“Mi primer nombre fue con un amigo”, recuerda Buster. “Me siento bien ridículo, pero éramos ‘Vato’ y ‘Loco’, lo pintábamos por todos lados”. El nombre de Buster llegó años después, a la par de la perfección de la técnica y cuando el graffiti se convirtió en un estilo de vida.
Por Sergio Pérez Gavilán
Ciudad de México, 21 de octubre (Vice Media/SinEmbargo).- Todo comenzó con el descubrimiento de una lata de aerosol. “Mi primer contacto con el graffiti fue por un vato que venía del D.F.”, dice Buster Duque. “Yo tenía unos 13 años [y estaba] allá en Monterrey, de donde soy; este vato prácticamente nos lo enseñó como si fuera algo nuevo, el aerosol y el estilo. Nos llevó a una fábrica abandonada y desde ahí todo para delante”. Desde ese día, Buster no miró atrás. Hoy ya cuenta 20 años de experiencia como artista, atrayendo a diferentes personajes mexicanos para tatuarlos, y grafiteando paredes de barrios diversos para declarar su presencia en éste mundo. “Cuando se fue este vato, yo le seguí con el graffiti; contagiando a todos en mi camino, a mi barrio completo. Creí que algún día lo dejaría, pero aquí estamos y no, aún no pienso dejarlo”, dice con seguridad.
Entrar a Lettering Malandro, el estudio de Buster Duque, se siente como visitar un mundo que sólo he visto en películas: uno de una estética familiar donde brincan detalles dorados con negro, letras barrocas y paisajes urbanos pintados a mano en la pared, al son del bajo profundo de una canción de hip hop en español. Bombas y tags expuestos como obras de un museo; letras con peculiaridades, llenas de detalles hasta en los rincones más ínfimos, exponiendo seriedad y compromiso al trabajo: todo conviene en un lugar puesto explícitamente para celebrar la cultura hija del hip hop, la globalización y, a la vez, lo mexicano.
“Mi primer nombre fue con un amigo”, recuerda Buster. “Me siento bien ridículo, pero éramos ‘Vato’ y ‘Loco’, lo pintábamos por todos lados”. El nombre de Buster llegó años después, a la par de la perfección de la técnica y cuando el graffiti se convirtió en un estilo de vida. “De hecho, Buster, no es como suena en inglés [Boster], sino Buster, con ‘u’, porque precisamente nace de un error. Siempre le tengo que decir a la raza que ‘Buster’, si lo pronuncian con ‘o’, al chile es otro vato”.
Tras un par de años de haber iniciado a rayar, su barrio y colonia ya estaban completamente bañados en sus letterings freestyle, es decir, sin bocetos ni previo aviso, solamente con el flujo de la mano llevando el trazo, delimitando con su paso el espacio y volumen de la obra mientras avanza. Debido a la cantidad de bombas y el estilo de su freestyle, los policías locales empezaron a reconocer su trabajo, culminando en una demanda por haber pintado todos los panorámicos de una empresa de publicidad, quienes, en términos prácticos, pusieron un “precio” por su cabeza. Buster tuvo que dejar su firma por un año, reemplazando su mote por el de Infest, para no dejar de pintar.
En todo este tiempo, Buster ha acumulado una incontable cantidad de historias de guerra, como si fueran cicatrices, y cuenta cada una de ellas con orgullo. «Toda la vida he estado metido en este rollo, ya son 20 años», dice. «Sí traté de estudiar una carrera y todo, pero simplemente no se me dio; yo quería seguir pintando y echando desmadre. De eso se trata esto: la adrenalina, la acción, la calle, eso es lo que buscaba y sigo buscando. Me han preguntado muchas veces si no me canso, pero yo veo que cada noche es una experiencia nueva, una cosa que se vive cada momento”.
Poco a poco, Buster ha acumulado una serie de compinches a lo largo del país, que le han acompañado en sus incontables aventuras. Sin embargo, ese no fue necesariamente el caso al principio. «Fue muy difícil encontrar gente que de verdad quisiera vivir de esto como un estilo de vida, estar completamente entregado a seguir pintando siempre», dice. «Gente que, como yo, solamente quisiera pintar. Empecé a conectarme con gente de las afueras de Monterrey, primero, y después con gente de todos lados de la República. Ahora, mi misión es rayar en todos los estados, ya me faltan pocos. Por ponerte un ejemplo, allá en Sinaloa, en una gira, salí con unas personas y la fiesta se armó bien cabrón, pude haberme quedado a seguirla ahí, pero desde antes ya tenía un muro en mi ojo y me pelé para pintarlo, solo tenía esa noche. La misión es ir a poner tu tag en un lugar específico –no solamente rayar nada más porque sí, sino cazar el lugar y lograrlo. Para no hacerte el cuento largo, resulta que el lugar donde lo hice era el Hotel del Cid en Mazatlán, que incluso tiene un corrido arremangado propio muy famoso. Me subí sin saberlo, pero me tuve que escabullir, brincar y saltar por todos lados. Me amaneció ahí arriba”, recuerda con orgullo.
Su estilo único, ese que lo hizo tan reconocible para la policía local, lo ha posicionado como uno de los graffiteros de lettering más reconocidos del mundo, sus 280 mil seguidores en Instagram hacen reflejo de ello. El flujo del libre movimiento notable en una proeza completa en el movimiento y grosor del volumen pintado con la lata, lo ubican como un doctor en una práctica que aún no tiene academia.
Pero, ¿qué lo hace destacar en un mundo inundado de graffitis y tags? Para él, Lettering Malandro es más que el nombre de su estudio: es un movimiento afianzado a la cultura que lo vio nacer. Por un lado tiene un desarrollo gráfico que se puede ver plasmado en las paredes, stickers y tatuajes de las personas en el estudio; en el otro, las omnipresentes letras que lo han llevado a estar en donde está hoy.
«Son letras, güey. Antes que hacer un dibujo o cualquier cosa, siempre han sido ellas. Es lo que me gusta, me llama la atención que sea legible; es la base de todo el graffiti, sin importar que ya existan miles de maneras de hacerlas. Lo que nosotros hacemos ya es de aquí, ya es propio. No tenemos que voltear a pedirle nada al gabacho (Estados Unidos) o a Europa: ya tenemos algo único y yo lo defiendo. Por eso Lettering Malandro: Lettering siempre ha existido como base, y lo de Malandro es por el estilo más pandillero, de las calles, como es el mexicano. El estilo cholo y sus letras prácticamente barrocas”, me dice orgulloso. “La tipografía, la Goth English, es lo que señala el giro mexicano a todo esto. Si te fijas bien está en todos lados: en los camiones, en la peluquería, la tiendita de la esquina. El estilo barroco de la arquitectura de nuestras ciudades me influyó mucho, y lograr combinarlo con el graffiti definitivamente es algo nuevo que no copia la forma. Agarro las cosas que veo e invento nuevas maneras al momento de trazar un freehand en la piel. Las letras góticas como aquí se ven, no creo que en otro lado del mundo sean tan significativas y presentes”.
Vivir a través de hacer graffiti tiene un costo que Buster no se intimida en contar. Me cuenta que para poder lograr subsistir de esto, antes de los estudios de tatuajes o cualquier cosa, tuvo que hacer trabajos que no necesariamente se encajarían con el “malandro” de su movimiento. Por ejemplo, pintar un Kínder “con las jirafitas y todo”, hasta que progresivamente pudo pintar antros, gimnasios, estéticas tiendas y, posteriormente, eventos más grandes, enfocándose principalmente durante años a ser rotulista, intentando hacer las cosas bajo su estilo, de la manera que fuese posible. Ese mismo estilo termina por convertirse en un ultimátum de la profundidad gráfica de Buster Duque, familiar y desconocida, que plaga las calles. Vive a partir de la urbanidad inherente al estilo «malandro mexicano», y a final de cuentas, es un reflejo preciso que a gritos demanda su pertenencia en el imaginario visual de todas las ciudades mexicanas.