Una revisión de los estudios sobre el efecto de la subida de temperaturas en la pandemia del CSIC y la Universidad de Málaga indica que es «precipitado, cuando no incorrecto» asumir esa hipótesis porque no se ha demostrado la relación causa-efecto.
Por Raúl Rejón
Madrid, 24 de mayo (ElDiario.es).- No hay certeza de que el verano vaya a ser un aliado potente en la contención de la pandemia de COVID-19. La subida de temperaturas en el hemisferio norte no puede conllevar una bajada de la guardia en las medidas de prevención contra el SARS-CoV-2 porque los estudios que están relacionando el clima con la distribución del virus «deben ser puestos en cuarentena, en lo que a evidencia científica consistente se refiere». Es la conclusión de una revisión exhaustiva de publicaciones llevada a cabo por un equipo mixto de la Universidad de Málaga y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
«Resulta claramente precipitado, por no decir incorrecto, asumir la hipótesis de que su distribución actual [de la COVID-19] está en pseudoequilibrio con el clima», explica el trabajo publicado en la revista Investigaciones Geográficas. Si bien se acepta de manera general que los factores ambientales (como los climáticos) pueden estar influyendo en la distribución de la pandemia, los autores insisten en que «el ser humano ha sido el vector fundamental de propagación de la COVID-19 y que la distribución global del SARS-CoV-2 está condicionada por el mapa de la movilidad de la población y la conectividad geográfica». Es decir, de momento, lo que está asegurado es que son las personas y sus movimientos (locales, nacionales o globales) la clave para gestionar la pandemia en esta fase que denominan «de propagación».
NO SE HA AISLADO LA METEOROLOGÍA DE OTROS FACTORES
En cuanto a los elementos más ambientales, este análisis de estudios admite que existe un consenso en cuanto a que las condiciones atmosféricas pueden influir en la expansión de la COVID-19, pero advierte de que la mayoría de los trabajos que apuntan a esas conclusiones se basan en observaciones de lo que está ocurriendo, que no han podido aislar esas condiciones atmosféricas de otros posibles factores.
Con todo, se ha apuntado a que las situaciones de tiempo seco y fresco, dentro de climas mesotérmicos (a medio camino entre el árido y el húmedo), se revelan como las idóneas para este coronavirus y esto lleva a pensar que la pandemia puede tener un carácter estacional: la circulación de virus se activa con esas condiciones «frescas y secas» y tiende a desactivarse con el calor.
Sin embargo, esta investigación viene a poner sordina a estas hipótesis de trabajo: «La mayor parte de las investigaciones revisadas adolecen de la inmediatez de los datos disponibles y de una aplicación de métodos de calibración y evaluación no adecuados a la naturaleza del problema, por lo que generan numerosas incógnitas relacionadas con la prevalencia real de la enfermedad», escriben. Es decir, se han desarrollado con los datos que hay ahora mismo y se han evaluado con herramientas que dejan fuera variables importantes a juicio de este equipo.
Y abundan en que no se ha logrado probar de manera concluyente, particular y «genuina» el efecto de la temperatura y humedad del aire en el comportamiento de la enfermedad por más que, en condiciones controladas, se haya observado que el SARSCov2 es sensible a la temperatura propia del verano. «El que se observe una relación «estadísticamente significativa» entre temperatura y la incidencia de la COVID-19 no significa que exista una relación directa causa-efecto entre ambas variables. Dicha relación puede estar mediada por otros factores como, por ejemplo, la distribución, densidad y movilidad de la población».
En estas circunstancias, los investigadores consideran que todavía es complicado discernir si las diferencias observadas en la propagación de la enfermedad por zonas geográficas se deben a las distintas temperaturas y humedades o a otros factores: «Se hace muy difícil aislar de forma fehaciente el efecto genuino de las condiciones atmosféricas en la propagación de la enfermedad de otros efectos», concluyen. Aunque sí admiten que «cosa diferente es que suministren indicios y patrones útiles para la generación y discusión de hipótesis susceptibles de ser contrastadas a través de aproximaciones metodológicamente rigurosas.
Dudas parecidas sobre el papel del clima en la expansión de la COVID-19 aparecieron hace unos días en la revista Science recogidas en una investigación de la Universidad de Princeton que señalaba que «aunque el tiempo (atmosférico) puede jugar un papel relevante en las infecciones endémicas, durante la fase de pandemia de una enfermedad emergente (como la COVID-19) el clima provoca únicamente cambios modestos en el tamaño de esa pandemia». Y añadían: «Nuestros hallazgos sugieren que, sin medidas efectivas de control, fuertes brotes son probables en climas más húmedos y el verano no limitará de manera significativa el tamaño de la pandemia».
La conclusión que aportan los investigadores españoles es que todavía deben despejarse interrogantes, y concretamente respecto a las condiciones atmosféricas, «estudiar primero y en condiciones controladas el efecto de sus principales elementos (temperatura, humedad) y su importancia en el contexto de los mecanismos de contagio que producen la propagación del virus y la enfermedad».