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Ricardo Ravelo

09/08/2019 - 12:05 am

La vida impune de “El Carrete” en Morelos

La caía de «El Carrete» no significa la extinción de “Los Rojos”, es probable que muy pronto haya un sustituto.

Cuentan Que el Carrete Se Movía Impune En Morelos Foto Especial

La captura de Santiago Mazari Miranda, “El Carrete”, deja por ahora descabezado el Cártel de Los Rojos, uno de los más perniciosos de todo el crimen organizado.

Se entiende que este grupo criminal, como ocurre siempre que una cabeza rueda, enfrente una crisis interna, abierta lucha por el poder y que más pronto que tarde otro capo se entronice en el liderazgo de este cártel.

Mazari Miranda, detenido por accidente en la sierra de Guerrero durante un operativo implementado por la Guardia Nacional, sembró terror y muerte en esa entidad y no fue menor en Morelos, su principal asidero. En esta última entidad vivió su etapa de mayor esplendor durante el Gobierno de Graco Ramírez, refugiado ahora en Quintana Roo y a la sombra del Gobernador Carlos Joaquín González.

Resulta extraño que el Gobierno de Cuauhtémoc Blanco no haya interpuesto denuncia alguna en contra de su antecesor por delincuencia organizada, pues “El Carrete” vivió protegido durante la administración del político tabasqueño en Morelos.

Uno de los presuntos responsables de la impunidad que cobijó al líder de Los Rojos fue Jesús Alberto Capella, actual secretario de Seguridad Pública en Quintana Roo, quien a pesar de sus fracasos como responsable de la seguridad en Morelos fue exportado al Caribe, donde tampoco está combatiendo el problema: sólo lo administra a su conveniencia.

En el año 2017, en diversos municipios de Morelos, aparecieron sendas mantas, firmadas por “El Carrete” , en las que recriminaba a Capella su traición, a pesar de que el capo, según la denuncia que hizo en aquellas narcomantas, le surtía dinero, boletos de avión y todo cuanto quería el jefe policiaco a cambio de no meterse con él ni con su gente.

Capella, por su puesto, negó tener vínculos con “El Carrete” y siempre adujo que se estaba combatiendo a “Los Rojos”, aunque en realidad nunca ha podido explicar por qué no lo detuvo, sobre todo porque en Morelos todo el mundo sabía dónde se escondía el narcotraficante oriundo de Amacuzac. “No pertenezco a ningún grupo criminal, no soy rojo, soy azul”, solía decir Capella en alusión a que su única alianza era con la policía en donde él fungía como un alto mando.

Sin embargo, cuentan que “El Carrete” se movía impune en Morelos, salía comer a restuarantes, a veces escoltado; desde la propia Policía en Morelos le avisaban cuando había operativos militares y, presto, huía a Guerrero. Todo esto, claro, tenía un elevado costo para el líder de “Los Rojos”, quien durante años pagó por la impunidad de la que gozó en el Gobierno de Graco Ramírez.

Obligado por las circunstancias o bien por su afiebrada ambición de conquista territorial, Santiago Mazari salió de Morelos y se refugió en la sierra de Guerrero, territorio enemigo por estar en poder del Cártel Guerreros Unidos, implicado en la tragedia de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, caso impune todavía y plagado de claroscuros debido a los desatinos de las autoridades para investigar a fondo.

Las guardias comunitarias de Guerrero, alertas ante cualquier avistamiento, supieron que“El Carrete” estaba escondido en la sierra preparando un ataque letal para apropiarse de la ruta Chilpancingo-Morelos, pero fue frenado a tiempo: así comenzaron los enfrentamientos que duraron al menos tres días hasta que el 1 de agosto el líder de “los Rojos” fue capturado, pero por accidente:

Resulta que elementos de la Guardia Nacional se desplazaron hasta Teleolapan, en plena sierra. No iban por “El Carrete” , llevaban la encomienda de apagar el fuego, atemperar la metralla entre las Guardias Comunitarias, gatilleros de Los Rojos y el grupo armado que acompañaba a Santiago Mazari.

Sin embargo, en ese municipio se toparon con “El Carrete”, quien fue detenido. Estaba herido de bala, impotente para escapar. Ahora está recluido en Puente Grande, Jalisco.

Con la captura de Santiago Mazari la guerra por el control territorial no termina. Es posible que Guerreros Unidos ahora se enfrenten al Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG), encabezado por Nemesio Oseguera, «El Mencho», el capo que más ha crecido en la última década y que se ha caracterizado por realizar cuantiosos movimientos de drogas a través de submarinos lanzados a océano desde Colombia y que son descargados en altamar.

La caída de «El Carrete» no significa la extinción de “Los Rojos”, es probable que muy pronto haya un sustituto. Como tampoco la captura y condena a cadena perpetua de Joaquín Guzmán Loera, «El Chapo», puso en riesgo al Cártel de Sinaloa. En realidad, los cárteles en México siguen de pie, intocables en su estructura operativa y financiera.

El caso de Sinaloa es un claro ejemplo: después de la detención de «El Chapo» Guzmán ese grupo criminal se dividió en cuatro bloques: uno lo encabezado los hijos de «El Chapo» –Iván Archivaldo y Jesús Alfredo Guzmán Salazar. Otro lo representa Aureliano Guzmán Loera, hermano de Joaquín Guzmán; uno más está bajo el liderazgo de Rafael Caro Quintero –liberado mediante argucias legales –y un cuarto frente lo maneja el intocable Ismael Zambada García –»El Mayo»– un personaje que parece suspendido en el tiempo porque nada se sabe de él, imperturbable la impunidad que lo envuelve.

Otros cárteles, sobrevivientes de la guerra de Calderón y de los embates simulados orquestados en el sexenio de Enrique Peña Nieto, son el Cártel de Jalisco Nueva Generación, el más agresivo del escenario criminal. Domina diez estados de la República y su presencia va en aumento en otras cinco entidades del sureste mexicano.

Con este fulgurante ascenso, Nemesio Oseguera, su jefe, ya se colocó como el segundo capo más emblemático de México, después de «El Mayo» Zambada. «El Mencho», formado en los años ochenta y noventa en el Cártel del Milenio de Michoacán, ha sabido manejarse con una discreción casi fantasmática; de él no se conoce más que una fotografía en la que luce como si estuviera momificado: tieso como un yeso, inquebrantable su rigidez.

De su paradero poco se sabe, aunque circulan varias versiones: que está escondido en Jalisco, que se mueve libremente por El Bajío, que tiene protección militar, que en el actual Gobierno pactó impunidad, que está fuera del país… Pero este personaje es sorpresivo y letal: cuando siente cerca el peligro echa mano de su más pesada artillería, capaz de derribar un helicóptero militar de un bazucazo.

El tercer sitio lo ocupan “Los Zetas” y en cuarto lugar está el Cártel del Golfo. El primero se reposicionó de sus bajas: la muerte de Heriberto Lazcano Lazcano –supuestamente abatido por la Marina en Coahuila– y la captura de Miguel Ángel Treviño Morales, «El Z-40», preso en el penal del Altiplano. El segundo está firme en Tamaulipas, diversificadas sus actividades con otras modalidades del crimen que lo han convertido en un cártel más dinámico y no menos peligroso.

Después siguen otros cárteles de los que poco se habla pero que siguen operando el tráfico de drogas a gran escala: ellos son Tijuana, donde Enedina Arellano –se asegura –es pieza clave en el manejo financiero; la familia Díaz Parada que, desde Oaxaca mueven el tráfico de mariguana; Guerreros Unidos, que tras la caía de «El Carrete» se aprestan a tomar los territorios que este capo dejó y Los Rojos, seguramente con nuevo jefe próximamente.

En Michoacán siguen operando Los Valencia, Los Caballeros Templarios y restos de lo que fue La Familia Michoacana. De igual forma no ha desaparecido del todo la célula Beltrán Leyva, operada por otros capos que buscan reposicionar a este grupo que, en su momento, fue uno de los más temibles de México.

Es probable que en Guerrero y Morelos haya brotes de violencia y la razón sería la lucha por la ruta de la amapola –Chilpancingo-Morelos–, ruta del secuestro, del tráfico de drogas sintéticas; ruta de armas, de cadáveres cuyo destino es una fosa clandestinas, ruta de la muerte.

De no existir alguna denuncia en contra de Graco Ramírez, presuntamente el principal protector de «El Carrete» en Morelos, de no avanzar las investigaciones por corrupción en su contra y de su equipo de trabajo –acusados de un atroz saqueo al erario público–, querrá decir que el Gobierno de Cuauhtémoc Blanco ya pactó con el ex mandatario o que existen órdenes superiores para no proceder en su contra.

Llama mucho la atención que las carpetas de investigación de estos casos se hayan integrado rápidamente por parte de la Fiscalía Anticorrupción de Morelos y que repentinamente le hayan metido el freno y no pase nada. ¿Quién lo ordenó? ¿El Gobernador Cuauhtémoc Blanco? ¿O alguien más poderoso?

A los temas de corrupción que envuelven al ex Gobernador Graco Ramírez también se debe sumar el de delincuencia organizada. Él y su entonces jefe policiaco –Jesús Alberto Capella– deben responder por qué Santiago Mazari, «El Carrete», vivió impune en Morelos a pesar de la ola de secuestros y asesinatos que azotó a esa entidad durante el pernicioso mandato de Graco, quien hoy vive cobijado por el Gobernador de Quintana Roo, Carlos Joaquín González.

 

 

Ricardo Ravelo
Ricardo Ravelo Galó es periodista desde hace 30 años y se ha especializado en temas relacionados con el crimen organizado y la seguridad nacional. Fue premio nacional de periodismo en 2008 por sus reportajes sobre narcotráfico en el semanario Proceso, donde cubrió la fuente policiaca durante quince años. En 2013 recibió el premio Rodolfo Walsh durante la Semana Negra de Guijón, España, por su libro de no ficción Narcomex. Es autor, entre otros libros, de Los Narcoabogados, Osiel: vida y tragedia de un capo, Los Zetas: la franquicia criminal y En manos del narco.
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