Jorge Alberto Gudiño Hernández
01/06/2019 - 12:05 am
Sobre algunos machismos literarios
Es cierto que el algoritmo no existe. Sin embargo, suponemos que, quienes seleccionan las novelas que llevaron a la lista de 10 y luego a la de 5, son lectores profesionales que podrían defender sus decisiones sin problemas. Algo que, en alguna medida, se vería opacado por la exigencia hacia la equidad.
Esta semana ha tenido lugar la III Bienal de novela Mario Vargas Llosa en Guadalajara. El evento convoca a un grupo de escritores de América Latina y España para que discutan algunos de los temas de la actualidad literaria. También es el marco en el cual se otorga el Premio homólogo, entre los cinco finalistas que, previamente, habrán participado en alguno de los foros.
Al inicio de esta semana se publicó un comunicado firmado por muchos escritores e intelectuales en el que repudiaban que, para dicho evento, hubiera una inmensa mayoría de hombres entre los ponentes, los jurados y los finalistas del Premio (sólo Gioconda Belli está en ese grupo junto con cuatro escritores).
Cierta polémica se ha desatado, pero vayamos por partes.
Es un hecho que, entre los conferencistas, hay muchos más hombres que mujeres. También, que durante el proceso de configuración del evento, se invitó a varias escritoras que, por alguna razón, no pudieron asistir. Entre ellas, algunas firmaron el manifiesto. Sin embargo, no suena absurdo intentar igualar el número de integrantes de las mesas. Podría suponer determinados problemas de logística a la ya complicada agenda de la Bienal pero no es algo que no se pueda intentar. No es difícil sumarse a esa primera causa del manifiesto.
En la segunda, las cosas pueden correr por vías similares. Designar un jurado integrado a partir del género de sus integrantes parece ser una buena idea. De hecho, hasta suena más sencilla de realizar que la anterior pues intervienen muchas menos personas a la hora de ponerla en práctica. Así también es posible sumarse a la exigencia de igualdad.
Es en el tercer punto donde comienza a haber problemas: en el de la composición de los finalistas. De momento, son cuatro hombres y una mujer. Se ha dicho, que participaron cerca de 400 novelas que, en una primera vuelta, dejaron una lista de 10 seleccionadas. De ésas, ahora, sólo quedan cinco. Y, al parecer, lo deseable es que, entre éstas, haya dos o tres de mujeres. Mejor: que las finalistas sean seis y se repartan equitativamente tres lugares para cada género.
Es difícil. Sabemos que, aunque existen ciertos parámetros, a la hora de evaluar la calidad literaria priva la subjetividad. Al menos, en alguna medida; aún no hemos sido capaces de desarrollar un algoritmo o una fórmula que permita calificar con un número a las obras literarias. Imaginemos, sin embargo, que existe y que lo utilizamos. Al menos, en la primera etapa del premio (de éste que nos ocupa ahora y de cualquier otro): un mecanismo cuantitativo confiable para descartar las novelas que no podrían llegar a la final. Si de esas 400, las cinco mejores fueren de mujeres, no habría problema. Si, en cambio, fueren de hombres, tendrían que eliminarse tres de ellas para ceder su lugar a tres de escritoras. Esto haría que el género primara sobre la calidad literaria. Algo, cuando menos, peligroso. A menos de que se anuncie en las bases: se seleccionarán, para ser finalistas, a las tres mejores novelas escritas por una mujer y a las tres mejores escritas por un hombre. Esto, sobra decirlo, podría obligar a ciertos extremos: la alternancia de ganadores que luego podría incluir otros aspectos.
Es cierto que el algoritmo no existe. Sin embargo, suponemos que, quienes seleccionan las novelas que llevaron a la lista de 10 y luego a la de 5, son lectores profesionales que podrían defender sus decisiones sin problemas. Algo que, en alguna medida, se vería opacado por la exigencia hacia la equidad.
Nunca como ahora han destacado las escritoras dentro de la industria editorial. Su presencia es una constante y lo celebramos. Su calidad literaria, cuando son buenas escritoras, resulta innegable. Por eso estoy de acuerdo en el esfuerzo que se puede hacer para convocar a la mayoría, integrándolas en mesas redondas y volviéndolas miembros del jurado. Pese a ello, me sigo resistiendo a la idea de premiar anteponiendo el género. Al menos, en concursos de convocatoria abierta. Y no es que no abogue por la igualdad de géneros. Sólo que me decanto, primero, por la calidad literaria.
Una aclaración más: este comentario es independiente a mi opinión sobre la obra de los finalistas. Me queda claro que, si yo hubiera sido el encargado de elegir, probablemente habría seleccionado otras cinco novelas, o cuatro, o tres… por fortuna, la literariedad sigue sin poder ser medida con exactitud.
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