Guadalupe Correa-Cabrera
21/11/2018 - 12:04 am
El Espectáculo de «El Chapo»
Hace algunos días comenzó, en Brooklyn, Nueva York, lo que muchos han denominado “El Juicio del Siglo”.
Hace algunos días comenzó, en Brooklyn, Nueva York, lo que muchos han denominado “El Juicio del Siglo”. Entre fuertísimas medidas de seguridad, un gasto sin precedentes y la utilización masiva de los medios de comunicación modernos, inicia el juicio a quien fuera el narcotraficante más buscado del hemisferio: Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera. Al observar el despliegue millonario de recursos; el uso de miles de cámaras, perros entrenados para la vigilancia (K-9s o canines) y armas para supuestamente proteger al jurado y a la gente clave en el juicio; y después de conocer los escándalos que se han anunciado desde el inicio de este proceso judicial en los Estados Unidos, no puedo más que pensar en la obra maestra de 1967 del pensador francés Guy Debord: La Sociedad del Espectáculo (La Société du Spectacle).
En efecto, el “situacionismo” de lo que ha rodeado la cobertura y narraciones sobre la persecución, escape y detención, así como el proceso judicial mismo que se le sigue a quien es considerado para algunos—y sobre todo para los americanos—el narco más poderoso y peligroso de los últimos tiempos, no parece ser más que un gran espectáculo. Al igual que la espectacular huida de «El Chapo» de una prisión de máxima seguridad a través de un túnel—como aquellos que se utilizan (por los narcotraficantes) para aparentemente cruzar toneladas de droga por la frontera desde México hacia los Estados Unidos—ésta parece ser una parte más de la trama de una historia de ficción que bien podría formar parte de una serie de Netflix.
Aún recuerdo el arresto de «El Chapo» y el relato de “una visita secreta al hombre más buscado del mundo” en la popular revista Rolling Stone, que tenía como protagonistas al famoso actor Sean Penn (autor de la historia) y a la actriz Kate del Castillo—quien protagonizara la conocida serie “La Reina del Sur”. Hablando de drogas, túneles, peligros, mujeres, tequila, camionetas y actores famosos, ésta parecía ser la culminación perfecta de un episodio de “Narcos” en Netflix o de una película de Hollywood. En noviembre de este año (2018) comienza otro episodio que durará aproximadamente cuatro meses. En los nuevos capítulos de la serie serán actores clave: los jueces, policías, abogados, políticos y empresarios mexicanos, los testigos protegidos y otros narcos.
El juicio de «El Chapo» en la sociedad del espectáculo viene acompañado de una masiva cobertura mediática que vende bien las historias de guerras entre carteles o entre narcos. Esto sería parte, para Douglas Kellner (2003, 2008, 2017), de un espectáculo mediático (media spectacle). Surgen entonces comentarios simplistas y análisis bastante parciales que resaltan lo peor de la corrupción y la cultura mexicana. El show armado por los americanos no tiene casi villanos blancos. Al igual que en la televisión, las películas de Hollywood o en las nuevas plataformas electrónicas para el mundo del espectáculo hay buenos y malos. Los narcos (brutos, violentos, morenos y mexicanos) corrompen a los policías y a los políticos—también mexicanos. La justicia, por el otro lado, se imparte del lado blanco, del lado americano.
Más allá de los estereotipos, los grandes intereses, la rapacidad de los medios y comunicadores mercenarios, así como de una sociedad que gusta del espectáculo, es preciso explicar lo que no se dice, pero que pareciera estar realmente operando. En el espectáculo mediático de «El Chapo» es fácil perder la trama real de la película e ignorar los objetivos básicos de una estrategia que parece estar al servicio de grandes intereses económicos y geoestratégicos, muchos de los cuales tienen el corazón de sus operaciones en los Estados Unidos.
En el show de hoy protagonizado por «El Mayo», «El Chapo», e incluso por presidentes mexicanos, pareciera ser que el país está a la deriva y a merced de narcos que son capaces de dominarlo todo, incluyendo a agencias de seguridad, instituciones de todo tipo, y autoridades a los más altos niveles. Lo anterior justificaría entonces una estrategia más agresiva y quizás más militarizada contra estos poderosísimos “hombres malos”, que lo corrompen todo y que, casualmente, son morenos y mexicanos. Estos malos narcos estarían también causando una “crisis” del otro lado, matando a los consumidores de drogas (o “inocentes” adictos) americanos. Los estadounidenses en cambio—jueces y víctimas de estos narcos—nos revelan las verdades de un “México bárbaro” que requiere de su ayuda para ser controlado.
Los resultados del juicio a «El Chapo» y la información que derive del proceso, darían a los americanos información estratégica que les sería útil para poner en jaque a políticos y empresarios clave y presionar directamente al próximo gobierno mexicano. No nos sorprenda entonces que en el futuro muy próximo se fortalezca aún más la cooperación antinarcóticos basada en una presencia mayor (y concertada) de las agencias de seguridad estadounidenses en territorio mexicano. Una mayor militarización de la estrategia antidrogas tampoco está descartada y menos en el contexto actual de paramilitarismo criminal (no vinculado a los enervantes) que se alimenta a sí mismo, controlando territorios y extrayendo rentas en vastas regiones de la República Mexicana. Y todo esto, cortesía de una guerra (o la militarización de una estrategia) cuyo supuesto objetivo era el de acabar con los narcos.
Después de décadas fallidas de cooperación, ni se acabó con los narcos, ni con el tráfico de drogas, ni con los gringos adictos—que se mueren por millares. Sin embargo, la agencia antinarcóticos de los Estados Unidos, Administración para el Control de Drogas o DEA, nos sigue dando los mismos consejos y continúa operando al sur de la frontera de ese país con México con millonarios recursos, con las mismas estrategias y con los mismos resultados fracasados. Parecería entonces que el objetivo de dicha agencia no es el combate a las drogas, sino el control geoestratégico. El tema es muy complejo, pero el análisis del caso colombiano parecería confirmar esta hipótesis. Además, por cierto, Pablo Escobar, la DEA y los narcos colombianos en Netflix también fueron los protagonistas y parte del espectáculo.
Las recientes conversaciones en la ciudad de Chicago entre autoridades estadounidenses y mexicanas nos exponen claramente los objetivos de los americanos en el tema del combate a las drogas en lo que reconocen como su “crisis de opiáceos”. El objetivo sigue siendo el de cortar cabezas de los “poderosos” carteles mexicanos (la denominada kingpin strategy). La cabeza de «El Mencho», otro líder “narco”, ahora del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG), es la siguiente a cortar. Es probable que después de abatido «El Mencho», se registre mayor violencia en el pacífico mexicano. Y así se desangrará aún más México.
Mientras todos observamos con morbo e interés el show de «El Chapo» y platicamos de las cirugías de su esposa, de sus hijos bastardos, de la Reina del Sur, de las declaraciones (aún sin verificar) de su abogado y de los dichos de Zambada, se nos cae el país a pedazos.
Yo recomiendo que le apaguemos a Netflix y comencemos a leer y reflexionar un poco más. Recomiendo sobre todo leer con detenimiento a Douglas Kellner y Guy Debord quienes nos explican bien, respectivamente, cómo funcionan el “espectáculo mediático” y “la sociedad del espectáculo”.
Nota aparte (corta) sobre la estrategia de seguridad del nuevo gobierno:
Las administraciones anteriores, comenzando con la encabezada por Felipe Calderón, nos metieron en un gran embrollo declarando una guerra “fallida” contra las drogas, es decir, militarizando la estrategia de seguridad en México y fracasando en la depuración y creación de las policías que el país necesita y necesitaba. Los resultados de esta estrategia se tradujeron en más de dos centenas de miles muertos, torturados y desaparecidos, así como en la violación masiva a derechos humanos y una mutación paramilitar del crimen organizado. Para los que entienden bien cómo funciona la delincuencia organizada en México y la presencia masiva de paramilitares criminales en el país (que deja altamente vulnerables a comunidades enteras), parecería ser que no queda más remedio que una alternativa como la planteada por el equipo de seguridad del aún presidente electo. Sin embargo—y considerando las grandes limitaciones de una estrategia de este tipo—el éxito del plan no recae en lo programático, sino en su operación básica y en la formación eventual de las policías (a todos niveles) que el país necesita. Hoy, como están las cosas, parece que la opción—esperemos temporal—de un Guardia Nacional, aunque arriesgada y controvertida, parece ser apropiada. A los antes apologistas de Calderón que ahora se rasgan las vestiduras, a los aprendices de analistas en temas de seguridad, y a los que ahora se dicen defensores de derechos humanos desde la comodidad de un escritorio en la Capital de México: “vayan al campo y pregunten a los habitantes de Chilapa, Reynosa, Matamoros o Guanajuato (por ejemplo), qué opinan del retiro del ejército”; pregunten a víctimas de los paramilitares criminales que tienen como negocio el de extorsionar y extraer rentas, si hoy por hoy quieren que se retiren las fuerzas armados y que lleguen los policías. El dilema es complejo y la solución llevará tiempo. No es tan sencillo tomar partido por esta estrategia, pero es necesario ser constructivos. Y a los aprendices de analistas en temas de seguridad, vayan al campo, hagan entrevistas, y experimenten el miedo de vivir en tierra de paramilitares.
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