Los que golpean a una enfermera en el Oxxo o quieren cerrar un hospital para no correr riesgos, no son muy distintos de aquellos que reclaman por qué se vendieron a China tapabocas en febrero. El egoísmo es el mismo Foto: Carlos Canabal Obrador, Cuartoscuro.

Las situaciones límite desnudan a los seres humanos. Es fácil ser amable y ofrecer el lugar cuando el lugar importa poco o ceder el paso cuando tenemos tiempo de sobra. Pero frente a la escasez y el peligro muchas personas se convierten en la peor versión de sí mismas; la pandemia lo está mostrando. ¿O cómo entender que en un Oxxo se golpeé a una enfermera que entró a comprar un café tras una jornada infernal salvando pacientes? Su pecado, a ojos de quienes le fracturaron dos dedos, es que su sola presencia los ponía en riesgo a todos.

Por desgracia no es un caso aislado. Una comunidad amenazó con destruir un hospital de la zona si se atrevía a recibir un enfermo de coronavirus. En otro hospital, los parientes de un enfermo fallecido a quienes se les impedía ver el cadáver por razones sanitarias, forzaron su entrada y golpearon de fea manera al personal médico.

La mezquindad no reconoce condición social, nivel educativo o zona geográfica. La decencia y la solidaridad ni se enseñan ni se compran. En los barrios ricos y en los barrios pobres, entre gente sin primaria y gente con posgrados, hay hombres y mujeres solidarios, pero también los hay de una ruindad deplorable. La miseria no te convierte en mejor persona moralmente y ser rico no te hace generoso, está claro.

Pero una de las más bajas formas de mezquindad es la que no obedece a pulsiones relacionadas con la supervivencia o la defensa de la propia prole, sino aquella que responde al cálculo, sea económico o político.

Quisiera detenerme en esto último. La conversación pública y las redes sociales se han enfermado de un discurso de odio y descalificación que responde al miedo, hasta cierto punto natural, pero también a la acción de actores políticos dispuestos a sacar raja de la tragedia. Medios de comunicación y periodistas que perdieron sus privilegios, partidos y políticos desbancados del poder, empresarios inconformes con la 4T.

Es comprensible, desde luego, la preocupación de los ciudadanos cuando se preguntan si las autoridades conducen la mejor estrategia posible para combatir al virus y su propagación.

¿Que el gobierno lo puede hacer mejor? Seguramente. Pero es un hecho que lo hará peor si sus críticos se aseguran de descalificar todos y cada uno de los pasos y medidas anunciadas. Llegará el momento de hacer los balances correspondientes, pero tomar como consigna destruir los esfuerzos de la autoridad para paliar la crisis termina por dañarnos a todos.

Al Dr. Hugo López-Gatel, vocero y coordinador operativo, le ha tocado de todo. No ha sido fácil demeritarlo porque es un experto que sabe del asunto más que sus críticos. Para torpedearlo se ha tenido que recurrir a su vida privada, a sacar de contexto sus frases, a tratar de amarrarle navajas con el presidente.

Los que golpean a una enfermera en el Oxxo o quieren cerrar un hospital para no correr riesgos, no son muy distintos de aquellos que reclaman por qué se vendieron a China tapabocas en febrero. El egoísmo es el mismo, pero en este caso no es para protegerse (así sea de manera improcedente), sino para desprestigiar al coordinador de la campaña de salud, abollar a la figura del presidente y sacar ventaja política. El reclamo es absurdo porque los tapabocas no eran del gobierno sino de una empresa trasnacional que las produce en México; segundo, porque eran chinos quienes las necesitaban desesperadamente en ese momento; y tercero porque las autoridades han entendido que, al ser mundial, la pandemia debe ser afrontada de manera solidaria y no convertirnos en un país paria. Hoy están llegando con creces tapabocas de China.

Algo similar está pasando con los gobernadores de oposición que súbitamente y en medio de la emergencia deciden cuestionar la relación fiscal de las entidades más ricas con el gobierno federal (Nuevo León, Jalisco, Coahuila y Tamaulipas). Se quejan de que Hacienda les devuelve menos de lo que recauda en impuestos dentro de su territorio y amenazan con romper el pacto federal. Y en efecto, así ha sido siempre aquí y en la mayoría de los países: el gobierno central está en la obligación de redistribuir recursos para paliar la desigualdad geográfica y promover el desarrollo de las zona atrasadas. Gobiernos priistas o panistas (o para el caso demócratas y republicanos en Estados Unidos) han hecho lo mismo. La situación es revisarle, por supuesto, pero poner el grito en el cielo justo ahora para meter a la 4T en problemas, aprovechando el miedo de los ciudadanos, es de un oportunismo rampante. Por no hablar del egoísmo intrínseco que entraña el intento de ver exclusivamente por sí mismos en momentos de tragedia.

Cuando se construye deliberadamente una atmósfera tóxica para asegurarse de que la opinión pública quede convencida de la incapacidad o la perversidad del gobierno, se pone en riesgo a todos. Un juego peligroso y dañino en momentos en que los esfuerzos del gobierno están encaminados a tratar de proteger a la sociedad frente a la terrible amenaza. Minar esos esfuerzos por consigna o perversión política equivale a dinamitar el barco en el que viajamos todos.

@jorgezepedap
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Jorge Zepeda Patterson

Es periodista y escritor.

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