Jaime García Chávez
03/02/2020 - 12:05 am
¿Elecciones primarias en Chihuahua?
Las primarias serían una vía para renovar no sólo a los partidos, sino a la democracia misma que, limitada y todo, debemos defender para ensanchar.
Es todo un lugar común afirmar que padecemos en México una grande y grave crisis de partidos políticos. El tema es añejo y exhibe de paso una patología que afecta la precaria democracia que tenemos. No hay día que con irresponsabilidad superlativa se le limite a esta democracia, se le acote o ataquen alguno de sus flancos, sin terminar de asumir que se hace un gran daño al país con esa actitud, sobretodo si nos hacemos cargo del cúmulo de contradicciones sociales, económicas y culturales que tenemos sin resolver y para lo cual ese modelo de sistema es el más adecuado para construir consensos, dirimir conflictos que posibilitan el trazo de reales metas nacionales en un mundo global.
Esa crisis abarca a todos los partidos, tanto los que están en el poder como los que lo buscan o lo han perdido. El sistema de partidos constituye el corazón del régimen y no vemos que se estén dando los pasos indispensables para comprometerse con la democracia ni, por tanto, que avancemos a su consolidación. Es una crisis negligida que de no resolverse nos va a estallar en las manos y, entonces, sí que ingresaremos a uno de los conflictos más severos que ha padecido México desde la Independencia.
En los meses que vienen de este año y sobretodo en 2021 habrá elecciones que marcarán tendencia hacia dónde vamos y no se ve al corto plazo que nuestra democracia quiera ser vigorizada. Lo contrario es cierto, cuando vemos una tercia de hechos, entre otros muchos: el afán de degradar al INE regresándolo a los tiempos del autoritarismo, cuando las elecciones eran dominadas por un aparato apéndice de la Secretaría de Gobernación, con correa directa al presidente de la república y al partido de estado; la crisis al interior del joven partido en el poder, MORENA, que sin definiciones esenciales al respecto, se debate en las reyertas internas y está a merced de lo que haga su jefe de facto; y que a los estados se les haya privado de su autonomía para realizar su propia ingeniería política para diseñar y realizar todo lo concerniente a su régimen interior. Hoy estamos –cambiando lo que haya que cambiar– al nivel de lo que comentó Emilio Rabasa a principios del siglo XX en su obra La Constitución y la dictadura: “el vigor del centro se cree que ha de fundarse en quebrantar toda fuerza que no sea la suya”.
Los últimos tres lustros han acentuado el centralismo y los tiempos actuales anuncian redoble en ese ominoso camino. Lo deplorable es que los estados –en particular sus sumisos gobernadores–, por sus distintos canales imaginables, no levanten la voz. En Chihuahua desde 2017 se ha intentado algo significativo, pero no se ha ido algo más allá de la retórica.
Hay un expediente que contiene un proyecto del gobernador para establecer “elecciones primarias” por la vía de la reforma a la Constitución local y a las normas secundarias de carácter electoral. En el fondo la propuesta nos llevaría a renovar los partidos, vigorizar y empoderar a los ciudadanos, adherentes o no a ellos.
En la exposición de motivos pareciera que Javier Corral describe a grandes trazos parte de su biografía de cómo ha alcanzado la multiplicidad de cargos públicos por los que ha transitado a lo largo de un cuarto de siglo. Pero más allá de esto, se leen propuestas tales como: ir contra el abstencionismo endémico, terminar con las “convenciones” a modo, liquidar las oligarquías partidarias –de las que habló el clásico Robert Michels hace más de un siglo con todo y su Ley de hierro– que se describen como autores de decisiones de grupos selectos muchas veces ajenos a la propia entidad. En fin, terminar con las oligarquías que dominan a los partidos que, dicho sea de paso, tienen el cuasi monopolio de postular a los que les da la gana, no obstante ser entes de interés público y vivir munificentemente de los erarios, federal y estatales, lo que de suyo los obligaría a ser más responsables ética y políticamente.
En el documento que comento se lee que hasta hay “dictadura institucional partidaria” y un sistema elitista que mina al régimen democrático. Ese proyecto está estancado por la débil gestión para sacarlo adelante y por inequívocos obstáculos en la legislación general de la república que ha socavado la autonomía interior de los estados federados. Lo que a mi juicio no tiene sostén dentro de la trayectoria del constitucionalismo mexicano, aunque haya sido más formal que real, revertir esto implicaría un litigio estratégico esencial para el futuro.
Si tuviéramos elecciones primarias, llamadas también primarias de nominación, abriríamos la vida de los partidos a la ciudadanía y entonces los votantes seleccionarían al candidato que el partido ha de postular, en demérito de los tradicionales conciliábulos o los “dedazos”. En fin, sería un mecanismo para preseleccionar a los que irán al proceso electivo constitucional, que daría la voz soberana.
En el balcón chihuahuense eso tiene, claro, profundo olor local, seguramente para desbrozar el camino del gobernador para influir con mejores condiciones en su propia sucesión, donde no las tiene ni remotamente todas consigo. Pienso, además, que así es en todos lados.
Pero hay algo más que le da vitalidad a la propuesta de las primarias: la mera promesa de sacar la política a la calle, porque en Chihuahua –donde el PRI ya no pinta– hay una adelantada y descarnada lucha por el poder, en la que ya aprecio hasta la posibilidad de que desde la Presidencia de la república y por un dedodecreto inequívoco nos quieren mandar en calidad de súper procónsul a Rafael Espino, recién desempaquetado en PEMEX pero absolutamente desarraigado de esta región que formó parte de la Nueva Vizcaya y quiere ser –batalla– para ser estado federativo.
Las primarias serían una vía para renovar no sólo a los partidos, sino a la democracia misma que, limitada y todo, debemos defender para ensanchar.
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