Jaime García Chávez
07/10/2019 - 12:02 am
Chihuahua 1968
El epicentro del movimiento de 1968 estuvo en la Ciudad de México, y eso contribuyó a darle una dimensión no sólo nacional sino internacional, emparentando la insurgencia de la juventud en el mundo con París, Berlín, Berkley, Washington y muchas otras metrópolis.
El 2 de Octubre de 1968, por la noche, un grupo de universitarios aquí en Chihuahua recibimos información de la masacre en la Plaza de las Tres Culturas. La comunicación nos llegó vía telefónica. Era inútil buscar en los medios convencionales una información fidedigna. En el imaginario colectivo se propagó la frase atribuida (que hoy se niega) al vocero del régimen, Jacobo Zabludovsky: “Hoy fue un día soleado”.
La noticia nos estremeció. Un día después, el 3 de octubre, me encaminé a la Plaza de Armas de la ciudad de Chihuahua a tomar un taxi que me trasladó a la entonces combativa Escuela de Derecho. Compré un diario de la cadena García Valseca, hoy OEM, y a pesar de las tergiversaciones empecé a dimensionar lo que había sucedido. Después recibimos información que nos sacó de dudas: Díaz Ordaz había ahogado a sangre y fuego el gran movimiento de la juventud de la República, que marcó un antes y un después en la historia de nuestro país.
El epicentro del movimiento de 1968 estuvo en la Ciudad de México, y eso contribuyó a darle una dimensión no sólo nacional sino internacional, emparentando la insurgencia de la juventud en el mundo con París, Berlín, Berkley, Washington y muchas otras metrópolis. Pero hubo otras expresiones, antes o después, que presagiaban la revuelta y los usos del poder para sofocarla. Sonora y Morelia hablaron claro de la manu militari que usaría Díaz Ordaz contra los estudiantes. En el estado de Chihuahua, y a partir de 1965, se empezaron a dar levantamientos que evidenciaban una rebeldía franca contra el autoritarismo priísta y el “desarrollo económico estabilizador” que muy pronto haría agua en los primeros meses del gobierno del corresponsable e impune del 2 de octubre, Luis Echeverría.
Sin pretender enumerarlo todo, la huelga en la Universidad de Chihuahua en 1965 marcó un hito para la incorporación a luchas de mayor calado; la recepción de los estudiantes de Agronomía de la Escuela Hermanos Escobar, aportó una nueva fuerza motriz al naciente movimiento y la experiencia de jóvenes comunistas. Fue una etapa en la que conocimos a líderes de la estatura de Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, en el auditorio de la Escuela de Derecho.
Habíamos empezado un movimiento que no cesó con la represión del 2 de octubre pero que la encontró años después, en 1974, con la derrota del movimiento estudiantil que buscó transformar la universidad con un sentido popular, crítico y democrático. Óscar Flores Sánchez (un criminal que murió impune), la derecha política y la oligarquía financiera, decidieron terminar con una universidad que, a pesar de su juventud, despuntaba por su creatividad, hundiéndola en un ciclo que ha significado gran pérdida para Chihuahua que se prolonga hasta nuestros días.
En 1968, y en simultaneidad con el movimiento en la Ciudad de México, empezamos a levantarnos haciendo propias las demandas, los propósitos esenciales que le daban sustento y la solidaridad en el más amplio sentido de esta palabra. La Rectoría ordenó la suspensión de clases, acatando la orden que recibió de la Secretaría de Gobernación, y en no pocas escuelas los estudiantes atendieron el inicio de cursos aunque no recibieran clases y empezaron a salir a las calles en grueso número. Pertenecían a todas las escuelas (entonces no había facultades), pero principalmente a la Preparatoria, a Agronomía y a Derecho. También los normalistas y los estudiantes de Trabajo Social.
Prácticamente al mismo tiempo de los sucesos de octubre, se inauguró el Gobierno de Flores Sánchez, que presuntuoso se ostentó como miembro de la Generación de 1929 y promulgó de inmediato una ley que concedía la autonomía a la Universidad de Chihuahua, más como un disfraz para meter las manos que como un propósito real; además sabía que pronto se conquistaría por cuenta propia de los alumnos y maestros.
El 3 de octubre hubo una gran concentración a las afueras del Paraninfo y desde el balcón diversos oradores abordaron el tema de la represión y la masacre. El mensaje fue que venían tiempos duros y había qué resistir; aquí se resistió por varios años, emblematizando en el 2 de Octubre un viraje necesario a impulsar en la vida del país para abrir espacios a las libertades públicas, la democracia y la justicia social. Fuimos de los pocos que en 1969 conmemoramos la sangrienta fecha acá en Chihuahua, y días después salimos a rescatar a Antonio Becerra Gaytán de la desaparición forzada que se le quiso aplicar para borrarlo del mapa político de la entidad. Nos mantuvimos atentos y movilizados en las luchas campesinas y populares, sin dejar de atender la organización estudiantil que se fue ampliando progresivamente.
En 1970 impedimos que Luis Echeverría Álvarez pisara territorio universitario y repudiamos mediante una manifestación masiva su presencia en el estado. El movimiento seguía ascendente. En 1972 triunfamos con un proyecto democratizador profundo y necesario al que luego se le hizo blanco de una represión concluyente, cuyas consecuencias se han dejado sentir hasta ahora.
Un momento luminoso en ese trayecto fue la sentencia del Tribunal Popular que condenó la represión del 2 de Octubre y marcó al movimiento de la juventud chihuahuense como un gran ariete en contra de las formas represivas empleadas por el Estado mexicano para aniquilar las luchas obreras, campesinas, populares, estudiantiles.
Mucho queda del Movimiento de 1968, pero algo es imprescindible: es un momento de quiebre histórico, un “parteaguas” como acostumbramos decir en algún momento; y aunque acompasadas y lentas las transformaciones posteriores, ahí tienen un origen, que no desdeña otros sucesos pero que históricamente, por su importancia, marca el momento de la ruptura. Por eso aún se habla de una “generación del 68”, abigarrada, dispersa, y aun traicionada por algunos de sus protagonistas. Pero eso es lo de menos, lo importante es la apertura que alentó a muchos hombres y mujeres a comprometerse con una voluntad política nueva en la que la persistencia pasó a ser un distintivo.
Ahí nacieron, en palabras de Unamuno, “hacedores de la historia”.
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