente, la viuda se sienta en el sillón,
por lo que la gente se le va acercando en fila,
en ocasiones toman su mano, en ocasiones la abrazan.
Ella tiene palabras para todos,
les agradece, les agradece su presencia.
Aunque en su fuero interno quiere que se larguen.
Quiere estar de vuelta en el cementerio,
de vuelta en el lecho del enfermo, en el hospital.
Ella sabe que es imposible. Pero su deseo de retroceder,
es su única esperanza. Y sólo un poquito,
no hasta llegar al matrimonio o al primer beso.
LA TERQUEDAD DE PENÉLOPE
Un pájaro llega a la ventana. Es un error
considerarlos solamente
pájaros, muy a menudo son
mensajeros. Por eso, una vez
se precipitan sobre el alfeizar, se quedan
perfectamente quietos, para burlarse
de la paciencia, alzando la cabeza para cantar
pobrecita, pobrecita, un aviso
de cuatro notas, para volar luego
del alfeizar al olivar como una nube oscura.
¿Pero quién enviaría a una criatura tan liviana
a juzgar mi vida? Tengo ideas profundas
y mi memoria es larga; ¿por qué iba a envidiar esa libertad
cuando tengo humanidad? Aquellos
que tienen el corazón más diminuto son dueños
de la mayor libertad.
AMOR BAJO LA LUZ DE LA LUNA
A veces un hombre o una mujer imponen su desesperación
a otra persona, a eso lo llaman
alternativamente desnudar el corazón, o desnudar el alma.
(Lo que significa que para entonces adquirieron una.)
Afuera, la tarde de verano, todo un mundo
arrojado a la luna: grupos de formas plateadas
que podrían ser árboles o edificios, el angosto jardín
donde el gato se esconde para revolcarse en el polvo,
la rosa, la coreopsis y, en la oscuridad, la cúpula dorada del capitolio
transformada en aleación de luz de luna,
forma sin detalle, el mito, el arquetipo, el alma
llena de ese fuego que en realidad es luz de luna,
,tomada de otra fuente, y brilla unos instantes, como brilla
la luna: piedra o no,
la luna sigue estando más que viva.
EL DESEO
¿Te acuerdas de cuando pediste un deseo?
Yo pido muchos deseos.
Cuando te mentí
sobre lo de la mariposa. Siempre me pregunté
qué pediste.
¿Qué crees que pedí yo?
No sé. Que volvería,
que al final de alguna manera estaríamos juntos.
Pedí lo que siempre pido.
Pedí otro poema.
EL VESTIDO
Se me secó el alma.
Como un alma arrojada al fuego,
pero no del todo,
no hasta la aniquilación. Sedienta,
siguió adelante. Crispada,
no por la soledad sino por la desconfianza,
el resultado de la violencia.
El espíritu, invitado a abandonar el cuerpo,
a quedar expuesto un momento,
temblando, como antes
de tu entrega a lo divino;
el espíritu fue seducido, debido a su soledad,
por la promesa de la gracia.
¿Cómo vas a volver a confiar
en el amor de otro ser?
Mi alma se marchitó y se encogió.
El cuerpo se convirtió en un vestido demasiado
grande
para ella.
Y cuando recuperé la esperanza,
era una esperanza completamente distinta.
MAÑANA LLUVIOSA
No amas el mundo.
Si amaras el mundo habría
imágenes en tus poemas.
John ama el mundo. Tiene
un lema: no juzgues
si no quieres ser juzgado. No
discutas este punto
con la teoría de que no es posible
amar lo que uno renuncia
a comprender: renunciar
al discurso no significa
suprimir la percepción.
Fíjate en John, fuera en el mundo,
corriendo incluso en un día miserable
como hoy. Que
elijas no mojarte se parece a la patética
preferencia del gato por cazar aves muertas: completamente
consistente con tus dóciles temas espirituales,
el otoño, la pérdida, la oscuridad, etc.
Todos podemos escribir sobre el sufrimiento
con los ojos cerrados. Deberías mostrarle a la gente
algo más de ti misma; mostrarles tu clandestina
pasión por la carne roja.
LAGO EN EL CRÁTER
Entre el bien y el mal hubo una guerra.
Decidimos que el cuerpo fuese el bien.
Eso hizo que el mal fuese la muerte,
que el alma se volviera
completamente en contra de la muerte.
Como un soldado que desea
servir a un gran señor, el alma
desea cerrar filas con el cuerpo.
Se puso en contra de la oscuridad,
en contra de las formas de la muerte
que reconocía.
De dónde viene la voz
que dice: y si la guerra
fuese el mal, que dice
y si fue el cuerpo el que nos hizo esto,
nos hizo tener miedo del amor.
MADRE E HIJO
Todos somos soñadores, no sabemos quiénes somos
Nos hizo alguna máquina; la máquina del mundo, la familia unida.
Y de vuelta al mundo, pulidos con brusquedad.
Soñamos; no nos acordamos.
La máquina de la familia: un pelaje oscuro, el bosque del cuerpo de la madre.
La máquina de la madre: una ciudad blanca dentro de ella.
Y antes de eso: tierra y agua.
Musgo entre las rocas, trozos de hojas y pasto
Y antes, células en una oscuridad absoluta
Y antes de eso, el mundo sin revelar
Para esto nacemos: para callarnos
Células de mi madre y mi padre, es su turno:
sean el eje, el fundamento, la obra maestra
Yo improvisé, nunca me acordé.
Ahora es su turno para dejarse llevar.
Vos sos el que ahora exige respuestas.
¿Por qué sufro? ¿Por qué hay cosas que no entiendo?
Células en una oscuridad absoluta. Nos hizo una máquina.
Es tu momento para sumergirte, para volver a preguntar
¿Para qué existo? ¿Para qué me hicieron?
SEMEJANZA FINAL
La última vez que vi a mi padre ambos hicimos lo mismo.
El estaba parado en la puerta de su habitación,
esperando que yo acabase de hablar por teléfono.
Que él no estuviera pendiente a su reloj
era una señal de que quería conversar.
Conversar para nosotros siempre significó lo mismo.
El decía algunas palabras, yo decía unas de vuelta.
Y en eso consistía.
Casi terminaba agosto, hacía mucho calor, mucha humedad.
Al lado los trabajadores arrojaban gravilla fresca en la marquesina.
Mi padre y yo evitábamos estar solos;
No lográbamos conectarnos, hablar por hablar.
Era como si no existieran
otras posibilidades.
Así que esta era especial: cuando un hombre se esta muriendo,
hay de que hablar.
Debe haber sido temprano en la mañana. De un lado a otro de la calle
los aspersores empezaron a funcionar. El camión del jardinero
apareció al final de la cuadra
hasta que se detuvo para estacionarse.
Mi padre quería contarme cómo era eso de morirse.
Dijo que no estaba sufriendo.
Dijo que se había quedado esperando el dolor, aguardando, pero nunca vino.
Lo único que sentía era una especie de debilidad.
Le dije lo mucho que me alegraba, que me parecía que tenía suerte.
Algunos de los maridos se subían a sus carros para ir al trabajo.
No gente que conociéramos. Nuevas familias,
familias con niños pequeños.
Las amas de casa se paraban en la marquesina, gritando o haciendo ademanes.
Nos dijimos adiós como acostumbrábamos,
Sin abrazarnos, nada dramático.
Cuando el taxi vino, mis padres lo observaron desde la entrada,
Agarrados de las manos, mi mamá tirando besos como suele hacer,
ya que le molesta cuando una mano no se está usando.
Pero por primera vez, mi padre no sólo se quedó parado ahí.
Esta vez saludó.
Eso mismo hice yo en la puerta del taxi.
Como él, saludé para esconder el temblor de mi mano.