Tomás Calvillo Unna
16/01/2019 - 12:00 am
La sociedad saturada
Las 24 horas son un continuo, sin día y noche que se distingan; asistimos a un único escenario: el de la disputa por la realidad y su interpretación. La política está irisada, no hay tregua, y se mezclan los tiempos idos, los deseados y la crudeza del presente. Las palabras están capturadas de antemano, cuando se expresan, solo reafirman las señas que identifican las trincheras del combate.
Para Lucy Nieto Caraveo,
en memoria de Pedro Medellín Milán,
entrañable amigo, académico, universitario,
precursor de la Agenda Ambiental.
Las 24 horas son un continuo, sin día y noche que se distingan; asistimos a un único escenario: el de la disputa por la realidad y su interpretación. La política está irisada, no hay tregua, y se mezclan los tiempos idos, los deseados y la crudeza del presente. Las palabras están capturadas de antemano, cuando se expresan, solo reafirman las señas que identifican las trincheras del combate.
La razón es un desconcierto de estallidos y pareciera que la clase política del país se anula a sí misma. Se confronta en acusaciones sin resolución jurídica; con información a medias, tergiversada, se convierte en alimento para las redes, y se abona a una probable ruptura sistémica, con consecuencias impredecibles.
Ciertamente se irradia un malestar colectivo, aún atemperado por el inmenso humor, único sentido que realmente es común a estas horas.
También, se percibe la fragilidad que sostiene todo y no en términos filosóficos o metafísicos, si no prácticos, de vida diaria, del mínimo necesario para sostener la paz social, la costumbre política, que se han erosionado en los últimos años. Nos encontramos ante el umbral de un desgarramiento mayor, e ilusos creemos todavía que una catástrofe así solo puede darse en otras latitudes del mundo; como si fuéramos inmunes por mágicas causas a esos dramas de la historia que la violencia suele representar de mil maneras.
Estamos perdiendo piso, y no porque nos lo cobren, los actores políticos y económicos del país, no están dando el ancho. Estamos atrapados, ejércitos de egos, no de ciudadanos son los que dominan el horizonte y las redes, la estupidez y el violento lenguaje de los puros de uno y otro signo secuestran la opinión pública.
La hondura de la reflexión, del entendimiento de esta era, el abanico de sus posibilidades y los ejercicios necesarios para articular los cambios posibles y complejos, no están en la mesa de lo programable. Cuando se advierte una propuesta o se impone o se quiebra.
El futuro queda atrás, así que el hueco del mañana inexistente se apodera de las determinaciones asumidas, el referente es la urgencia, la sobrevivencia y en el mejor de los casos algunos propósitos que no terminan de cristalizar. La inercia de lo que ha sido es el pantano por donde andamos trastabillando, hundiéndonos a medias y cada vez con menos ligereza y flexibilidad. Estamos dejando de reconocer el valor de esto y aquello, el esfuerzo de aquí y de allá; se minimiza, se menosprecia y se inaugura un tiempo inexistente que pareciera quedar solo adherido a su pronunciamiento: el de la confrontación permanente que alimenta una cultura del desencuentro.
El país necesita una cirugía mayor, la batalla de pipas, ductos, y el robo del siglo de la gasolina, es una muestra. No es cualquier batalla, Lorenzo Meyer, incluso advierte que de ella dependerá el destino del Estado. Por lo mismo el actual gobierno tiene que recordar que en la operación política está la naturaleza de sus capacidades y compromisos democráticos, no sólo en sus decisiones. Los flancos vulnerables que ha mostrado se detectan ahí, en los procedimientos que implementa.
La Guardia Nacional transita por arenas movedizas; la ambigüedad pareciera ser su signo; el ejército no será un medio, todo apunta a que será un fin: paradójico resultado de quienes proponían la búsqueda de otro horizonte.
Si la batalla de la gasolina es primordial, también lo es el proyecto del Tren Maya y su redefinición, pero en esa batalla el gobierno se ha ubicado del lado equivocado.
Todavía se está a tiempo para replantear su propuesta, y asumir la necesidad de un nuevo paradigma, ajeno a los megaproyectos que expresan el colonialismo interno, una expansión masiva del capital sobre territorios cuyos habitantes se convierten en una fuerza de trabajo, subordinada al veloz proceso de destrucción de su hábitat y del mismo ethos de sus lugares identitarios. El proyecto que se conoce se presenta como aquello que durante décadas se había cuestionado. (Claudio Lomnitz: “Tren Maya: Los zapatistas tienen razón” en La Jornada: 9/12/2018; Mauro Jarchim Ramírez: “El Tren Maya y los empresarios” en La Jornada: 12-12-2018)
Su problema es de origen conceptual, ya lo han advertido varías voces y organizaciones, en particular los zapatistas desde diversos ángulos. Esperemos que la sensibilidad política, la presencia de distintos actores y comunidades, hagan entender que dicha propuesta esta minada de origen y puede convertirse en el Waterloo de la presente administración. Demasiados frentes, estratégicamente llevan a horadar la esperanza de millones.
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