Ricardo Ravelo
15/03/2019 - 12:02 am
El México trágico
Y los proyectos terminaron en un verdadero fiasco, la corrupción por encima de los proyectos.
El Presidente Andrés Manuel López Obrador alcanza uno de los niveles de popularidad más altos, la aceptación social sin parangón en la historia reciente.
No todo le sale bien.
Pero tiene una explicación congruente para cada tema, cada caso, en sus palabras, tiene una explicación. Es de humanos equivocarse. Y el Presidente se equivoca y mucho.
Han transcurrido cien días de su Gobierno.
En la administración federal no todo es miel sobre hojuelas.
El Presidente tropieza, pero es tal su aceptación social que, hasta cuando se equivoca, la gente le cree.
Le llueven las críticas y los cuestionamientos por la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Pareciera que la anulación de la obra nos sacara de la competencia internacional, del primer mundo, el sueño dorado de los gobiernos priistas y panistas.
También recae sobre el mandatario el cuestionamiento, quizá el más rudo, sobre la inseguridad que sigue azotando al país. Ningún Gobierno estatal, hasta ahora, ha podido clarificar en qué se gastaron miles de millones de pesos asignados para reforzar los cuerpos de policía en los estados.
Todo fue un robo.
Y los proyectos terminaron en un verdadero fiasco, la corrupción por encima de los proyectos.
De acuerdo con cifras del Senado de la República, más del 80 por ciento de los cuerpos de policía sirven al narcotráfico y a cuanta modalidad del crimen organizado les pague.
Este problema lleva décadas, la solución distante del poder.
A ningún Gobierno le ha interesado solucionarlo.
Es pura corrupción.
Casos de Estados fallidos sobran: ahí está Tamaulipas, Veracruz, Hidalgo, Guerrero, Michoacán y Jalisco. El infierno en su plenitud. Nadie puede frenar el fuego de la violencia. Los gobernadores están rebasados.
En ningún momento López Obrador ignoró la realidad. Sabía –y hoy lo tiene más claro –que toda la policía del país está vinculada al crimen organizado. Lo sabe, pero nada puede hacerse. Calla ante la realidad imponente. El Presidente sabe que debe gobernar con el enemigo infiltrado en el poder, el cogobierno evidente.
Hace unos días, en Tamaulipas, el crimen organizado secuestró a una veintena de migrantes. Los bajaron de un autobús de la línea Transpaís. Iban, se afirma, hacia Estados Unidos.
Los pasajeros eran (o son) centroamericanos. Fueron bajados de la unidad, a la fuerza.
Hasta ahora, nadie sabe nada de su paradero.
El caso desató una de las polémicas más escandalosas en el país. Rememora, por ejemplo, la muerte de decenas de migrantes en San Fernando, Tamaulipas –territorio de muerte –y también la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, presuntamente asesinados por el crimen organizado, de acuerdo con la versión que sostuvo el Gobierno de Enrique Peña Nieto.
Lo cierto es que más allá de estos casos escandalosos –evidencian un México penetrado por la mafia y con políticos ligados a esos intereses –es sumamente grave lo que pasa en las carreteras del país, territorios de nadie.
Cualquier persona armada, apoyada por otros cómplices, puede detener un autobús en cualquier carretera o camino del país.
Sacan una pistola, apuntan al conductor y éste detiene la unidad ante la amenaza.
Los criminales ingresan al autobús, violan a las mujeres y asaltan a los pasajeros. En muchos casos, se afirma, los conductores de las unidades están en contubernio con los delincuentes, la complicidad criminal impune.
Y después de ejecutado el atraco, nada sucede. Ningún policía se asoma, las carreteras sólo están controladas por el crimen.
Estos hechos ocurren todos los días.
En todas las carreteras del país.
Y la policía brilla por su ausencia. Esto lo sabe López Obrador, pero de oídas. Nunca lo ha padecido. La ineficacia de su Gobierno es evidente en materia de combate al crimen organizado y ante estos atracos él nada tiene que decir. Es más, este tema muy pocas veces forma parte de su discurso.
Por todas partes se asoma la tragedia.
La muerte.
El llanto y el dolor.
El país no tiene paz social, el término borrado del discurso oficial, suena fantástico.
México es un país de tragedias.
La inconsciencia gobierna.
Y el narco, ni se diga, la impunidad lo potencia, la complicidad lo alienta.
México es el país ideal para la mafia. Impunes todos, el dinero sucio corre por agua en cascada.
La mafia gubernamental lo protege todo.
Y ninguna autoridad detiene las acciones de este poder fáctico.
Ahí están los más de dos mil cuerpos de policía corruptos prohijados por el sistema. Nadie es tocado, impunes reinan en el mundo de la mafia.
El Gobierno de Estados Unidos, a través de sus redes virtuales, intensificó la promoción sobre las recompensas que ofrece para detener a los capos Ismael “El Mayo” Zambada, jefe del Cártel de Sinaloa; Nemesio Oseguera, líder del Cártel de Jalisco Nueva Generación y los hijos de Joaquín Guzmán Loera. Los quieren detener.
Pero en México estos personajes son necesarios para el Gobierno de López Obrador.
Ellos pueden garantizar la pacificación del país.
La paz, según los criminales, no depende del Gobierno sino de los capos. El acuerdo por encima de todo.
De ahí que el Presidente López Obrador reitere que él no detendrá a los capos.
¿Complicidad? ¿Acuerdo mafioso?
El narco gobierna, y está en todas partes.
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