Rubén Martín
30/09/2018 - 12:00 am
El 68, los espacios de libertad y las revoluciones
La masacre de Tlatelolco el 2 de octubre hace 50 años, es una de los hechos represivos más atroces y abominables cometida por el Estado mexicano contra su propio pueblo. El Consejo Nacional de Huelga (CNH) convocó el 2 de octubre a un mitin en la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Había cierto optimismo al seno del CNH porque esa mañana el gobierno había accedido a sostener un diálogo inicial enviando a dos representantes oficiales ante una comisión de estudiantes. A ojos de los dirigentes estudiantiles, parecía que el movimiento podría resolverse por causes pacíficos.
La masacre de Tlatelolco el 2 de octubre hace 50 años, es una de los hechos represivos más atroces y abominables cometida por el Estado mexicano contra su propio pueblo. El Consejo Nacional de Huelga (CNH) convocó el 2 de octubre a un mitin en la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Había cierto optimismo al seno del CNH porque esa mañana el gobierno había accedido a sostener un diálogo inicial enviando a dos representantes oficiales ante una comisión de estudiantes. A ojos de los dirigentes estudiantiles, parecía que el movimiento podría resolverse por causes pacíficos.
Pero el diálogo de la mañana en realidad era una trampa, según han concluido a posteriori, los dirigentes del movimiento. El gobierno ya había decidido cortar de tajo el movimiento popular mediante un operativo militar a gran escala.
El tamaño de la operación del 2 de octubre, la frialdad y la saña con la que fue preparada, se ha convertido justificadamente en la fecha de conmemoración del movimiento estudiantil-popular del verano de 1968.
Pero la relevancia histórica del movimiento se define más por lo que creó, transformó y revolucionó que la represión y la masacre estatal. Más importante que la represión son los nervios y la sangre del movimiento. Podría decirse que los nervios del movimiento fueron las asambleas por escuela en huelga, y el órgano de coordinación de la lucha que fue el CNH. En tanto, la sangre fueron las brigadas y las guardias en las escuelas, que eran en realidad los mismos estudiantes movilizados, pero con una división del trabajo: las brigadas salían a las calles y las guardias organizaban las tareas y proveían todo lo necesario para llevarlas a cabo.
Los estudiantes y universitarios en movimiento, aliados a amplios sectores de clases medias y populares de la Ciudad de México y varios estados del país produjeron así un ciclo de manifestaciones masivas precedentes en la historia del país. Las marchas no eran sólo solamente tomar las calles y las plazas, especialmente el Zócalo. La realización misma de las marchas transformaba a sus participantes. Aunado a las concentraciones masivas y multitudinarias, hay que recordar el papel tan importante de los mítines relámpago realizados por las brigadas en miles de puntos de la capital.
Toda esta producción de actos y momentos políticos es la esencia del movimiento, porque en cada uno de esos actos, como decidir irse a huelga en cada escuela, organizar la toma de cada plantel y la reproducción de la vida diaria de las brigadas y comités de lucha, organizarse para hacer la campaña de comunicación popular más importante hasta ese momento; decidirse a marchar a pesar de las amenazas de represión; discutir en escuelas y en el CNH el rumbo del movimiento; y acompañar todas estas acciones con ánimo festivo y creador, todo esto es la esencia del movimiento.
En cada uno de estos actos se crearon espacios de libertad que transformaron a cada uno de los participantes del movimiento y por resonancia, a millones de mexicanos más. Y es que al participar en el movimiento (al producirlo), millones probaron “el dulce sabor de la libertad”, como lo recordó Eduardo Valle, orador central en el mitin de la Marcha del Silencio el 13 de septiembre.
En ese discurso, Eduardo Valle pareció recoger el espíritu de la época cuando ante cientos de miles en el Zócalo dijo: “Hemos ganado la conciencia de la acción, ahora discutimos cómo romper las cadenas, no si se pueden romper. Nadie piensa ahora que no importa estar atado. Hemos vivido libertad en las calles, hemos vivido democracia en miles de asambleas, de mítines y de manifestaciones. Cuando se conoce lo dulce de la libertad, jamás se olvida y se lucha incansablemente por nunca dejarla de percibir, porque ello es la esencia del hombre; porque solamente el hombre se realiza plenamente cuando se es libre y en este movimiento, miles hemos sido libres. ¡Verdaderamente libres!”.
Al releer las palabras de Eduardo Valle, El Búho, recordé el movimiento revolucionario kurdo contemporáneo de Rojava que definen su lucha como un esfuerzo para crear áreas y espacios para la libertad personal (de los kurdos como pueblo, de creencia, para las mujeres) y colectiva.
Así lo expresó Riza Altun, uno de los fundadores del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK): “Entonces, ¿qué está aumentando en Rojava? ¿Qué está levantándose en Kobanê y Efrîn? En general, ¿qué significa la Federación de Siria del Norte? Cuando pensamos en esto nos damos cuenta de que en estas áreas el movimiento no sólo respondió a la búsqueda de libertad de las personas sino que también se han creado áreas para vivir libremente. Estas áreas de libertad comienzan a aparecer como islas pequeñas. Y estas islas se unen y tratan de formar una federación para evitar ser marginados. También se está tratando de alcanzar el estado universal, al unirse con el movimiento revolucionario internacional”.
Construir (y mantener) espacios para la libertad personal y colectiva es lo que hacen en la historia las rebeliones y las revoluciones. Crean espacios de libertad. Como la Comuna de París en 1871, como los pueblos de Morelos en la Revolución mexicana, como el mayo francés del 68.
Por eso estoy convencido que el aporte central del movimiento del 68 mexicano, fue crear espacios de libertad en la que los sujetos participantes se transformaron y transformaron su realidad. La revolucionaron.
Al desarrollar el movimiento, crearon su espacio–territorio de libertad, la dulce libertad que describió El Búho. En el verano de 1968, el movimiento estudiantil-popular creo un momento libertario, de democracia radical, de probar la dulce libertad que no tiene más freno que la que cada quien se impone, de desatar la creatividad y ejercicio de la libertad responsablemente.
Es obvio que los estudiantes que ejercieron sus libertades al deliberar y discutir si se sumaban a la huelga y al participar en el curso del movimiento a través de órganos horizontales y democráticos, ya no podían llamar “democracia” al autoritarismo priista y su simulación de elecciones. Quienes participaron en el movimiento estudiantil miraron al país de forma distinta. Ellos mismos ya eran distintos. Y con ello, el país mismo ya fue distinto. A 50 años del movimiento festejamos que millones de mexicanos probaron la dulce libertad. Por eso sabe tan amarga la democracia liberal.
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