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Sandra Lorenzano

07/04/2019 - 12:00 am

#MeToo No, yo no me río

Ahí está nuestro #MeToo. No tengo dudas de que son más las mujeres honestas, las que dicen la verdad, las que buscan justicia, que las otras. Más las que despiertan mi entusiasmo y solidaridad; las que me recuerdan que en tiempos de ríos revueltos la SORORIDAD y la EMPATÍA son para mí irrenunciables.

alto Mujeres En Lucha Foto Cuartoscuro

Empecemos por lo que verdaderamente importa: la violencia en contra de las mujeres. Después si quieren hablamos de todo lo demás. Y lo planteo así porque tengo la sensación de que los enfrentamientos de los últimos días en redes sociales, las respuestas agresivas, las posturas inflexibles, los discursos de odio, los quiebres anímicos, la polarización de hombres y mujeres en torno al #MeToo instalado con fuerza en el campo cultural mexicano han desdibujado un poco el punto de partida: la violencia en contra de las mujeres. Perdón por la repetición, pero hay que insistir, insistir y seguir insistiendo en el aspecto más doloroso y más indignante de nuestra realidad. Las cifras son escalofriantes: según datos de ONU Mujeres, en México al menos 6 de cada 10 mujeres ha enfrentado un incidente de violencia. “El 41,3 % de las mujeres ha sido víctima de violencia sexual y, en su forma más extrema, nueve mujeres son asesinadas al día”.

Se ha trabajado mucho sobre la distinción y caracterización de las distintas formas de violencia. Los “violentómetros” establecen algunos criterios básicos. No es lo mismo un asesinato que una violación, o que el acoso laboral, o que el abuso de poder, etcétera, etcétera. No es lo mismo la invitación o el manoseo de un profesor o de un jefe, que la violación tumultuaria o que el sadismo de los feminicidios. No es lo mismo no pasar dinero para mantener a los hijos que secuestrarlos o golpearlos. No es lo mismo el piropo que el acoso. Lo sabemos y nadie pretende medirlos con la misma vara. Pero tampoco seamos ingenuas ni ingenuos: no hay mejor violentómetro que el miedo de la víctima. Que el tío que manosea a una niña se acerque por las noches a su cama puede provocarle un pánico igual al que siente una adolescente que es golpeada en Ecatepec una noche cualquiera, o al que invade a una migrante al recibir comentarios lascivos o toqueteos en nuestra frontera sur. ¿Quién dijo que nosotras, las demás, las feministas y las que no se reconocen como tales, las activistas y las teóricas, las víctimas o las compañeras, tenemos que “autorizar” las denuncias? ¿Quiénes somos para hacer algo más que escuchar o leer con respeto, con empatía? ¿Tan difícil es? ¿Tanto nos cuesta? ¿Quiénes somos para poner condiciones? Basta acercarse a un ministerio público con la intención de hacer una denuncia de este tipo para que el calvario se multiplique. Tengo amigas que nunca han podido denunciar violaciones porque no tienen más prueba que su palabra ni más testigos que su propio dolor y su propia humillación o vergüenza. Y se trata de mujeres con recursos económicos, culturales y simbólicos para dar la batalla o para pagar un buen terapeuta. ¿Y las demás? Que no se nos olvide que vivimos en una sociedad que legitima las agresiones cotidianas. Que sigue promoviendo los “micromachismos” que a veces no son tan “micro”. “¿Para qué se vistió así si no quería que le dijeran nada?” “¿Por qué sale sola de noche?” “¿Por qué aceptó ir a tomar una copa?” “Ella me provocó.” ¿Les suenan familiares estas frases? Y podríamos seguir. Cantidad de mujeres también han incorporado estos comportamientos, es verdad. Ése es el problema de la sociedad patriarcal; nos parece “normal” el estado de las cosas, e incluso contribuimos a su reproducción: “M’hijita, sírvele de cenar a tu hermano”, “A mi novio no le gusta que vaya con mis amigas al cine”, “Sólo se pone violento cuando toma”. O nuestras colegas minimizando “burlonamente” las agresiones: “Ya quisiera yo que me gritaran algo por la calle”. Carcajada general. No, yo no me río.

Somos muchas las mujeres que estamos hartas de la naturalización absoluta de las violencias de todo tipo: la imposibilidad en casi todo el territorio nacional de decidir sobre nuestro propio cuerpo (que llega incluso en algunos sitios a que haya mujeres en la cárcel por abortar), la obligación social de cumplir con la doble o triple jornada laboral, las trabas para estudiar en ciertos sectores sociales, la desigualdad en términos salariales, la desvalorización permanente, la estigmatización. Puta o santa; sigue sin haber otras opciones para muchas. ¿Cuántas madres solteras conocen? ¿Cuántas mujeres que corren desde temprano a dejar a los hijos a la escuela, después al trabajo (trabajos en los que frecuentemente encuentran jefes intolerantes y autoritarios; o en todo caso trabajos que difícilmente las harán felices) y vuelta a casa tarde y cansada a prepararles la cena, ayudarlos con la tarea y acostarlos? ¿Cuántos padres solteros conocen? ¿Cuántas veces se han subido al metro en hora pico las que tanto se quejan de que haya vagones sólo de mujeres? Para salir un poco del (ex) Distrito Federal, déjenme compartir con ustedes los datos que acaba de hacer públicos el Instituto de las Mujeres de Nuevo León, a raíz de un estudio realizado con ONU Mujeres: “el 91.6 por ciento de las regiomontanas ha enfrentado al menos una manifestación de violencia sexual en el transporte público metropolitano (…) Miradas lascivas, comentarios sexuales, contacto físico como manoseos, persecuciones, exhibición de órganos sexuales masculinos, eyaculación, violaciones y feminicidios.”

¿Cuántas mexicanas vuelven a casa tranquilas por la noche? ¿A cuántas en el “hogar” les esperan gritos o golpes? ¿A cuántas las espera el miedo? ¿Y en las comunidades indígenas y campesinas? ¿En cuántas zonas de nuestro territorio a las niñas se las “saca” de la escuela porque tienen que ayudar en casa? ¿A cuántas las casan contra su voluntad? ¿Cuántas temen asumir una sexualidad otra? ¿Cómo viven el acoso las mujeres que han nacido en cuerpo de hombre?

No olvidemos que el nuevo feminismo será interseccional o no será. El género no es el único eje que se cruza en el tema de la violencia. No todo se reduce a la distinción hombre / mujer; la clase social, la raza o etnia, la lengua materna, la orientación sexual, la religión, son, entre otros, factores que influyen en la vulnerabilidad de una persona (jamás estaré de acuerdo, por ejemplo con el Feminismo Radical Trans Excluyente, TERF, por sus siglas en inglés).

“La discriminación interseccional es más significativa y más difícil de combatir porque su condición se cruza con otras variables que son motivo de segregación; la padecen mujeres migrantes, mujeres con discapacidad, mujeres indígenas, mujeres adultas mayores, mujeres de la diversidad sexual, mujeres trabajadoras del hogar, mujeres afrodescendientes, mujeres en reclusión. A ellas se les discrimina por partida doble: porque son mujeres y porque pertenecen a los grupos en situación de vulnerabilidad, personas que para muchos son invisibles.”

Comparto algunos datos sobre lo que la ENVIPE 2018 (Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública) llama “hostigamiento”, que se distingue de la violación, intento de violación, exhibicionismo y tocamientos ofensivos. Los datos son sobre personas mayores de 18 años. Excluyen a niños, niñas y adolescentes.

Gráfico Sobre Hostigamiento Imagen Especial

“La ENVIPE incluye datos sobre quién agrede, incluido el sexo del agresor. ¿Qué revela? La abrumante mayoría de quienes hostigan a mujeres son hombres. E incluso la mayoría de quienes hostigan a hombres… son otros hombres.”

Hostigamiento Imagen Especial

“Ojo: esto no quiere decir que todos los hombres hostigan. Esto quiere decir que la mayoría de quienes hostigan sí son hombres.”

Vuelvo a nuestro #MeToo: las mujeres estamos hartas. Y el hartazgo nos ha llevado a hablar. Después de siglos de silencio, el mundo cultural de nuestro país se ha visto sacudido por una vorágine de señalamientos, de acusaciones. Se trata de un “acto de disidencia colectiva frente a la normalización de la violencia” en los espacios de la cultura. Sobre todo han comenzado a hablar las más jóvenes. He escuchado muchas veces a mis amigas y colegas quejarse de la apatía de las chicas; ahora tenemos que aprender a escucharlas, a tratar de entender sus reclamos, sus necesidades, sus furias, y –nuevamente- sus miedos. Algunas de las feministas han tomado distancia de estos nuevos modos de protesta y denuncia, otras los han celebrado. Las redes sociales arden.

¿Que no siempre las mujeres denuncian de la mejor manera? Es probable. ¿Que hay quienes han aprovechado los momentos de confusión para mentir o vengarse? Es probable. ¿Que eso invalida todo el movimiento? ¡De ninguna manera!

En todo movimiento nacido de modo espontáneo hay gente buena y otra no tan buena, honestos y menos honestos, personas éticas y otras poco éticas. Hay también quienes buscan desde dentro que el movimiento fracase. Pero esto no invalida la lucha de la mayoría. Lo vimos en el 15M español, en Occupy Wall Street, en el #YoSoy132, y hasta en el movimiento estudiantil de 1968.

Ahí está nuestro #MeToo. No tengo dudas de que son más las mujeres honestas, las que dicen la verdad, las que buscan justicia, que las otras. Más las que despiertan mi entusiasmo y solidaridad; las que me recuerdan que en tiempos de ríos revueltos la SORORIDAD y la EMPATÍA son para mí irrenunciables.

Dentro de este movimiento, el #MeTooEscritoresMexicanos ha dado origen a uno de los grupos más interesantes y propositivos de nuestra historia feminista reciente. Se llama #MujeresJuntasMarabunta –cuyo nombre se burla, obviamente, del misógino refrán: “Mujeres juntas, ni difuntas”-, formado por escritoras, editoras, traductoras, periodistas y muchas otras vinculadas al mundo literario, a revistas, a instituciones culturales, a librerías y bibliotecas, a espacios de formación académica. El jueves 4 de abril hicieron público un primer boletín en el que explican sus objetivos y principios. Pueden leerlos acá: https://twitter.com/search?q=%23MujeresJuntasMarabunta&src=tyah
Denle una mirada, por favor. Ahí se plantean algunas alternativas para salir de esta espiral de violencia y furia. Para comenzar a construir escenarios más equitativos y respetuosos.

El documento da respuesta, además, a la acusación contra las “denuncias anónimas”: “Es importante aclarar que los señalamientos no son en ningún caso anónimos, sino hechos bajo confidencialidad y cada uno tiene un seguimiento y acompañamiento”.
Sabemos que hay protocolos para actuar por la vía legal. Pero también sabemos que nuestro estado de derecho funciona discrecionalmente, cuando funciona, y que lo que sucede en general es que se revictimiza a la denunciante. Muchas de las mujeres de todas las edades que han hablado en redes sociales no tienen otra opción que ésa para ser escuchadas. A muchas de ellas les asusta dar la cara, exponerse, contar historias de horror, denunciar, señalar. El miedo atraviesa los relatos.

En el decálogo de las Marabuntas el último punto establece: “A nosotras mismas, a la sociedad, a las instituciones culturales, a los hombres, les exigimos, nos exigimos, hacernos responsables en la construcción conjunta de una convivencia realmente igualitaria. (…) Estamos creando una contranarrativa que instaure la paridad de género y reescriba el futuro”. ¿Hay alguien que pueda oponerse a ese objetivo?

Vuelvo al comienzo de estas líneas. Vuelvo a lo que verdaderamente importa: la violencia en contra de las mujeres. Después si quieren hablamos de todo lo demás. Para seguir juntas, juntos, juntes, construyendo un futuro distinto a este desgarrado presente.

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).
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