Francisco Ortiz Pinchetti
23/11/2018 - 12:03 am
Y Peña Nieto se va, tan campante
Su sucesor le hizo el gran servicio, con su protagonismo e hiperactividad, de tenderle un velo protector que le permitió atravesar los últimos cinco meses de su gobierno con un bajo perfil, en paz, sin acusaciones ni cuestionamientos.
Luego de las turbulencias mediáticas que marcaron su administración, fustigado durante cinco años por adversarios políticos, malquerientes y medios, usados sus frecuentes yerros y resbalones como motivo de burlas y tema de campañas opositoras, el Presidente de la República termina su mandato en un impasse de tranquilidad, sin sobresaltos ni temores sobre una eventual persecución posterior en su contra por actos de corrupción, matanzas de inocentes y hasta delitos de lesa humanidad. Enrique Peña Nieto entregará la banda presidencial dentro de una semana y se irá tan campante a su retiro, seguro de que “hay vida después de la Presidencia”, como dijo en Antigua, Guatemala durante la Cumbre Iberoamericana, el pasado 14 de noviembre.
Su sucesor le hizo el gran servicio, con su protagonismo e hiperactividad, de tenderle un velo protector que le permitió atravesar los últimos cinco meses de su gobierno con un bajo perfil, en paz, sin acusaciones ni cuestionamientos. Sospechosismos al margen, es evidente que se acordó entre ambos una transición efectivamente de terciopelo que se evidenció en una etapa de respeto, buenos modales y colaboraciones mutuas, encuentros tersos, sin ataques ni controversias y con sonrisas, fotos posadas y apretones de mano. Y que culminó con una comida de amigos, en la casa de Andrés Manuel en Tlalpan, para afinar detalles de la ceremonia de transición… y “para agradecerle todas sus atenciones”, según tuitió el propio anfitrión, que difundió en las redes una foto de ambos en ese encuentro.
Con semejante absolución, bendecido por quien será en apenas ocho días el Presidente mexicano más poderoso del siglo XXI –cuando menos— Peña Nieto presume ahora, radiante, que cumplió el 97 por ciento de sus compromisos y que entregará un México mucho mejor que el que recibió hace seis años. Y se da el lujo, con tono de desafío, de dar público espaldarazo al miembro tal vez más cuestionado de su gabinete, el secretario de Comunicaciones y Transportes Gerardo Ruiz Esparza, a quien felicitó por su integridad y su entereza y para quien encabezó una efusiva ovación.
El trato tan civilizado que distinguió la transición se sella con la afirmación del Presidente electo de que no perseguirá a Peña Nieto ni a ninguno de los ex mandatarios por sus presuntos actos de corrupción. “No vamos a empantanarnos en eso”, dijo el tabasqueño en dos sucesivas entrevistas, a pesar de sus promesas de campaña en contrario. Y luego de nuevo dio un giro al afirmar en una conversación con Carmen Aristegui que someterá a consulta el tema… aunque enseguida le dio nueva revolcada al asunto para convertirlo en un galimatías.
Según el Presidente electo, cuando ya ejerza el cargo hará tres preguntas a los mexicanos, una de ellas en estos términos: “¿Crees que Andrés Manuel debe de promover que se juzgue para que haya justicia y no sólo se persiga a chivos expiatorios y se revisen las responsabilidades en delitos de corrupción y otros a Salinas, a Zedillo, a Fox, a Calderón y a Peña Nieto? ¿Sí o no?”… Sin embargo, de inmediato volvió a contradecirse: “Perseguir a los corruptos polarizaría el país y nos empantanaríamos… generaría inestabilidad”, dijo textual.
En realidad, ni AMLO ni nadie ha hecho un cargo concreto al todavía presidente por el que pudiera ser llevado a juicio. Los casos de los casi 125 mil asesinados en la “guerra” contra el crimen organizado durante su sexenio, las desapariciones de decenas de miles, la matanza de Tlatlaya, la Casa Blanca, la tragedia de los 43 normalistas de Ayotzinapa, el socavón de Cuernavaca, la llamada Estafa Maestra, los viajes, excentricidades y excesos de su esposa Angélica Rivera Hurtado y de las hijas de ésta, los multimillonarios contratos de obra a sus amigos, fueron golpes mediáticos que dañaron brutalmente su imagen, pero no delitos que pudieran ser judicialmente imputables al mexiquense.
El único caso por el que efectivamente pudiera ir a la cárcel es por el desvío de 250 millones de pesos de la Secretaría de Hacienda al PRI a través del gobierno de Chihuahua encabezado por el hoy prófugo César Duarte Jáquez. Este caso, al que Andrés Manuel inexplicablemente ha ignorado, está sin embargo detenido por una controversia constitucional interpuesta por la Presidencia de la República ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación que impide que el propio Peña Nieto y sus principales colaboradores sean juzgados por ese desvío, documentado prolijamente por el gobierno chihuahuense del panista Javier Corral Jurado.
De modo que el hijo predilecto de Atlacomulco va a terminar su mandato sin mandar, pero feliz y tranquilo, para dedicarse posiblemente a algunas de sus aficiones predilectas, como viajar por el Mundo. A nadie se le ocurre por supuesto que pudiera como varios de sus antecesores asumir labores académicas en alguna afamada Universidad del planeta o ponerse a escribir sus memorias.
Sin pensión como ex presidente, pero con una fortuna estimada en unos 50 millones de pesos entre bienes e inversiones, según su propia declaración patrimonial, no pasará apuros económicos durante un buen rato, independientemente del caudal personal de su Gaviota, que triplica esa cifra.
Enrique Peña Nieto se va tranquilamente, como si nada hubiera pasado en estos años turbulentos. Salvó el pellejo. Que se sepa, nada impide hasta ahora al mandatario saliente pasar a disfrutar de esa vida que según él existe después de la Presidencia y que espera puede ser (mucho) mejor que la que ha sufrido hasta ahora. Válgame.
@fopinchetti
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