Tomás Calvillo Unna
04/09/2019 - 12:05 am
El retorno a la pirámide
Recuerdo que en el siglo pasado, en particular en los años 70’, los que estudiábamos alguna carrera de Ciencias Sociales, teníamos casi la obligación de chutarnos (vestigios de la lengua) los informes presidenciales. Oírlos al menos y en parte leerlos. Tenían un cierto sentido político, a pesar de la general desacralización del poder que se […]
Recuerdo que en el siglo pasado, en particular en los años 70’, los que estudiábamos alguna carrera de Ciencias Sociales, teníamos casi la obligación de chutarnos (vestigios de la lengua) los informes presidenciales. Oírlos al menos y en parte leerlos. Tenían un cierto sentido político, a pesar de la general desacralización del poder que se dio durante las décadas de los 60’ y 70’.
Ese ritual cívico era una práctica de la clase política donde se reconocía a sí misma, más cuando dominaba un solo partido el escenario y la democracia comenzaba a ser la Asignatura Pendiente; mismo título de una película española, que llegaba rezagada a los cambios culturales de la Europa llamada occidental.
El actual Gobierno, generacionalmente pertenece a ese México donde la pirámide de la autoridad era el emblema del Estado mexicano.
El domingo pasado, irremediablemente aunque en pequeña escala, rememoramos aquellos años, a pesar de la actual retórica política y su gran capacidad de ser a la vez convocante y eufemista. El modo, el estilo, el discurso unipersonal, el público (o estamentos) reunido, lograron trasladarnos a aquellos días donde la figura del Presidente, era omnipresente y alineaba a todas las fuerzas vivas, políticos, empresarios, sindicatos, intelectuales e iglesias. También en aquellos años se sabía de fisuras entre los políticos y los privados, en particular entre el Presidente y algunos grupos empresariales; pero todo ello quedaba solo en rumores cuando las palabras precisas de reconocimiento y los aplausos se entrelazaban, abrazándose todos por el bien de la patria.
Afuera del recinto donde dichas ceremonias se realizaban, la vida de los mortales común y corrientes, continuaba sin mayores aspavientos. Desde cierto punto de vista, la rutina hasta hoy es capaz de revestir aún la indiferencia como aceptación en algunos casos y en otros como rechazo, en el fondo la apatía cívica ha crecido a pesar de toda clase de esfuerzos democráticos.
La disputa de la realidad a través de los discursos es una confrontación a la que asistimos de una u otra manera diariamente; no obstante, la realidad, más allá de sus múltiples interpretaciones e intervenciones suele rebelarse y romper los trajes y vestidos que pretenden domarla, y tarde o temprano, irrumpe a su manera y rasga esa visión que el poder suele construir sobre sí mismo, y sobre los demás.
En un mundo donde millones diariamente pueden editar su interpretación de lo que sucede y pueden acceder a todo tipo de información, valdría la pena preguntarse cuál es el sentido de ese ritual llamado Informe, que pretende mantener inamovible su diseño, más allá de modificaciones superficiales en el orden de los estilos.
Lo que vimos, en términos plásticos, ciertamente es la recuperación del patio como un espacio de convivencia, en este caso sometida a la estructura piramidal de la autoridad nacional. Los actores desempeñaron con corrección su papel: empresarios y Presidente van hoy de la mano, la diferencia es que ahora el Presidente, al menos en el discurso y en ciertas decisiones va primero y los empresarios después, sobre todo esos pesos pesados que (como siempre) le aplauden durante el informe al jefe del ejecutivo en turno, desde las primeras filas, saben que al final ellos sobrevivirán de una u otra manera.
Probablemente la 4 T en realidad viene a concluir un largo ciclo histórico político del estado nacional que inició con Calles en los años 20 del siglo pasado, de ahí varias de sus presunciones y propuestas; ese ciclo incluye a la oposición que en los 80 surgió con capacidad para enfrentar al partido de estado. Si es así, estaríamos asistiendo y siendo parte del final de un orden político que habitó al estado nacional hasta su inserción en el siglo XXI en el orden (o desorden) global hegemónico e híper tecnológico.
El populismo, como se trata de clasificar este periodo, no es la metáfora de un parásito que erosiona la democracia desde sus entrañas, (ver Reforma 26/8/2019: Silva Herzog- Nadia Urbinati) más bien es la restauración y búsqueda de una utopía política plasmada en un pragmatismo a ras de tierra, que surge cuando el mundo experimenta una profunda transformación tecnológica que desarticula los tiempos y espacios habituales y produce una incertidumbre colectiva.
Un régimen, que simplifica al máximo la concepción de la realidad, logra por cierto tiempo que su percepción maniquea de la misma triunfe, y produzca un cierto grado de seguridad para explicar el mundo y no perderse en su vorágine. Las recetas ideológicas son útiles permiten tener referentes, edificar una realidad paralela, en ella la historia se convierte en su principal fuente. La imaginación queda atrapada así en el pasado, porque éste es manipulable, sus riesgos teóricos son mínimos y es capaz de exaltar la pretensión legítima de dominio y autoridad.
Lo que sigue no es fácil de prever, pero si la Historia (con mayúscula) puede decirnos algo es que: debemos prepararnos y buscar lo mejor que tengamos de carácter, cultura, creatividad y demás apoyo para evitar una fractura mayor, que incluso puede afectar el territorio mismo de la República.
Entre el vértigo y la conciencia encontrar el balance es la gran apuesta.
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