Jaime García Chávez
16/03/2020 - 12:04 am
La peor parte, de Savater
Bien por Savater, que no aspira a más de dejarnos un testimonio de una vida que él sabe que tiene límites.
Fernando Savater nos lega un memorial de sus amores con Sara Torres Marrero, a quien apodó “Pelo Cohete”. Se trata de una obra aparentemente realizada en la desgana que deja una separación tan fuerte y después de padecer una enfermedad terrible. A su juicio, él padeció la peor parte por la pérdida, aun considerando que ordinariamente es lo que le toca al que inicia el llamado “viaje sin retorno”.
Me llama la atención el desenfado con que escribe, el que por todos lados asoma el filósofo que es y que él hubiera querido borrar en mérito del protagonismo de la que fuera su inolvidable pareja. Todos entendemos la dificultad que hay en esto. Nunca pensé que una parte de la biografía de un pensador fundamental de nuestro tiempo empezara citando una canción ranchera del, para mí, insufrible Antonio Aguilar: “Ya con esta me despido / amigos de la parranda / y solamente les pido / que me entierren con la banda”. Sin duda es una expresión que refleja su gran amor por México, donde estuvo en varias ocasiones impartiendo cursos y conquistando amistades.
«Pelo Cohete» fue una mujer de profundo carácter, con grandes fortalezas para encarar las limitaciones que impone a la sociedad el nacionalismo y el separatismo estrechos. Cinéfila de alto nivel, amante de los viajes, compañera de trabajo y de causas, ajena a la cursilería que sólo le dispensó a su hombre cuando éste le dedicaba ripios de mala calidad, pero con la ridiculez que dicta el mostrar aprecios, pasiones entrañables.
Ella fue, además, fanática de las películas de monstruos y coleccionista de sus muñecos, que buscaba en cuanto viaje realizaba y hasta los realizaba a propósito para adquirirlos. Cuando cocinaban para sí mismos en su departamento, lo hacían bajo la divisa que el mismo Savater sintetiza en esta frase: “Nunca comí mejor, porque en cocina todo lo que no es amor es rutina y esnobismo”. Quizá en esto hay una exageración, pero algo tiene de cierto y habría que preguntárselo al siquiatra y novelista chihuahuense Alfredo Espinosa, que algo sabe de eso.
La pareja realizó no pocos proyectos culturales de gran calado, como ir a visitar las casas y los lugares donde realizaron su producción los grandes escritores de nuestro tiempo, en España y otras partes del mundo. Pero un día llegó lo inevitable que los separó porque es lo que no tiene arreglo. Antes de abordar en la memoria, procede a narrar un suceso que se presentó en sus vidas, y que tocaré dejando de lado los que tienen que ver con la política. Se preguntó Savater qué hubiera sido “tener un hijo con ella”, o una hija, preferentemente. Lo narra así:
“Al poco de comenzar en serio nuestra relación, es decir, de venirse ella a vivir conmigo en la casa de Triunfo, «Pelo Cohete» quedó embarazada. De inmediato, con naturalidad realista, desprovista de retórica ideológica, decidió abortar, y yo lo asumí sin discutir, como casi todo lo que ella le proponía, aunque le indiqué que por mi parte, y si así lo prefería, no había problema en tener esa criatura. La verdad era que en aquella época, recién separado bastante traumáticamente de mi primera mujer, con un niño pequeño del que me ocupaba menos de lo que debiera y cuya simple existencia me hacía sentir culpable, haber tenido otro hijo en condiciones más bien azarosas, sí que hubiera sido problemático. Pero si ella hubiese querido, no habría dudado en aceptarlo. A tientas, sin confesármelo a mí mismo, sentía que con «Pelo Cohete» todo merecía la pena, que lo aparentemente más insensato a su lado se volvía razonable. Además, el aborto siempre me ha planteado íntimas dudas y desconfío moral e intelectualmente, por decirlo con suavidad, de quienes lo consideran un asunto zanjado que no merece la mínima inquietud. Por supuesto, estoy de acuerdo en que no es un delito ni algo que pueda o deba resolverse con el código penal, pero hay cosas que la ley no castiga y sin embargo continúan resolviéndose una y otra vez en la conciencia, como una comida demasiado indigesta, no deja que nos olvidemos de ella. Cada cual debe resolver esa cuestión moral por sí mismo, sin interferencia simplificadora de jueces o curas. A mi entender, la única razón que puede justificar el aborto es que nadie debe venir al mundo si ni siquiera sus padres están a favor de recibirle: bastante duro es el asunto cuando las condiciones son favorables, como para saltar al campo de juego teniendo de antemano todo en contra”.
«Pelo Cohete» realizó en París la interrupción de su embarazo y selló ese capítulo de su vida. En paralelo atendió a Amador, el hijo descuidado, con toda naturalidad y con mayor libertad que con el padre filósofo, porque estaba enamorado deveras.
Un incidente aparentemente de la vida ordinaria, los llevó a recorrer médicos y hospitales. Un tumor cerebral sumamente agresivo, un Alien en las memorias, se anunció como el preludio inevitable de una vida que en poco tiempo se agotó. Con su patrimonio, Savater hizo frente a la enfermedad, brindándole lo mejor que tuvo a su alcance, tanto en España como en los Estados Unidos, a donde se trasladaron al hospital John Hopkins de Baltimore. El filósofo narra los altos costos de las atenciones, las palabras compasivas de los médicos de gran autoridad científica y los reniegos con la amada que le dejaron sinsabores. Para su consuelo, cita varias veces a Goethe, quien recomendó la mayor valía de ser amado a ser fuerte, fuerte precisamente como lo fue Sara.
Al leer esta obra, recordé la historia de Cristina Almeida, que hace poco se nos fue, y Rogelio Luna Jurado. Casi vidas paralelas en estos menesteres. La despedida que hace Savater en esta íntima narración, se apoya en dos poetas, rusos ambos:
De Anna Ajmátova:
Negra y honda separación
yo junto contigo tengo.
¿Por qué lloras? Dame tu mano, mejor,
promete que volverás en el sueño.
Yo contigo como un monte y otro monte…
Tú y yo sin encuentro en este mundo.
Sólo que tú en el momento de la medianoche
a través de una estrella me envías un saludo.
Y cierra Vladimir Nabokov:
“Y es difícil creer que la tibieza, la ternura, la belleza de su relación no se haya recogido, no haya sido atesorada en alguna parte, de algún modo, por algún testigo inmortal de la vida mortal”.
Bien por Savater, que no aspira a más de dejarnos un testimonio de una vida que él sabe que tiene límites.
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SAVATER, Fernando. La peor parte, memorias de amor. Editorial Planeta, Barcelona, 2019.
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