Alejandro Calvillo
19/11/2019 - 12:04 am
Entre el Tigre Toño y Doña Sara García
«Las empresas logran un vínculo afectivo de los niños pequeños con estos personajes, un vínculo afectivo que se extiende al producto».
En el aparador puede verse la piel y la cabeza del mundialmente reconocido Tigre Toño, sus dientes desechos por el azúcar, los ojos desorbitados y la lengua de fuera, muerto. La imagen de la habitación con la piel y la cabeza del Tigre Toño tendido sobre el piso, como una pieza de casa, está en el aparador principal del último montaje del artista Banksy. El más importante artista inglés que se ha mantenido en el anonimato y que ha retratado con ironía a la grotesca civilización actual, ha escogido para ocupar el lugar central de su último montaje titulado “Producto Doméstico Asqueroso”, al personaje que creó la mayor empresa de cereales (si es que así se les puede llamar cereales) en el mundo, Kellog´s, para publicitar a los niños un producto que es casi mitad azúcar, y la otra, harina refinada.
El personaje del Tigre Toño es un símbolo del deterioro de la dieta de los niños a escala planetaria, un símbolo de la introducción de alimentos ultraprocesados en sustitución de las dietas tradicionales. La invasión de los ultraprocesados, por parte de un puñado de corporaciones, ha convertido el deterioro de la alimentación en el mayor problema de salud pública en gran parte del planeta. Productos comestibles que no deberían llamarse alimentos han invadido las mesas de las familias. El enganche que estas empresas realizan de los niños con sus personajes, desde muy temprana edad, apoyados en campañas multimillonarias, representa una de las estrategias más efectivas para generar el deterioro de los hábitos alimentarios en todo el periodo de vida.
La Inglaterra de Banksy presenta uno de los mayores índices de sobrepeso y obesidad infantil en Europa y el mundo, lugar que México comparte desde América Latina. Si el Tigre Toño es famoso en el Reino Unido, en México es posible que lo sea más. Hace aproximadamente 10 años, comprobamos, en talleres con niños de secundarias públicas de Iztapalapa en la Ciudad de México, que todos reconocían al Tigre Toño, más que a Emiliano Zapata y mucho más que a Francisco I. Madero.
Las empresas logran un vínculo afectivo de los niños pequeños con estos personajes, un vínculo afectivo que se extiende al producto. Un vínculo que se mantiene con el tiempo en el inconsciente del individuo y que es reforzado por la alta dosis de azúcar que contiene el producto. Al consumir el producto con alto contenido de azúcar, el pequeño experimenta una fuerte descarga de dopamina, la hormona llamada del placer: vínculo afectivo-placer. Las grandes corporaciones vinculan el neuromarketing con el diseño adictivo. Dificilmente el niño podrá dejar las Zucaritas por la avena o el amaranto.
Combatir la epidemia de sobrepeso y obesidad entre los niños sin enfrentar las estrategias altamente persuasivas de la industria, no tiene sentido. De ahí que, en varias naciones del norte de Europa, en la región de Quebec, en Chile y otros países, se esté prohibiendo la publicidad de comida chatarra dirigida a los niños y adolescentes y que los empaques de los productos puedan tener elementos persuasivos para engancharlos. ¿Qué hacer en México cuando nos hemos convertido en uno de los mayores consumidores de comida chatarra y se proyecta que uno de cada dos niños mexicanos va a desarrollar diabetes a lo largo de su vida, si no actuamos?
El proyecto de norma de etiquetado frontal de advertencia que está en consulta actualmente, establece que los productos que tengan exceso de azucares, grasas saturadas, sodio, calorías, edulcorantes no aptos para niños o cafeína, tampoco apta para niños, no puedan tener estos personajes en las etiquetas, ni regalitos, premios, sorteos, promociones.
Las grandes corporaciones están atacando este principio de protección de la infancia, pretendiendo continuar con sus estrategias sobre los niños, como diría la Organización Mundial de la Salud, “aprovechándose de su credulidad e inexperiencia”. ¿Ha visto usted un anuncio dirigido a niños de frutas, verduras, avena, amaranto? ¿cuántos ha visto de comida chatarra, de néctares llenos de azúcar, de yogurts también llenos de azúcar, de pastelillos, de botanas sumidas en grasas y sal, de refrescos?
¿Qué tiene que ver Doña Sara García y el Tigre Toño?. Con el fin de confundir, la mayor empresa de alimentos en el mundo, Nestlé -la misma cuyo exdirectivo declaró que el agua no era un derecho humano, que era una mercancía-, pretende confundir poniendo como ejemplo de la regulación que prohíbe los personajes en los productos que no son saludables, a Doña Sara García, que aparece en el empaque del Chocolate Abuelita. Las empresas de la comida chatarra y las asociaciones empresariales que las representan señalan que se prohibirá que Doña Sara García aparezca en la caja del Chocolate Abuelita. ¿Cómo es posible que se prohíba la imagen de “La Abuelita de México” de un chocolate?
A nadie le importa la imagen de doña Sara García, ese no es el problema, y ellos lo saben, los niños no la conocen, no tiene efecto sobre ellos. No hablan del Tigre Toño, del Gansito (“recuerdame”), del elefante Melvin de los Choco Krispis, de la familia de los ositos polares y el Santa Claus de Coca Cola, las estampitas o calcomanías del hombre araña o de los personajes de la película del momento, de los tazos en las papitas, de las promociones de tapas y envases y unos pesos para adquirir un producto promocional, los coleccionables, de sus páginas web en las que los niños pueden jugar horas con sus personajes y sus productos etc, etc.
Las estrategias de las grandes corporaciones para persuadir a los niños, para aprovecharse de su “credulidad e inexperiencia” muestra la falta de ética frente a una población que está sumida en una epidemia de sobrepeso, obesidad y diabetes. Y no sólo se trata del diseño de sus etiquetas, de sus promociones, de su publicidad multimillonaria en los medios y las redes sociales, se trata del diseño de sus productos, de las altas cantidades de azúcares, de endulzantes, de colorantes y saborizantes artificiales, de todos los ingredientes que utilizan para volverlos atractivos, hiperpalatables y lograr vender más y más, sin importar los efectos en la salud y, menos, de la salud de los niños, a los que dirigen sus peores productos.
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