El autor mexicano Jaime Mesa escarba en su libro Rabia para engendrar otra novela: Un hijo virtuoso. Esto como parte de la colección Combate a 10, que pretende enfrentar a distintos autores con su novela, a una década de haberla escrito. «Creo que muchas obsesiones se mantienen, pero todo lo demás, lo del día a día, ha cambiado”, reflexiona Mesa y agrega que ahora su literatura está centrada en su hijo.
Acerca de las editoriales independientes, Mesa comenta que tienen un papel vital, «como transfusiones de sangre». «De ahí vienen muchos de los mejores libros que se están publicando en este país. Definitivamente son una transición para la literatura mexicana”, afirma.
Ciudad de México, 8 de febrero (SinEmbargo).- A una década de haber escrito Rabia, el autor mexicano Jaime Mesa escarba en sus palabras anteriores para engendrar otra novela: Un hijo virtuoso, que aunque es una historia completamente distinta, su sustancia guarda algo en común con el trabajo anterior.
“Tenía más arrojo, me tiraba al abismo sin ningún tipo de contención. Eso fue lo más difícil de vencer: entender que ese autor ya no existía y que si me ponía a rememorarlo y no considerar quien soy ahora, me iba a anular”, comenta Mesa, quien, junto con Luis Muñoz Oliveira, concibió la colección Combate a 10, que pretende reunir el enfrentamiento de distintos autores con su novela, a una década de haberla escrito. Cada tomo incluye además un ensayo sobre esa reescritura.
«Hace unas semanas cumplí 43 años, hace seis años y medio me convertí en papá, y el siguiente año cumplo diez de estar en una relación […] Creo que muchas obsesiones se mantienen, pero todo lo demás, lo del día a día, que por supuesto condiciona mi escritura, ha cambiado”, dice Mesa y agrega que ahora su literatura está centrada en su hijo.
Un hijo virtuoso es una novela dividida en nueve capítulos, que se desarrollan a la par de un partido de béisbol. Foster, el protagonista, está buscándose a sí mismo a través de la pesquisa de su mamá; trata de verla como un ser humano, un ser mortal, y no como el superhéroe que suelen ver los hijos en los padres. Una especie de regresión de un hombre, que al final se encuentra con su origen.
“Cuando reflexionas acerca de tus padres y de donde vienes, te das cuenta de que son seres humanos como tú […] Es un lazo mucho más absurdo y discreto, de empatías y cariños: no necesariamente tus padres te caen bien, pero los quieres; a veces no los quieres, pero te caen bien. Una suerte de entrecruzamiento de cables que sucede cuando somos adultos”, opina el autor.
Acerca del papel de las editoriales independientes, Mesa comenta que cuando le presentaron la idea de Combate a 10 a Nicolás Cuéllar, él estaba iniciando Dharma Books: “Era una editorial joven pero con una gran visión y un sentimiento de riesgo. Él inmediatamente dijo que sí”, recuerda.
«¿Qué cualidades tendría una editorial así? Apuesta 365 días del año por un solo libro, no sólo por cuestiones económicas, también por cuestiones estéticas y literarias […] La importancia que tienen las editoriales independientes en México es vital, como transfusiones de sangre. De ahí vienen muchos de los mejores libros que se están publicando en este país. Definitivamente son una transición para la literatura mexicana”, concluye Mesa.
Esta es la entrevista completa, para Puntos y Comas.
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—¿Qué descubriste al enfrentarte con tu novela 10 años después de su primer publicación?
—Que era un autor mucho más sagaz antes que ahora. Ese escritor que había sido hace 10 años tenía arrojo, se tiraba al abismo sin ningún tipo de contención ni precaución y eso fue el primer shock. Eso fue lo más difícil de vencer: entender que ese autor ya no existía y que si me ponía a rememorarlo y no considerar al autor que ahora soy, básicamente me iba a anular
La segunda parte fue terminar la novela, con mis anotaciones, Comprendí que si bien era cierto que me enfrentaba con ese escritor que yo fui hace mucho tiempo, también había ganado un poco de experiencia en asuntos técnicos y en el tema vital, que podía que podía agregarle a la sustancia de la primera novela.
Lo más importante que descubrí después de esta larga investigación, fue que hace 11 años yo tenía que escribir una novela acerca de lo que hace un hijo cuando descubre que su mamá es un ser mortal, aunque ella le ha exigido ser un hijo virtuoso por mucho tiempo; una vez revelada la perversión de la mamá, él sería una persona mucho más normal.
Eso lo tuve que haber escrito hace mucho tiempo, pero ni con el arrojo, ni el abismo, ni la sensación de estado salvaje que tenía, pude hacerlo en ese entonces. Mucho tiempo después entendí que esa era la sustancia de la historia y me dediqué a pulirla para que la novela tomara la forma que una vez intenté.
—¿A grandes rasgos, ¿de qué trataba Rabia?
—Me interesa decirle a los lectores que Rabia y El hijo virtuoso son novelas completamente distintas, aunque tienen algo en común en su sustancia. La reescritura trabajó de otra forma. Un hijo virtuoso es una novela dividida en nueve capítulos, donde cada uno trabaja a un personaje distinto. Además está el tiempo eje de la narrativa, donde Foster, el protagonista, está buscando alcanzar y dañar de alguna forma la imagen que él tiene de su mamá para verla como una mujer y no como este superhéroe que siempre los hijos tenemos por los padres. Él está casado y ha decidido acabar con todas las amantes virtuales y reales que tiene.
Las nueve entradas son la búsqueda de este hombre por encontrarse, a través de la búsqueda de su mamá. Mientras pasa esto, el leitmotiv es un partido de béisbol. A través de unos desmanes que hay al final del partido, la madre azarosamente llega a la vida de Foster.
Se mete en secreto a la casa de su mamá y fisgonea para buscar rastros, videos, buscar al ser humano detrás del rostro eterno de su mamá y al final termina quedándose a vivir con ella como si fuera un niño. Es como una especie de regresión de un hombre que busca sus raíces y se encuentra con su origen.
—¿Cuáles son las pulsiones del protagonista?
—Las pulsiones y las motivaciones de Foster son bastante secretas, aunque él radiografía y reflexiona sobre todo el mundo. Él piensa que es el centro del universo y desde ahí disecciona a las personas que le rodean.
Su problema es el miedo de encontrarse huérfano, pues una vez que reflexionas acerca de tus padres y de donde vienes, te das cuenta de que son seres humanos como tú y que las relaciones se van desgastando en el sentido de que el lazo que tenías con los “seres superiores” que te crearon, es un lazo mucho más absurdo y discreto, un lazo más de empatías y cariños: no necesariamente tus padres te caen bien, pero los quieres; a veces no los quieres pero te caen bien. Es una suerte de entrecruzamiento de cables que sucede cuando somos adultos y vemos a nuestros padres.
Esta es la búsqueda oculta de Foster. Él no lo sabe aún; busca sexo, placer, hedonismo. Cuando se da cuenta de cuál es su búsqueda, el personaje no cesa para llegar al fondo hasta que la realidad le explota en la cabeza.
—¿Qué es la virtud? ¿Todos podemos ser virtuosos?
—La virtud es un modelo uniforme, sobre todo religioso, con una serie de cualidades utópicas que nos exigen seguir. El asunto de que todos debemos ser buenos e ir en una sola dirección, es un sistema conformado para que nunca lo alcancemos y aliviemos esa frustración de no alcanzarlo con otras muchas cosas.
No somos perfectos ni buenos todo el tiempo. Reconocer nuestras hambres y nuestros vicios nos haría mucho más tolerantes con el otro. Pero este asunto del “deber ser” o ser intrínsecamente buenos es una presión, muy interesante para ciertos grupos de la sociedad, pero muy neurótico para nosotros.
Creo que no se trata de ser buenos o malos, si no de reconocernos en nuestras virtudes y nuestros defectos, y con eso entretejer nudos de acción entre la sociedad. Es decir: no soy bueno ni tengo por qué serlo, pero soy empático y tolerante contigo.
El asunto de la virtud creo que tiene que ver mucho con el asunto del claroscuro: blanco, negro; bueno, malo; el infierno y el cielo, pero debe haber un punto intermedio más humano. La virtud es un ancla, una presión exagerada que nos ha impuesto los milenios de educación que traemos a rastras y que nos matamos por conseguir.
—¿Las inquietudes y problemáticas filosóficas que rondaban tu mente en ese entonces siguen siendo las mismas de ahora?
—Por supuesto que no. Hace unas semanas cumplí 43 años, hace seis años y medio me convertí en papá, y el siguiente año cumplo diez de estar en una relación con mi mujer. Entonces de entrada, el asunto de la paternidad te cambia completamente la perspectiva que tenías hace una década.
Creo que muchas obsesiones se mantienen: por qué odiamos, por qué los dolores permanecen a lo largo de los años; la obsesión con el internet, con el sexo, con el enmascaramiento de las personalidades… creo que eso pervive. Pero todo lo demás, como lo vital, lo del día a día, que por supuesto condiciona mi escritura, ha cambiado.
Cuando escribí Rabia tenía mi estudio propio y vivía solo. Ahora cuando trabajé Un hijo virtuoso, lo terminé escribiendo en el comedor porque mi estudio lo tomó mi hijo y el lugar donde después escribía, lo tomó mi mujer.
Entonces esas pequeñas cosillas, creo que le sirven mucho a un escritor para darse cuenta de asuntos como la humildad y cosas más terrenales. No, lo que me importaba mucho hace diez años, no me importa ahora. Ahora me importan muchas otras más cosas, casi todas centradas en qué va a hacer mi hijo cuando yo muera, y justo ese es el centro de toda la literatura que estoy trabajando ahorita.
—¿Qué opinas acerca de Dharma Books y el proyecto Combate a 10?
—Yo vengo (igual que Luis Muñoz Oliveira, con quien concebí la idea del Combate a 10), de una larga relación con grandes corporaciones. Veníamos con esa educación sentimental, pero teníamos un proyecto que era dinamita en las manos y al proponerla a una editorial comercial dijo que no: que era muy riesgoso, muy raro y loco.
Después de las reuniones que tuvimos para mostrar el proyecto, entendimos que quizá la única posibilidad de que Combate a 10 existiera, sería con una editorial independiente. ¿Qué cualidades tendría una editorial así? Apuesta 365 días del año por un solo libro, a veces por cuestiones estéticas y literarias pero también por cuestiones económicas.
Los mecanismos de las editoriales independientes, por su misma condición paralela al sistema, hacen que sus decisiones puedan ser casi al 90 u 80 por ciento basadas en intuiciones del editor. Por razones totalmente naturales y comprensibles, una editorial grande no puede pensar con ese enfoque.
Cuando le presentamos la idea a Nicolás Cuéllar, él estaba iniciando Dharma Books, ya tenía unos dos años más o menos. Era una editorial joven pero con una gran visión y un sentimiento de riesgo: cuando le hablamos por teléfono y le contamos de Combate a 10, él inmediatamente dijo que sí.
A partir de ahí, fue un riesgo tremendo el que tomó Nicolás porque básicamente es darle a alguien la posibilidad de que se relea a diez años de escritura y que entregue algo que no sabemos qué va a ser. Siempre Oliveira y yo hablamos de las posibilidades de que nuestras novelas, Las buenas costumbres en su caso y Un hijo virtuoso en el mío, fueran inferiores a Bloody Mary o Rabia. Un editor no podía darse ese lujo. Pero Nicolás, en este nicho de las editoriales independientes en México que es privilegiado y nos da mucho oxígeno a lectores, editores y escritores, apostó por la idea. Desde el lanzamiento ha habido una muy buena respuesta.
Yo a Combate a 10 lo veo, no sé si como un virus, pero una cosa rara: ¿por qué publicar un libro que ya existe, pero no es el mismo, pero sí es el mismo autor? Va en contra de la elección normal de las novedades de libros, porque exige una cierta madurez del escritor, un replanteamiento y una calma. Luis y yo nos llevamos como un año en leer nuestras anteriores novelas, en sentarnos a dialogar si era posible la reescritura y eso en términos de un mercado editorial es muy difícil.
Entonces creo que la importancia que tienen las editoriales independientes, al menos en el medio editorial mexicano, es vital, como transfusiones de sangre. Muchos de los mejores libros que se están publicando en este país, vienen de las editoriales independientes. Son otra posibilidad que antes no existía. Ahora creo que los escritores y los lectores podemos elegir un libro de cada editorial. Definitivamente son una transición para la literatura mexicana.
Vive y escribe en Cholula. En Alfaguara ha publicado cuatro novelas. En sus temas recurrentes: violencia, fama, poder y creación encontramos el eterno planteamiento de la existencia, o no, de límites entre literatura y ficción. Su interés por las generaciones «sociológicas-literarias» lo ha llevado a escribir ensayos en donde describe las características de la «Generación Inexistente»: autores mexicanos nacidos en la década de los setenta, huérfanos, alejados del centro, que conectan sus literaturas de un espectro amplísimo de registros, estilos y temas a través de Internet. Ha publicado, además, la antología Ruta 80, en donde se centra en la más reciente generación de escritores, a través de un estudio, una lista de más de 100 autores y una muestra de diez cuentos inéditos.