Por ejemplo, las plantas cupresáceas, como las arizónicas y cipreses, abundantes en ciudades como Barcelona y Madrid, liberan su polen en enero y febrero, y por ello se las considera responsables de las llamadas alergias de invierno. Los pinos, sobre todo en Bilbao y Soria, lo hacen entre febrero y abril, lo mismo que las palmas en Elche. El olivo -muy presente en Lleida, Tarragona y Toledo- poliniza en mayo y junio, y el mercurialis en Tarragona y la parietaria en Canarias, casi todo el año: de febrero a noviembre.
Por Christian Vázquez
Madrid, 13 de marzo (eldiario.es).- De acuerdo con la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC), unas ocho millones de personas sufren de alergia al polen en nuestro país, cifra que equivale al 17 por ciento de la población. Las estimaciones indican que esa cifra podría aumentar hasta los doce millones dentro de una década. Si se incluyen todas las demás enfermedades alérgicas, se puede afirmar que una de cada cuatro personas en España padece de alguna clase de alergia.
En lo que se refiere a los niños, la situación actual es bastante parecida. El 25 por ciento de la población infantil padece algún tipo de alergia, alrededor de dos millones de menores, según la Sociedad Española de Inmunología Clínica, Alergología y Asma Pediátrica (SEICAP). Lo que es más preocupante es que la cantidad de niños con alergias aumenta a un ritmo del 2 por ciento anual. Y este organismo señala que, en las próximas décadas, en los países desarrollados ese porcentaje se duplicará. Uno de cada dos niños será alérgico.
Las enfermedades alérgicas han ido aumentando progresivamente a lo largo del siglo XX, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial», detalla Ignacio Dávila González, médico alergólogo y miembro de la SEAIC. Según Dávila, las alergias que más crecieron fueron la rinitis y el asma, aunque en este momento «están más estabilizadas, han alcanzado una fase de meseta». Las que se han «disparado», en particular desde comienzos de este siglo, son las alergias a los alimentos.
Además, los casos de enfermedades alérgicas no solo son cada vez más en cantidad, sino que -como explica Dávila- «son cada vez más complejos desde el punto de vista alérgico». ¿Por qué? Pues porque cada vez un mismo paciente sufre más sensibilizaciones (es decir, los procesos a través de los cuales un paciente pasa de tolerar una sustancia a ser alérgico a ella) y a más alérgenos.
Cambios en el medio ambiente, principal causa
El gran interrogante es por qué los casos y los tipos de alergia son cada vez más numerosos. La ciencia todavía no tiene una respuesta definitiva. «El motivo último no se conoce muy bien, pero al parecer tiene que haber una relación ambiental», apunta Dávila. Esta presunción se deduce del hecho de que «no es lógico que una predisposición genética se manifieste en un lapso de tiempo tan corto». Es decir, un siglo es muy poco tiempo para que las alergias crezcan «naturalmente» como lo han hecho. Las modificaciones que los seres humanos hemos causado en el ambiente están detrás.
Una de esas modificaciones tiene que ver con la contaminación. «Se ha comprobado que, por ejemplo, algunas de las partículas derivadas de los motores de combustión, sobre todo los diésel, aumenta la respuesta del organismo a los pólenes», especifica Ignacio Dávila. Además, el polen de las zonas con mucha polución es mucho más potente que el de las zonas limpias.
«Los pólenes de zonas contaminadas generan nuevas proteínas denominadas ‘proteínas de estrés’ que tienen una mayor capacidad de estimular la respuesta alérgica de las personas», informa la SEAIC en un documento. Es por eso que en las ciudades hay muchísimas más alergias que en las zonas rurales, pese a que en estas últimas la presencia total de pólenes es mayor.
El cambio climático también hace de las suyas en este aspecto. Sobre todo, está generando cambios en los periodos de polinización de las plantas, que ahora son más largos, y «por lo tanto los pacientes alérgicos a los pólenes tienen sintomatología durante más tiempo», indica Dávila. Y a esto hay que sumar que, en algunas regiones del país, ciertas especies vegetales prolongan su tiempo de polinización más allá del mes durante el cual se considera normal (la segunda quincena de marzo y la primera de abril).
Por ejemplo, las plantas cupresáceas, como las arizónicas y cipreses, abundantes en ciudades como Barcelona y Madrid, liberan su polen en enero y febrero, y por ello se las considera responsables de las llamadas alergias de invierno. Los pinos, sobre todo en Bilbao y Soria, lo hacen entre febrero y abril, lo mismo que las palmas en Elche. El olivo -muy presente en Lleida, Tarragona y Toledo- poliniza en mayo y junio, y el mercurialis en Tarragona y la parietaria en Canarias, casi todo el año: de febrero a noviembre. En la web Pólenes.com se pueden ver los niveles de polen en tiempo real en cada lugar del país.
ALERGIAS: «EFECTO COLATERAL» DE UNA MEJOR CALIDAD DE VIDA
Pero no solo las modificaciones ambientales «negativas» contribuyen con el incremento de las alergias. También lo hacen algunos hechos muy positivos, como una mayor higiene y una mejora en la calidad de vida en relación con los siglos anteriores. Una hipótesis afirma que la drástica disminución en el número de infecciones, sobre todo en la infancia, posibilitada por los programas de vacunación, ha propiciado que el sistema inmunitario de nuestros cuerpos, a falta de otros estímulos, defienda al organismo de agentes que a priori son inofensivos.
Otra hipótesis sostiene que esas condiciones sanitarias -el «exceso de higiene», se podría decir- han dado como resultado una baja en la producción de células T reguladoras, unos linfocitos que, en palabras de Ignacio Dávila, «modulan toda nuestra respuesta inmunitaria». Son las encargadas de que el sistema inmune no reaccione ante micobacterias, lactobacilos, helmintos y otros microorganismos con los que el ser humano ha convivido durante generaciones. La escasez de células T reguladoras sería la responsable de que esa reacción sí se produzca, en forma de alergias.
En suma, las alergias serían, también, al menos en parte, un efecto colateral de las mejoras de las condiciones sanitarias en los países desarrollados. Y hay también otros factores ambientales que se han modificado: «Hemos cambiado la flora intestinal y la microbiota que nos acompañan -describe Dávila-. Estamos expuestos a nuevos alérgenos. Hay cambios dietéticos. De alguna manera, todo esto también puede haber contribuido».
PREVENCIÓN: POR AHORA, POCO SE PUEDE HACER
¿Qué se puede hacer? «Es una muy buena pregunta, pero muy difícil de contestar», explica Ignacio Dávila, porque todavía no existe un protocolo de medidas concretas de prevención primaria. Añade que se están realizando estudios acerca de la microbiota, y también de los mecanismos genéticos y epigenéticos implicados en el surgimiento de las alergias. Pero los resultados obtenidos hasta ahora no permiten todavía formular ninguna guía para procurar protegerse del surgimiento de eventuales alergias.
Sí existe, aclara el experto de la SEAIC, «inmunoterapia específica que funciona como una cierta prevención secundaria». Se refiere a medidas para disminuir el número de sensibilizaciones en personas ya alérgicas: por ejemplo, para evitar que una rinitis alérgica progrese a un asma alérgica, o que un paciente alérgico a los pólenes pase a serlo también a los epitelios, a los hongos, a los ácaros, etc. Pero esas acciones se indican para cada paciente y cada alérgeno en particular, no se pueden generalizar.
Por eso, lo que hacen por ahora los especialistas es advertir de los peligros, en las épocas de mayor polinización y en otros momentos puntuales. Para las últimas Navidades, por ejemplo, la SEAIC emitió un comunicado sobre «los peligros que suponen los platos navideños para los alérgicos». De momento, estar atentos a esas posibles reacciones es lo que podemos hacer.