Los libros de Carrère estremecen, sobre todo sus novelas de no ficción, que mezclan crónica y autobiografía. Este autor francés cuenta historias terribles y perturbadoras desde la intimidad. Nos arroja a un rincón oscuro y, sin dejarnos escapar, nos provoca una empatía desoladora.

Anagrama compila tres obras fundamentales: El adversario, la historia de un hombre que mata a toda su familia antes de ser revelada su gran mentira; Una novela rusa, una indagación en la memoria y los secretos familiares del propio autor y De vidas ajenas, libro que aborda la pérdida.

Ciudad de México, 9 de mayo (SinEmbargo).- Los libros de Emmanuel Carrère estremecen, sobre todo sus novelas de no ficción, mezcla de crónica, autobiografía y testimonio. Carrère (París, 1957) tiene la capacidad de contar historias terribles, perturbadoras, desde la intimidad: en sus obras no solo habla de los otros, sino de sí mismo. Y, al hacerlo, transforma lo personal en universal.

En su libro El adversario, un descenso a las zonas limítrofes de la condición humana, narra la historia Jean-Claude Romand, quien el 9 de enero de 1993 mató a su mujer, sus hijos y sus padres. Todo esto tras derrumbarse una gran mentira: durante 20 años le hizo creer a su familia que tenía una carrera exitosa como médico, la cual lo había llevado a ocupar un alto cargo en la OMS.

“La investigación -escriben los editores- reveló que no era médico, tal como pretendía y, cosa aún más difícil de creer, tampoco era otra cosa. Mentía desde los 18 años. A punto de verse descubierto, prefirió suprimir a aquellos cuya mirada no hubiera podido soportar”.

Ese libro catapultó a la fama a Carrère. A dicha obra le siguió Una novela rusa, una indagación de la memoria y los secretos familiares, que lo llevó a realizar un viaje (interior también) a la Rusia profunda.

El 25 de noviembre de 2017, Carrère recibió el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, en el marco de la 31 edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Ante más de mil 500 asistentes, reunidos en el Auditorio Juan Rulfo, reflexionó sobre su obra:

“Como muchos autobiógrafos, a menudo he tenido que responder a esta pregunta: ¿No le causa problemas, no le molesta hablar de sí mismo así? Así quiere decir de forma sincera, cruda, y la mayor parte del tiempo eso se refiere a hablar de sexo. Para esta pregunta tengo una respuesta sin rodeos: No, no me molesta; no, no me causa ningún problema. ¿Y por qué? Por una razón muy simple: Porque soy yo quien decide qué revelar y qué callar. Soy yo quien decide en qué punto colocar la línea divisoria entre el autoelogio y la autodenigración, que son desde siempre los dos polos entre los que oscila la autobiografía”.

Y sí: abunda la autodenigración, como se lee en las páginas de Una novela rusa.

“No frecuento mucho el mundo exterior, la vida real, y paso la mayor parte del tiempo en mi propio universo interior, del que estoy cansado, precisamente, o del que me siento prisionero. Solo quiero huir de esta cárcel, pero no lo consigo, ¿y por qué? Porque tengo miedo de huir de ella y también, y es lo más desagradable de admitir, porque en el fondo me gusta”.

La última novela del volumen, editado por Anagrama, De vidas ajenas, aborda la pérdida entrecruzando “las consecuencias de un tsunami en Sri Lanka y la devastación de un cáncer”.

Leila Guerriero, periodista argentina, al referirse a tres artículos escritos por Mariana Enríquez, Juan Forn y Rodrigo Fresán, escribe:

“La mano de autores que, con premeditación y absoluta alevosía, para bien, para mal, y para todo lo contrario, escanciaron el adjetivo asqueroso junto a la palabra niño, dotaron a un cable de una cualidad furiosa, a unos cuantos cuadros de una voluntad demente, e hicieron todo eso no porque no tuvieran nada mejor que hacer, sino porque sintieron, dura como un fuego, arrasadora, la fe, la profunda fe en que tenían algo para decir. Y quizás de eso, y de ninguna otra cosa, se trata todo esto: de estar enfermos de esa fe y de buscar, desesperadamente, tanto en la paz como en la zozobra, las frases que puedan transformarla en estremecimiento”.

Y eso es lo que se experimenta al leer a Carrère, un autor que nos arroja a un rincón oscuro y, sin dejarnos escapar, nos estremece, nos agobia y nos provoca una empatía desoladora.