Bianka Estrada
28/01/2019 - 12:01 am
Ser y acontecer 2
Con el propósito de no dar muchas vueltas al asunto, tropecemos con una piedra. ¿Esa piedra que inopinadamente está ahí a la mitad del camino y me hace dar un traspié es o no es? El sano juicio me obliga a decir que es y la prueba de mi afirmación está en el dolor que […]
Con el propósito de no dar muchas vueltas al asunto, tropecemos con una piedra. ¿Esa piedra que inopinadamente está ahí a la mitad del camino y me hace dar un traspié es o no es? El sano juicio me obliga a decir que es y la prueba de mi afirmación está en el dolor que me ha causado: calzaba unas sandalias y ahora un hilo de sangre sale del dedo pequeño de mi pie izquierdo. Y otro tanto ocurre con las cosas con las que tropiezo cotidianamente; tropezar es un decir, pues más bien, topo con innumerables objetos mediante los sentidos: la sandía es porque la huelo y la saboreo, la toco y hasta la oigo cuando la golpeó con mis nudillos para averiguar si estará o no dulce y, obviamente, la veo. Las cinco puertas por las que me llega a la conciencia la noticia de la sandía me hacen afirmar que es.
Pero hay dos sin embargos que me invitan a pensar que más que la sandía sea un ser es un acontecimiento. El primero tiene que ver con lo que ocurre en la sandía cuando concibo las partículas infinitesimales que la integran; el segundo, con el tiempo. Mis sentidos me notifican de un objeto estable, la sandía; sin embargo, sabemos que la sandía es una ebullición de partículas que están en perpetuo movimiento (movimiento que se da de unas partículas con respecto a otras) y que durante un lapso se mantiene más o menos estable: antes de que la sandía deje de ser esa fruta apetecible y entre en un franco proceso de descomposición que la llevará indefectiblemente a pudrirse y luego a otra cosa, cuando su entidad se desintegre y forme parte de otras entidades y, aquí, entra el segundo sin embargo: el tiempo.
Pero reparemos en lo dicho, si la sandía está compuesta de partículas y éstas sólo aparecen en su interacción con otras (como lo demuestra la mecánica cuántica), entonces la sandía, o cualquier objeto, más que ser una cosa es una serie de acontecimientos que se mantienen mientras se den en un determinado rango, pues si esas interacciones se salen de ese rango la sandía se vuelve otra cosa.
Pensemos en “cosas” cuya duración es muy duradera o muy efímera: una piedra y un chorro de agua en una fuente. Dado que la piedra dura más parece más cosa que el chorro que “es” instantáneo. Ambos, no obstante, están condenados a desaparecer: no importa si la piedra aguanta milenios y el chorro unas décimas de segundo; ambos son acontecimientos, como lo son el abrazo o el beso. “Son” mientras se mantienen o, mejor aún, acontecen, son sucesos, pues todo en este efervescente mundo es un proceso.
“El ser mora en el lenguaje”, decíamos la semana pasada recordando a Heidegger y sí, efectivamente, el lenguaje da fijeza a lo que captamos con los sentidos; es el lenguaje lo que otorga entidad: la palabra “silla” congela un montón de procesos y nos invita a pensar que la silla es; pero más bien la silla acontece, en el fondo es un montón de encuentros de partículas que se mantienen por un tiempo, ya que la silla es como el beso: dos pares de labios que se mantienen por un rato, la diferencia es su duración, la silla se desvencija menos pronto; pero nada dura para siempre, los procesos mantienen las cosas durante una temporada, hasta que les ocurre una agitación más brusca y cambian a otra cosa, a otro proceso: el mundo es una secuencia imparable de acontecimientos: acontecimientos es lo que hay.
Nos cuesta mucho admitirlo porque nos gusta tener, poseer, sentirnos seguros; pero a diario experimentamos el tránsito de todo lo que creímos ser y, la verdad, no era más que un suceso: el río infernal de Heráclito donde no habremos de volver a bañarnos.
Twitter @oscardelaborbol
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