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Francisco Ortiz Pinchetti

15/05/2020 - 12:04 am

Cuando los perros sacan a pasear a sus dueños

Lo que menos me imaginaba, sin embargo, es que iba a encontrar en mis caminatas a una cantidad no de personas, sino de perros, que a esas horas sacan a pasear a sus dueños. Cosas de la pandemia, ahora las cosas son al revés.

Lo Que Menos Me Imaginaba Sin Embargo Es Que Iba a Encontrar En Mis Caminatas a Una Cantidad No De Personas Sino De Perros Que a Esas Horas Sacan a Pasear a Sus Dueños Foto Especial

Todas las tardes, justo a punto del anochecer, me blindo como caballero andante del siglo XIV para acometer la hazaña de salir a hurtadillas de mi escondite, una escapada de no más de 30 minutos. Antes de salir, por supuesto, me coloco tapabocas, careta de mica y gorra de pelotero, a manera de modernos yelmo, barbera y visera de armadura medieval.

Mi único objetivo es cruzar al parque que por ventura se encuentra mero enfrente de mi edificio para caminar por sus veredas un rato y así estirar los músculos, como se dice, y gastar un poco de la energía acumulada por las suculentas comidas que me despacho yo mismo desde que estamos en este interminable encierro.

La única condición de tan atrevida excursión es no cruzarme con ser humano alguno durante mi caminata presurosa, lo cual no parece ser muy difícil en las condiciones de aislamiento domiciliario que la mayoría cuando menos de mi colonia hemos adoptado. Además la hora de mis paseos, que uno supondría no es la más apropiada para salir por el riesgo evidente de ser sorprendido por las sombras… y por algún malora que no haya comprendido la instrucción de suspender todas las actividades un esenciales, como es la suya.

A manera de entretenimiento, aunque en el fondo es una manera de asegurar la sana distancia con cualquier otro paseante, me he inventado un juego en solitario que además de todo me divierte. El jugador, en este caso yo, recibe de entrada 15 puntos, con los cuales debe iniciar la partida. El objetivo, repito, es evitar cruzarse con otra persona, independientemente de las protecciones que ambos lleven. No hay una ruta fija. Se puede circular libremente por todos los andadores, calzadas, veredas, recovecos  y plazuelas del parque.

Cada cruce con alguien cuesta al jugador una multa de cinco puntos. El perder los 15 puntos de reserva le pone automáticamente fuera del juego, como derrotado. Hay un recurso extremo cuando el riesgo es quedar atrapado entre dos enemigos, lo que fulminantemente significaría expulsión: dejarse caer al arroyo, fuera de la acera circundante del parque. Esa jugada, sin embargo, cuesta 10 puntos.

El jugador solitario, o sea yo, tiene la opción de tocar base. Hay dos. Una es la pequeña capilla colonial de San Lorenzo Mártir, ubicada en la esquina noreste del parque. Les platico que ese templo fue construido por los evangelizadores franciscanos a finales del siglo XVI. Se trata de uno de los tres recintos religiosos más antiguos de la ciudad, hoy restaurado y catalogado como Monumento por el INAH. Una joya. La otra base está en la esquina contraria, la suroeste. Es una caseta que se usa de bodega, donde los jardineros guardan sus avíos de trabajo.

Por llegar a cualquiera de esos dos lugares, lo cual deberá ser de manera alternada, el jugador, o sea yo, recibe cinco puntos adicionales. Gana el jugador que logre cumplir el tiempo pre establecido –20 o 30 minutos— sin perder su capital.

Lo que menos me imaginaba, sin embargo, es que iba a encontrar en mis caminatas a una cantidad no de personas, sino de perros, que a esas horas sacan a pasear a sus dueños. Cosas de la pandemia, ahora las cosas son al revés. Son decenas de mascotas que a esas horas se apoderan literalmente del parque y que con sus dueños a rastras constituyen el mayor peligro para el jugador solitario, o sea yo. Lo curioso es que prácticamente no me topo a otros caminantes solos o en pareja. Ni siquiera transeúntes que crucen el jardín rumbo a algún destino.

El fenómeno no es exclusivo de mi parque ni de mi colonia ni de mi Alcaldía. Ciertamente entre las 10 colonias más amigables de la ciudad con las mascotas, –según los que entienden de esas cosas, como el portal inmobiliario Propiedades.com– hay seis que están ubicadas precisamente en la Benito Juárez: Narvarte Poniente, Nápoles, Del Valle Centro, Letrán Valle, Del Valle Sur y Narvarte Oriente. Todas ellas, como la mía, tienen la característica común de contar con un parque público local al menos en sus inmediaciones.

No habría duda sobre esta condición de las colonias juarenses con solo observar la cantidad no solo de consultorios veterinarios, sino de de hospitales caninos, estéticas, pensiones, hoteles, escuelas, paseadores, clínicas spa y tiendas de alimentos y juguetes para perros que hay en la demarcación, además por supuesto de un número creciente de cafeterías, restaurantes, neverías y hasta bares pet-friendly. 

Con razón el Alcalde Santiago Taboada Cortina –que por cierto se ha visto notablemente oportuno y diligente frente a la pandemia– se refirió al tema hace unos días. A través de un mensaje en redes sociales hizo un llamado a planificar las salidas para pasear de los animales de compañía. Explicó que se deben realizar en los horarios menos concurridos y posteriormente realizar tareas de limpieza. “Paseos cortos, limpiar sus patitas y correas con agua y con jabón al regresar a casa”, refirió  al instar a cuidar a los perros durante esta crisis sanitaria, “porque son parte de nuestra familia”.

Nada raro mi descubrimiento cuando México es el segundo país del mundo con más perros, después sólo de Argentina. Según estadísticas del Inegi en el país habrá algo así como 15.5 millones de perros, aunque sólo unos seis millones tienen casa y dueño. Se calcula que en la Ciudad de México 70 de cada 100 hogares tienen al menos una mascota, y que el 89 por ciento de esas mascotas son perros. Y en zonas como la Condesa, la Nápoles o la Del Valle, la densidad perruna es mayor.

Vista esa realidad, creo que no me queda más remedio que seguirme cuidando no de los transeúntes, sino de los perros que sacan a pasear a sus dueños ahora hasta cuatro o cinco veces al día, en lugar de las dos habituales, aprovechando la cuarentena. Finalmente son animalitos casi siempre simpáticos, aunque ciertamente impredecibles, por lo que su dificulta grandemente el esquivarlos.

Encuentro en un periódico español, La Voz de Galicia, una hermosa referencia a este fenómeno, que por lo visto es mundial, en un texto de Luis Pousa sobre la vida en cuarentena de estos tiempos. “Además de silencio –pone– abundan los perros. Estos días son los perros los que sacan a pasear a sus dueños. Incluso hay dueños sin can que, como aquel personaje de Medianoche en el jardín del bien y del mal, sacan a pasear un perro imaginario por las calles huecas de La Coruña…” Válgame.

@fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).
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