Jorge Alberto Gudiño Hernández
11/05/2019 - 12:05 am
Dos Bocas
Es verdad que no todas las inversiones del estado están orientadas a generar más dinero (el ejemplo más claro son los programas sociales). Sin embargo, parece ser evidente que los proyectos de infraestructura deberían dar saldos positivos a mediano o largo plazo.
No entiendo, como la mayoría de las personas, gran cosa acerca de la industria petrolera. Sus mecanismos requieren un muy alto nivel de conocimientos técnicos de largo alcance de los que carezco. Pese a ello, hay asuntos que resultan incómodos frente a la insistencia de construir una nueva refinería en el país.
El primero tiene que ver con su costo. Son tantos los miles de millones de pesos que se requieren para su construcción, que hasta los inversionistas privados se han hecho a un lado. Al margen de las posiciones políticas, me queda claro que estos grandes capitales buscan generar más riqueza. Si no se sumaron a la causa es porque, en términos muy simplistas, les parece un mal negocio. Esto no es cosa menor dado que la refinería de Dos Bocas terminará construyéndose con dinero público.
Es verdad que no todas las inversiones del estado están orientadas a generar más dinero (el ejemplo más claro son los programas sociales). Sin embargo, parece ser evidente que los proyectos de infraestructura deberían dar saldos positivos a mediano o largo plazo. Que los inversionistas privados se hayan bajado, hace pensar que, en este caso, no será así.
El segundo asunto se relaciona con la contaminación. Basta lanzar la mirada al cielo en una mañana despejada para darnos cuenta de ese color parduzco que circunda a la ciudad. Se ve lejano pero, en realidad, es el aire que se respira en la capital del país. Los combustibles fósiles son altamente contaminantes. De ahí que gran parte de la industria automotriz lleve años buscando alternativas: motores eléctricos, motores híbridos, hidrógeno y más. Depender de la combustión de derivados del petróleo parece ser una mala idea.
La suma de los dos argumentos (que no son más que sospechas), resulta preocupante. Tanto, que he leído propuestas sobre lo que se podría hacer con el dinero que se piensa gastar en la refinería. Los cuadros comparativos son aterradores: entre ochenta y ciento sesenta mil millones de pesos destinados a algo que no resulta claro para qué servirá. Es dinero que podría utilizarse para un montón de programas sociales o para inversiones mucho más productivas.
A mí se me ocurre (de nuevo, desde mi desconocimiento) que, sólo en términos automotrices, bien podría usarse todo ese capital para invertirlo en vehículos menos contaminantes. De entrada, bien se podrían sustituir todos los coches pertenecientes al estado por vehículos eléctricos a partir del remplazo paulatino de las unidades. También se podrían resolver asuntos de infraestructura para que sea sencillo cargar el parque vehicular en gasolinerías que, ahora, serían estaciones de carga eléctrica o diseñar modelos de subsidio para empresas y particulares que deseen sumarse a la conversión. Es cierto que esto, en apariencia, podría convenir sólo a aquéllos que tienen la capacidad de comprarse automóviles pero la refinería, en términos de gasolina para vehículos, también iba por ese lado. El beneficio, más allá de lo económico, sería, empero, para toda la población, toda vez que se reduciría la emisión de contaminantes.
Insisto en que hablo desde el desconocimiento del tema. Me da la impresión de que también desde ahí se hacen las declaraciones gubernamentales. Se dice que no hay un proyecto para la refinería, tampoco hay explicaciones convincentes de su conveniencia. Si las hubiere, me desdiría de inmediato, manteniendo la suspicacia por las formas. De lo contrario, me parece otra decisión mal tomada. Éste no es un asunto de buenos contra malos; mucho menos de liberales y conservadores. Es un asunto de viabilidad de un negocio o, mucho más importante aún, de medio ambiente. Ojalá eso también se considere.
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