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Enedina, Marllory, Thonya, Mery, Liliana y más mujeres, a cargo de grupos criminales en México y AL

17/04/2020 - 11:56 am

Una investigación realizada por el Observatorio Colombiano de Crimen Organizado de la Universidad del Rosario e InSight Crime cuestiona la tendencia a presentar a las mujeres exclusivamente como víctimas o, en algunos casos, victimarias, dentro de los grupos del crimen organizado en América Latina.

Ciudad de México, 16 de abril (InSight Crime).– Desde cocineras a raspachinas hasta propietarias de sus propios imperios de la droga o redes de tráfico y contrabando, las mujeres operan con versatilidad y se mueven en un amplio espectro de roles, desafiando la división existente del trabajo según el género, mientras que coexisten con organizaciones criminales que siguen imponiendo un sistema patriarcal.

Esta investigación de InSight Crime y el Observatorio de Crimen Organizado de la Universidad del Rosario revela la complejidad de los roles femeninos dentro del crimen organizado y cuestiona la tendencia a presentar a las mujeres exclusivamente como víctimas o, en algunos casos, victimarias.

La participación de las mujeres en estructuras de crimen organizado no es uniforme. Los diversos roles que las mujeres desempeñan en las economías criminales permiten caracterizar distintos tipos de participación que configuran un espectro, el cual va desde subordinadas y víctimas hasta protagonistas, líderes y victimarias en algunas de las economías criminales.

Si bien el ejercicio permite constatar la altísima victimización de las mujeres al interior de las economías criminales analizadas, así como la concentración del quehacer doméstico en los rangos inferiores de la división jerárquica del trabajo criminal, también desmiente la suposición de que las mujeres no participan de forma voluntaria y protagónica en el crimen y menos en acciones violentas relacionadas con este fenómeno, pues se espera de ellas un comportamiento ajustado a los cánones patriarcales, que establecen que los liderazgos y las acciones violentas son asunto de hombres, correspondientes a funciones supuestamente masculinas.

Por el contrario, la participación de las mujeres en economías de crimen organizado no es excepcional y no se presenta solo en labores menores o posiciones subordinadas. De hecho, hay abundantes ejemplos de liderazgos de mujeres en economías de crimen organizado, los cuales se pueden caracterizar según el uso que hacen de la violencia. El propósito de esta investigación es presentar los perfiles de siete mujeres en posiciones de liderazgo en las economías criminales seleccionadas, a modo de ilustración.

El cruce entre liderazgos y violencia en esta discusión es intencional, toda vez que ambas características de la criminalidad de las mujeres constituyen desviaciones de los estándares socialmente aceptados y reconocidos al interior del crimen organizado, que ameritan ser analizadas a mayor profundidad.

El uso de la violencia por parte de algunas de las mujeres examinadas en estos perfiles criminales controvierte el precepto estereotipado según el cual las mujeres son dadoras de vida y cuidado y no de muerte. A continuación, el estudio de caso de las pandillas en El Salvador complementa la discusión al mostrar que el ejercicio regular de la violencia constituye una posibilidad tanto para hombres como para mujeres.

MUJERES EN LAS PANDILLAS DE EL SALVADOR

En América Latina, Centroamérica es quizás una de las regiones más reconocidas en lo que respecta al crimen organizado. La conformación de algunas de las pandillas con más fama a nivel internacional, Barrio 18 y MS13, entre otras, acaparan el reflector de la violencia y la criminalidad organizada.

Aunque se ha escrito en profundidad sobre estas estructuras y cómo operan en países como El Salvador, Guatemala y Honduras, la actuación de las mujeres al interior de estas organizaciones ha sido menos explorado. Pese a ello, y como ocurre en otras esferas de la actividad criminal, la agencia que las mujeres han llegado a desarrollar dentro de organizaciones criminales como MS13 y Barrio 18 en El Salvador —país donde estas dos pandillas tienen presencia— ha ido en aumento. El trabajo de campo realizado por InSight Crime en el país ha permitido recopilar algunas de las dinámicas y los testimonios que mejor dan forma al rol de las mujeres al interior de las pandillas.

Las maras (como se les llama coloquialmente dentro del país) o pandillas se convierten en el entorno más próximo para muchos jóvenes que viven en barrios con altos índices de pobreza y violencia. La ausencia de hogares como espacios protectores, donde se presentan condiciones de abuso, abandono o explotación laboral, propician la configuración de las pandillas como suplentes de dichos entornos seguros.

Según testimonios de algunas mujeres, la escuela fue el entorno donde encontraron apoyo por parte de sus maestros y maestras, contrario al ambiente en sus hogares. No obstante, esta etapa escolar coincide con el momento más propenso de vinculación a la pandilla. La conclusión de muchos investigadores es que, en la mayoría de los casos, el espacio escolar no es el contexto idóneo para huir de las realidades familiares como lo es la vida en la mara, que les ofrece a los jóvenes protección, afecto, recursos e identidad.

En estas condiciones, la opción más atractiva es vincularse a una pandilla y asegurar un ingreso económico adicional mediante las economías criminales más comunes entre las maras: la extorsión, el narcotráfico y el sicariato. Otras de las razones referenciadas para unirse a estas estructuras son la retaliación o venganza en contra de un agresor y el interés o curiosidad.

Como explica Carolina Sampó, “el atractivo que ejerce el acceso a las drogas, las armas, el sexo [y] el dinero” son factores determinantes cuando las pandilleras han vivido en entornos de precariedad y falta de oportunidades, por lo que aspiran a mejores vidas, a pesar de que se ha demostrado que las condiciones dentro de la pandilla no siempre representan una mejoría en la calidad de vida de estas mujeres.

Los vínculos afectivos con hombres pertenecientes a las pandillas son un mecanismo para la vinculación al grupo. Los pandilleros prefieren buscar mujeres ajenas a la pandilla, especialmente menores de edad que rondan entre los 13 y 15 años, para entablar relaciones. Una vez establecida la relación y, eventualmente, con la existencia de embarazos, las mujeres no tienen otra opción sino convertirse en jainas o compañeras de estos varones.

Dependiendo de su manera de entrar a la organización, las mujeres adquieren diferentes estatus. Las mujeres aspirantes tienen dos opciones: relaciones sexuales con uno o varios miembros de la pandilla o someterse a la brincada, una golpiza que dura entre 13 y 18 segundos, que las aspirantes deben soportar para obtener reputación dentro de la pandilla, lo que les da un mayor estatus.

Estas mujeres están inmersas en un profundo entorno patriarcal y machista que enaltece las cualidades consideradas tradicionalmente masculinas encarnadas en la idea de “macho pandillero”. Sus compañeros las sobrepasan en número: con base en diferentes entrevistas realizadas a hombres y mujeres miembros de pandillas encarcelados, estas últimas nunca superan el 22 por ciento de la muestra. Esto se traduce en que las mujeres tienen mayores dificultades para ganarse el respeto de los otros mareros; demostrar sus habilidades y probar de qué son capaces es parte de lo que significa ser minoría dentro de la mara.

Durante años, el estudio de la participación de las mujeres en las estructuras de crimen organizado se focalizó en debates en torno a la naturaleza sexual de la misma, concentrándose en las mujeres como víctimas de violencia sexual al interior de estas estructuras. Aunque la violencia sexual persiste al interior de estos grupos, enfocarse únicamente en las mujeres como víctimas es un análisis que no complejiza su posición en la mara.

LA AGENCIA AL INTERIOR DE LA PANDILLA

Como señala un reporte de Universidad Centroamericana en El Salvador, las mujeres en las maras desempeñan roles activos, directos y variados que evolucionan en el tiempo. Al principio están involucradas en tareas de tipo “operativo”, y conforme demuestran sus capacidades se les incluye en actividades delictivas relacionadas con la economía criminal de la organización. Entre las más recurrentes están la vigilancia, el cobro de extorsiones o actividades relacionadas con la cadena del narcotráfico; así mismo, muchas de ellas son entrenadas para perpetrar asesinatos y robos masivos.

Entre las primeras labores delegadas a estas mujeres se encuentra la vigilancia de zonas controladas por la mara. A esta tarea se le conoce como posteo, lo cual consiste en mantener informada al resto de la pandilla sobre cualquier actividad que ocurra en dicho territorio. Como corroboró una fuente a InSight Crime, otra de estas primeras tareas consiste en identificar sujetos potenciales de extorsión para comunicárselo a otros pandilleros y que estos realicen el resto de la operación.

De ahí en adelante, cuando las mujeres son parte de una clica —como se le llama comúnmente a un grupo pequeño de pandilleros dentro de la misma mara— realizan las mismas tareas que sus compañeros y con frecuencia ejercen la violencia igual que los hombres: no salen de sus hogares sin su navaja y su pistola, pues seguramente serán necesarias en las tareas diarias, lo cual cuestiona las expectativas sociales de los roles tradicionalmente asignados a mujeres y hombres.

En este sentido, es evidente que las mujeres ejercen violencia con motivaciones similares a las de los hombres, y no puede ser considerado como una anormalidad psicológica, como bien resaltan Gentry y Sjoberg. Por el contrario, hace parte de decisiones autónomas y motivadas que reconocen en la violencia repertorios efectivos en contextos determinados.

El caso de Arleth Liliana Torres, alias “Palina”, es ilustrativo de lo señalado. Esta mujer ingresó a la pandilla Barrio 18 a los 12 años, empezó como postera o campanera. Posteriormente, le fueron asignadas otras tareas, como almacenar armamento para el grupo, delito por el cual fue recluida en un centro de menores durante su adolescencia. Cuando salió de reclusión fue entrenada, junto con otras cinco pandilleras, para integrar un equipo de sicarios dentro de la clica a la cual pertenecía. Palina fue capturada y sentenciada a 25 años de prisión por el asesinato de Carlos Alfredo Chacón, entrenador de los equipos infantiles de Boca Junior y Juventud Católica en la comunidad de Las Palmas.

En todo caso, las mujeres nunca llegan a ocupar un puesto de máximo liderazgo, que en este contexto ostenta el ranflero, uno de los miembros con mayor poder a nivel nacional. El máximo cargo que las mujeres consiguen es el de jainas. La única condición para mantener su poder es ser leales a los ranfleros, pues la infidelidad tiene como sanción la muerte de la mujer. En conversación con InSight Crime en El Salvador, una autoridad judicial aseguró que, cuando el “novio” de una jaina es encarcelado, esta debe mantenerse fiel incluso en esta situación, pues de involucrarse con otro marero puede ser asesinada.

Las mujeres con liderazgos relativos al interior de la mara pueden ejercer el rol de líder de una clica o palabrera. Tal es el caso de Bamby de Tecla, fundadora de la clica “teclas” y cercana a los actuales miembros de la organización. De acuerdo con las autoridades centroamericanas, esta mujer se encarga de mover dinero dentro y fuera del país para la organización.

Muchas de ellas aseguran que, sin importar su estatus, siempre son vistas como madres, incluso cuando son más jóvenes que sus compañeros hombres. Según testimonios de antiguas exmaras, al interior de MS13 y Barrio 18 las mujeres siempre asumen el mismo papel al que supuestamente están destinadas en la cultura salvadoreña: tareas domésticas, cuidadoras, protectoras. Uno de los testimonios relata: “Yo, en el grupo, era como la madre de todos: lavaba para ellos, cocinaba para ellos, organizaba paquetes de comida para ellos”.

El caso de las pandilleras centroamericanas es ilustrativo de la alta complejidad del fenómeno de la participación de las mujeres en crimen organizado. Es evidente que las mujeres en estos grupos están ejerciendo labores de liderazgo —con frecuencia violentos—, lo cual puede implicar una inversión de los roles tradicionales asignados a hombres y mujeres; no obstante, esto se presenta en un contexto en el que los valores y figuras masculinas son altamente apreciadas y donde persisten patrones culturales claramente patriarcales.

Si bien los protagonismos de las mujeres en las pandillas son menos, son al mismo tiempo altamente significativos por lo que representan para la comprensión actual de los fenómenos de la violencia urbana y el crimen organizado.

ESTE CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON AUTORIZACIÓN EXPRESA DE INSIGHT CRIME. VER ORIGINAL AQUÍ. PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN.

Redacción/SinEmbargo
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