El año pasado, un informe del McKinsey Global Institute sugirió que para el 2030, más de 800 millones de carreras (el 30 por ciento de la fuerza laboral global) —desde doctores hasta contadores, abogados y periodistas— se perderán a causa de los computadores, mientras cada uno de los trabajadores de la Tierra tendrá que adaptarse «a medida que sus ocupaciones evolucionan junto a máquinas cada vez más capaces».
Por Matt Blake; traducido por Paola Llinás
Ciudad de México, 7 de octubre (Vice Media/SinEmbargo).- Si alguna vez pasabas por el piso de acciones de la sede de Goldman Sachs en Nueva York en los 2000, habrías entrado a una carnicería para los sentidos: 500 hombres y mujeres maldiciendo como lanzando proyectiles, teléfonos sonando a todo volumen, y el mareante aroma de la adrenalina siendo expulsado de cada orificio humano. En estos días, solo puedes distinguir el zumbido sin vida de 200 servidores de alta velocidad sobre el tictac del reloj. Porque esas 500 personas han sido reducidas a tres. Las otras 497 han sido usurpadas por complejos algoritmos.
Estos no eran trabajos mal pagos: los limpiadores, recepcionistas y otros asalariados del servicio industrial ya habían sido humillados por los computadores. Eran graduados universitarios con títulos luchados en carreras como negocios, finanzas o economía. El problema era que, a pesar de toda su capacidad mental, pasión y genealogía, los algoritmos hacían mejor el trabajo. No son las únicas víctimas. Los computadores, ahora, han captado el aroma de la sangre.
«Muchas personas asumen que la automatización tan solo va a afectar a trabajadores obreros, y que mientras vayan a la universidad serán inmunes a eso», dice Martin Ford, autor de Rise of the Robots: Technology and the Threat of a Jobless Future. «Pero eso no es cierto, habrá un impacto mucho más amplio».
Esto plantea la pregunta: mientras nos acercamos al osado nuevo mundo autómata, ¿un título universitario en, digamos, economía, filosofía, lenguas o cualquier otra cosa que no tenga que ver con reparar cobots (robots colaborativos) o con escribir algoritmos sí vale el archivo PDF en el que fue exportado? ¿O es, hablando en términos prácticos, inútil? Y si lo es, ¿qué están haciendo las universidades al respecto?
«La mayoría de universidades simplemente no están haciendo lo suficiente para preparar a los estudiantes para la fuerza de trabajo autómata», dice Nancy W Gleason, PhD, directora del Centro para la Enseñanza y Aprendizaje en la Yale-NUS College de Singapur, y autora de Higher Education: Preparation for the Fourth Industrial Revolution. «Necesitamos enseñarle a los estudiantes a tener flexibilidad cognitiva, y las habilidades y la confianza para intentar trabajos diferentes a lo largo de sus vidas. En la gig economy (trabajos esporádicos o temporales), uno no va a tener siete trabajadores, va a tener siete carreras. La gente puede decir, ‘Oh, mi título en historia no me sirvió de nada’. Bueno, adivina qué, tampoco servirá un título en radiología, odontología o derecho».
No es broma. El año pasado, un informe del McKinsey Global Institute sugirió que para el 2030, más de 800 millones de carreras (el 30 por ciento de la fuerza laboral global) —desde doctores hasta contadores, abogados y periodistas— se perderán a causa de los computadores, mientras cada uno de los trabajadores de la Tierra tendrá que adaptarse «a medida que sus ocupaciones evolucionan junto a máquinas cada vez más capaces». Otros sugieren que este número podría ser incluso tan alto como el 50 por ciento. «Las máquinas están mejorando su capacidad cognitiva, empezando a competir con nuestra habilidad para razonar, para tomar decisiones y, lo más importante, para aprender», añade Ford. «Al menos durante el próximo par de décadas, la Inteligencia Artificial (AI, por sus siglas en inglés) y la robótica van a eliminar una cantidad gigante de trabajos. Más allá de eso, cada vez más se vuelve más impredecible; realmente no sabemos qué va a pasar».
Para descubrir más, contacté a 25 de las universidades más importantes del mundo para preguntar qué están haciendo, si lo hacen, para preparar a los estudiantes para las agitadas aguas del trabajo fluido. De las ocho universidades de la Ivy League de Estados Unidos, sólo Dartmouth College tuvo algo que decir; las demás, o bien no respondieron, estaban muy ocupados o no podían encontrar a la persona adecuada con la que pudiera hablar. Y de las ocho universidades de Reino Unido a las que me acerqué, la London School of Economics y la Universidad de Sheffield no respondieron, mientras que tanto Leeds como Birmingham no pudieron encontrar a nadie adecuado para comentar. Una funcionaria de prensa de la Universidad de Cambridge dijo que no estaba «informada de nada específico a Cambridge».
Sin embargo, Oxford, Bristol, Manchester y City, y la Universidad de Londres, todas me respondieron. «El próximo año introduciremos una unidad de curso interdisciplinaria que todos nuestros estudiantes pueden tomar, y que analiza precisamente este problema», dijo Caroline Jay, PhD, una catedrática principal de informática en la Universidad de Mánchester.
De acuerdo a su resumen, el curso, llamado «AI: Robot Overlord, Replacement or Colleague?», apunta a «equipar a los estudiantes de Manchester de todas las disciplinas con un entendimiento del impacto que actualmente tiene esta tecnología, la forma en que probablemente cambie en el futuro y, fundamentalmente, la habilidad de comprender las oportunidades que trae, sin importar tu carrera».
«El objetivo general de las universidades es equipar a las personas con las habilidades para aprender», añade Jay. «Los estudiantes no están aquí solo para aprender un conjunto de datos, sino para aprender cómo las cosas cambian, evolucionan y cómo pueden encajar eso en el futuro».
La Universidad de Bristol toma una visión más amplia. «Si la economía en verdad se está convirtiendo más en una gig economy, preparar a los estudiantes a ser emprendedores es algo que nos tomamos muy en serio», dice Dave Jarman del Centro de Innovación y Emprendimiento de la universidad.
Así que la universidad ha construido Bristol Futures, una nueva iniciativa que ofrece un rango de cursos abiertos en línea diseñados para proveer «la oportunidad para el desarrollo de habilidades académicas principales y atributos personales claves para ayudar a los estudiantes a ser profesionales más adaptables y exitosos». Los cursos actualmente ofrecidos —Empresa e Innovación, Ciudadanía Global y Futuros Sostenibles— no son títulos per se, sino que se encuentran junto la materia escogida por un estudiante.
«Este es nuestro plan a largo plazo», dice Jarman. «Estamos mirando cómo introducimos ilegalmente esas ideas en cualquier cosa, desde los clásicos hasta la química. Por supuesto, a veces cambiar prácticas en una universidad es como voltear un tanque de gasolina en una cabina telefónica, pero estamos en ese proceso».
Dirk Erfurth, el director de servicios universitarios de la Universidad de Múnich (LMU), en Alemania, concuerda. «Uno no puede esperar que todos los profesores en todas las facultades se tomen estos problemas como sus preocupaciones más serias. Esa no es su labor. Es nuestra labor en los servicios universitarios, como el puente entre el mercado laboral y el mundo académico».
Dice que la LMU ofrece pasantías financiadas en el exterior, programas de orientación, y mini-cursos vacacionales (111 dólares por 40 horas de tiempo de clases) en materias como presentación y retórica, liderazgo, manejo del tiempo y comunicación, y manejo de conflictos, así como una «unidad de educación profesional» para antiguos estudiantes que buscan ampliar sus habilidades. Erfurth dice que la LMU se toma muy en serio la futura empleabilidad de los estudiantes, siempre y cuando los alumnos estén preparados para poner de su parte.
«No se trata de calificaciones o certificados», agrega, «queremos mostrarle a los estudiantes que, si invierten un poco de tiempo y dinero en sus habilidades, les pueden pasar cosas maravillosas. Uno tiene que salir de su zona de confort y salir al mundo, para distinguirse de los demás, hacer pasantías, desarrollar la habilidad de tener mente abierta, pensamiento creativo, curiosidad, interconexión, y espíritu emprendedor. Esas son las habilidades que los harán empleables en el futuro». Esto es lo que la Universidad de Copenhague denomina «perfil de habilidades interdisciplinarias».
«Apuntamos a mejorar las oportunidades de los estudiantes para explotar el potencial de la digitalización y los macrodatos tanto dentro de la universidad como con nuestros asociados colaboradores», dice el vicerrector de la universidad, Anni Søborg, haciendo eco a mucho de lo que ya he oído. «Y hacemos explícito cómo los programas pueden ser aplicados en el mercado laboral, incluyendo un enfoque en iniciativas que aseguran que los estudiantes tienen las habilidades requeridas para la innovación y el emprendimiento».
Aún así, en Estados Unidos, que según Dr. Gleason está «haciendo muy poco en educación superior en comparación con otros países». «La verdad es que, no conocemos realmente todos los trabajos para los que estamos preparando a los estudiantes», dice el decano asociado para las ciencias de Dartmouth, Dan Rockmore. «Dartmouth es la universidad líder en artes liberales del mundo. La ética de las artes liberales es que una educación amplia e integral, y una exposición a la naturaleza multidimensional de los grandes retos de nuestros días, son lo que preparan la mente para los retos impredecibles del mundo después de la graduación. Apuntamos a enseñar pensamiento crítico, hábitos mentales que pueden ayudar a soportar diversos contextos.»
Luego señaló que la Red Empresarial de Dartmouth, da a los estudiantes «la oportunidad de intentar ideas para y dentro de la ‘nueva economía'», junto con su sistema de «trimestre flexible»que le da a los estudiantes la «oportunidad de experimentar los lugares de trabajo de la nueva economía» durante todo el año. «En resumen, una educación Dartmouth preparará a los estudiantes a tomar ventaja de esas transformaciones [tecnológicas]».
El punto clave aquí es que todos esos cursos son opcionales. Ningún estudiante está obligado a tomarlos, y no ofrecen garantías probables para el futuro. Pero entonces, ¿es realmente la responsabilidad de una universidad sujetar las manos de los estudiantes a lo largo de sus vidas? O realmente, ¿depende de los estudiantes?
«Yo diría que es como una membresía del gimnasio, no como un mayordomo», dice Jarman. «Uno no paga el dinero y aparecen los bienes. Uno paga por una oportunidad, pero tiene que ir y levantar las pesas y correr las distancias. Si uno hace esas cosas, las universidades tienen instalaciones maravillosas y personas que pueden ayudar a acelerar el proceso. Pero no va a aterrizar todo en el plato».
Los estudiantes universitarios —como el director de servicios universitarios de la Universidad de Oxford, Jonathan Black, apunta de forma entusiasta— son adultos después de todo. «Una de las cosas por las que Oxford, y otras universidades, se esfuerzan es por persuadir lo suficiente a las personas que son perfectamente brillantes para que se beneficien de la educación universitaria y consideren nuestros muchos servicios extracurriculares, como el departamento de carreras, asociaciones de estudiantes, voluntariados o experiencia de trabajo en el verano. Es ahí donde van a obtener esa experiencia, pero tienen que darse cuenta de que la están obteniendo».
Prosiguió: «Pero no les vamos a decir a los estudiantes qué hacer. Creo que les estaríamos haciendo un mal a los estudiantes si sujetamos sus manos durante todo el camino hasta el final para luego decirles, ‘Aquí está tu trabajo’. Estamos aquí para poner la mesa, mostrar a los estudiantes lo que está disponible, pero depende de ellos decidir si quieren comer».
La verdad es que, lo que mantiene despiertos en la noche a la mayoría de los directivos de universidades no es el robocalipsis, sino las amenazas a corto plazo a su supervivencia, como competir por dotaciones y matrículas. Pero hay un director de una universidad cuyos sueños sí son invadidos por robots. Esa, dice Joseph E Aoun, es su ventaja: los robots no pueden soñar. El director de la Northeastern University (NU) en Boston ha desarrollado una estrategia para defenderse. La denomina «humanics».
«Si los robots van a reemplazar a los seres humanos en los sitios de trabajo, entonces necesitamos convertimos a prueba de robots», dice. «El aumento de inteligencia artificial extraordinaria requiere que cultivemos inteligencia humana extraordinaria. Incluso las máquinas más brillantes de hoy en día tienen limitaciones. Las máquinas todavía no tienen una capacidad para la creatividad, la innovación o la inspiración».
Su idea, esencialmente, es dar a los estudiantes la habilidad de resolver los problemas más urgentes del mundo de una forma en que los robots no puedan: con empatía. O, como lo pone: «Aún no he visto a un computador llorar».
Como se expone en su libro, Robot-Proof: Higher Education in the Age of Artificial Intelligence, las humanics se han vuelto básicas en el programa de Northeastern que requiere que los graduados de informática, digamos, tomen clases de teatro o improvisación. «¿Por qué? Porque les permite comenzar a interactuar con otros, lo cual es un ejemplo simplista, pero vital de cómo hacer que las personas vayan más allá de lo que están estudiando», dice. «La interacción humana va a ser una habilidad vital en el futuro».
Aoun argumenta que la única forma para crear un programa de estudios «a prueba de robots» es adoptando una «integración intencionada de competencias técnicas, como codificación y alfabetización en datos, con competencias humanas como la creatividad, la ética, la agilidad cultural, y el emprendimiento».
Pero, dice, el aprendizaje experiencial también es esencial, y también ha desarrollado un programa aclamado de educación cooperativa y de desarrollo de carreras llamado Co-op en NU. «Tenemos una red de 3 mil empleados en 136 países en todos los continentes, incluyendo la Antártica, donde los estudiantes aplican para trabajos pagados por seis meses», dice. «Ahí, ellos tienen la oportunidad única de aprender cómo interactúan las personas en el lugar de trabajo, cómo se ven las oportunidades, cómo es trabajar en un entorno cultural diferente; comienzan a entenderse a sí mismos mejor. Eso es poderoso y transformador».
Los números hablan por sí mismos: la mayoría de los estudiantes hacen dos o tres co-ops a lo largo de sus años universitarios, y el 92 por ciento de ellos encuentran trabajos de tiempo completo dentro de los nueve primeros meses después de que se gradúan.
La inundación de la automatización ya viene. Pero Aoun y Gleason dicen que enseñarles a los estudiantes simplemente a nadar —como la mayoría de las universidades con las que hablé están empezando a hacer— no los salvará de ahogarse eventualmente. En cambio, coinciden, necesitamos construir un arco. «Debemos retirarnos de la idea de un título universitario siendo lo principal en los primeros 18 o 24 años de nuestras vidas», dice Gleason. «En lugar de un modelo de tres-a-cuatro-años, los estudiantes deberían ser admitidos por 20 años con la posibilidad de volver a tomar clases gratis cuando quieran».
Eso es exactamente lo que tanto la NU como la NUS, donde Gleason trabaja, están haciendo. La NUS, por ejemplo, ha lanzado dos «institutos de aprendizaje de por vida» apoyados por el gobierno, donde los graduados pueden volver en cualquier momento de sus vidas para «aumentar sus competencias» en cientos de cursos —largos y cortos— desde psicología hasta árabe, «agilidad de negocios» y «seguridad cibernética para la Internet de las cosas». «Queremos juntar cursos para volver a enseñar habilidades a los adultos», dice Gleason. «Hay un largo camino por delante, pero el verdadero fruto es más educación experiencial, y menos cátedras».
En cuanto a la NU, Aoun ha supervisado el establecimiento de una red de campuses de aprendizaje de por vida en Charlotte, Carolina del Norte, Seattle, Silicon Valley, Toronto y San Francisco, donde los miembros pueden volver para aprender nuevas competencias. «Setenta y cuatro por ciento de la población son lo que llamamos ‘aprendices no profesionales'», dice. «Ignórenlos y las universidades se vuelven irrelevantes. Si no intervenimos e integramos el aprendizaje de por vida como parte de nuestra misión central, nos convertiremos como la industria ferroviaria que vio la aparición de la revolución de las aerolíneas y dijo, ‘Esto no tiene nada que ver con nosotros’. No se vieron a sí mismos en el negocio del transporte, y su negocio sufrió como resultado».
Nada de esto, por supuesto, resulta barato. La NUS y la NU son ambas instituciones bien financiadas. Gleason sugiere que un impuesto en los robots lo cubriría. Si no, la industria necesita adelantarse y pagar. «No veo por qué la industria no debería», añade. «No es como si ellos no se beneficien por algunos de los trabajos que desaparecen».
Entonces, ¿qué pueden hacer mientras tanto, los estudiantes que no van a la NUS o a la NU —o a alguna de las otras pocas universidades del mundo con ideas similares— para asegurar sus carreras para el futuro? La respuesta, realmente, es convertirse en lo más humanos como sea humanamente posible. Necesitamos defendernos con sentimientos. «El mercado laboral futuro no necesita expertos en contenido o procesadores de información», dice Gleason, «sino creadores, analizadores, solucionadores de problemas, colaboradores y aprendices de por vida que estén dispuestos a adquirir nuevas habilidades mientras las viejas se convierten rápidamente en obsoletas. El mejor lugar para aprender esas habilidades está en las artes liberales».
Tal vez entonces, como un comienzo, ese título en filosofía o lenguas, no es una mala idea después de todo.