Este 19 estaremos en la Ciudad de México. Sonará la alarma, recordaremos nuestros terremotos. El de 1985 y el de 2017. Todos recordaremos la tragedia, la devastación, el caos y también cómo nos unimos para solidarizarnos, para echarle la mano al otro. Otra vez el gobierno volvió a fallar, otra vez los cacos se hicieron con las cosas de los otros; leeremos algunos libros y ojalá para el próximo temblor estemos más preparados.
Ciudad de México, 15 de septiembre (SinEmbargo).- ¿En qué terremoto estuviste, el del 19 de septiembre? ¿De qué año? Las dos fechas históricas y que vivimos con miedo, al punto de que la productora de cine, Erika García, pidió no estar en la Ciudad de México: que alguien la contrate lejos.
Fue hace un año que conmemorábamos el sismo de 1985. Había habido una alarma al mediodía y, poco después, el gran temblor, ver a tus compañeros, a tu jefe, moverse de un lado a otro y sentir que eso era lo último que ibas a sentir en esta dimensión.
Los días se hicieron largos y la cantidad de personas damnificadas se multiplicaban. El colegio Rebsamen, el TEC de Monterrey, los muertos que aumentaban, la cantidad de edificios nuevos –sin habitar- que se desmoronaban: todo era un caos.
Ahora septiembre no va a ser el mes en el que levantamos la copa de tequila y gritamos ¡Viva México! Será el día del dolor por los terremotos.
“¿Recuerdas dónde estabas y lo que hacías el martes 19 de septiembre de 2017 a las 13:14 hrs? Si te encontrabas en la CDMX es probable que al recordarlo sientas escalofrío pues fue el día en que ocurrió el devastador terremoto de magnitud 7.1.
Sin embargo, también fue el día que reunimos fuerzas para ayudar a quienes no conocíamos porque sabíamos que podríamos haber sido ellos… alguno de los atrapados entre los escombros, alguno de los que perdieron todo en segundos”, dice el fotógrafo mexicano Luis Arango, quien inició un proyecto como una inquietud y compromiso por compartir distintas historias surgidas a raíz del temblor.
19/S El día que nos reencontramos es un trabajo audiovisual con más de 40 fotografías, que se exhibe hasta el 7 de octubre, instalada en el camellón del Paseo de la Reforma, entre la glorieta de la Palma y Avenida de los Insurgentes.
Con fotografías de las agencias Pinhole y Cuartoscuro, con sus directores, Luis Arango y Pedro Valtierra, estuvieron en el acto inaugural.
Septiembre será un mes festejable por el Día de la Independencia. Será un día doloroso por recordar a los muertos y a los desastres que perdimos con el terremoto. 19 de septiembre diremos terremoto. De 1985, de 2017 y aquí estamos.
En estos días, se ha estrenado la película El día de la unión, que rinde homenaje a víctimas y rescatistas del sismo de 1985. Dirigida por Kuno Becker, narra el drama humano que se vivió hace 33 años en la Ciudad de México y a través de esta historia, se resalta la formación de brigadas de rescate y la solidaridad de los habitantes de la Ciudad de México
La cinta describe la historia de Javier, un taxista capitalino al que el destino lo lleva a trabajar cerca del hotel Regis, inmueble que se derrumbó luego del movimiento telúrico que ocurrió a las 7:19 horas.
Frente a los ojos de Javier, ingeniero civil de profesión, la Ciudad de México se derrumba con el gran terremoto de ese día. Asimismo, se cuenta el drama que vive un niño llamado Francisco, quien queda atrapado en el estacionamiento de un edifico que cayó tras el temblor y a quien su padre trata de rescatar de entre los escombros.
De esta manera, El día de la unión busca ser sobre todo un homenaje a las víctimas, sobrevivientes y héroes del sismo de 1985, pero también del que ocurrió en 2017.
¿Y los libros? Aquí está nuestra memoria, nuestro dolor, en la palabra escrita.
Aquí volverá a temblar, de Ricardo Becerra y Carlos Flores (Grijalbo)
Los autores de este libro vieron y midieron (desde sus puestos de primera línea) el impacto del sismo del 19 de septiembre de 2017, percibieron los fallos y dilemas de la reconstrucción y detectaron varias lecciones que debemos aprender para no sufrir un desastre igual o peor.
En esta obra, Ricardo Becerra y Carlos Flores recopilan testimonios de aquellos días, analizan la actuación del gobierno y explican por qué renunciaron a sus encargos.
La obra (desde su doble vertiente: humana y política) no evade ninguno de los problemas ni de los debates que acompañaron aquellos sucesos. Y todo con un objetivo claro: no olvidar, y prepararnos para no volver a enfrentar el siguiente terremoto como si fuera el primero.
Una radiografía de los aciertos y errores tras el terremoto del 19S, hecha por los responsables de la reconstrucción.
PREFACIO
La desgracia es una condición de la existencia humana. Eso se sabe, pero hay desgracias que, por decirlo así, se apartan del orden natural de las cosas. Como apuntan los autores de los protocolos mínimos y la “carta humanitaria” para la acción pública en caso de desastres,1 la muerte de un hijo y la súbita pérdida del patrimonio son dos experiencias extremas, probablemente las más traumáticas, porque se apartan de la trayectoria previsible de la propia existencia. Ningún otro tipo de acontecimiento resulta tan punzante, tan intenso o provoca más dolor.
Es en ese ambiente, con esa tensión psicológica, donde se despliegan las decisiones de los gobiernos y la atención a los damnificados después de un terremoto. Los instintos de supervivencia entran en juego las primeras horas y los primeros días; la solidaridad y los actos heroicos se multiplican, pero las cosas van cambiando, especialmente el estado de ánimo de las personas. Al paso de dos semanas, la emergencia no se ha ido, pero las necesidades de reconstrucción ya empiezan a nacer en medio de un tumulto de demandas que hay que reconocer, asumir, ordenar, jerarquizar.
Este libro ofrece, por una parte, un testimonio de dos mexicanos que tuvimos el raro privilegio de ser responsables del momento inicial de la reconstrucción, después del sismo del 19 de septiembre de 2017 en la Ciudad de México. Además del testimonio de lo que vimos y vivimos, el libro es un intento por razonar la experiencia —el conjunto de daños, factores, fuerzas sociales, económicas y políticas— que ha dado sentido y contexto, favorecido o entorpecido el curso de la reconstrucción.
- • •
La experiencia de ese terremoto ubicó a la Ciudad de México en una nueva situación traumática y le causó un daño grave y extendido: 228 muertos,2 cientos de heridos y decenas de miles de damnificados a lo largo de una media luna que va de sur a norte, desde la delegación Tláhuac hasta Lindavista.3
Se presentaron severos daños en la infraestructura física estratégica y el súbito retorno de la conciencia pública acerca de la vulnerabilidad y del riesgo inherente en la vida de la Ciudad de México, dada su inevitable condición sísmica.
De 1985 a la fecha, la sociedad y el gobierno habían convertido esa certeza sísmica en un ritual irrelevante, sobre la que viven casi nueve millones de personas: un simulacro de evacuación cada año y poco más. Y si bien esta vez la reacción de la sociedad y el gobierno fue rápida, masiva y solidaria, también enseñó que los protocolos de seguridad eran insuficientes antes, durante y después de la emergencia, en la larga curva de la reconstrucción.
Es parte de la agenda de futuro de la Ciudad de México: interiorizar, profundamente y de manera duradera, la certeza sísmica en la que vivimos y, por tanto, generar al respecto una cultura mucho más amplia, más sólida, que forme parte de nuestra cotidianidad urbana. Ése es el primer objetivo de este libro.
Existe otra peculiaridad en esta obra: los autores tuvieron la extraña fortuna de participar en la Comisión para la Reconstrucción de la Ciudad de México, de modo que pudieron observar, recorrer centenas de los lugares más críticos, y después ofrecer su testimonio. Su mirada va un poco más allá del periodismo: se trata de una situación única, de primera mano, pues acudieron con los damnificados en los sitios del desastre, para entablar contacto personal, no sólo para observar y describir el daño, sino sobre todo para intentar resolverlo.
Y algo más. Para solucionar los problemas que estaban viendo y viviendo, tenían que entrevistar a expertos, estudiar, rodearse de una comisión altamente calificada para elaborar respuestas y desplegar un abanico de programas gubernamentales urgentes y coherentes entre sí. Había que formular políticas extraordinarias para una situación extraordinaria.
Este libro está elaborado, pues, por dos actores y testigos directos de la tragedia cuyo primer acto fue, precisamente, acudir a los sitios donde los capitalinos sufrían y padecían con mayor intensidad la cauda de una catástrofe natural, que se presentó un insólito 19 de septiembre, exactamente el mismo día del último gran terremoto de 1985 en la Ciudad de México.
- • •
En cierto modo, este volumen también es un balance, un intento por responder qué ha avanzado correctamente y qué hemos hecho mal en la reconstrucción de nuestra ciudad.
Son preguntas difíciles, pues se trata de un proceso de grandes dimensiones (el daño que asestó el temblor es muy grande y muy disperso) y de una complejidad que se deriva de la propia desigualdad física y social de nuestra urbe.
No son fáciles de responder, además, porque estamos ante un proceso en curso. Casi un año después del sismo, la curva de las necesidades de los damnificados sigue cambiando, y si antes la absoluta prioridad era anular los riesgos que dejó el temblor, a la manera de ruinas inclinadas, ahora se agrega la necesidad de un horizonte cierto: reglas y criterios para devolver casa, techo, patrimonio y cierta normalidad a la vida de las personas afectadas.
Las preguntas son difíciles, sobre todo, porque la eficacia de las autoridades en asuntos públicos de esta magnitud es siempre relativa. La política puede entenderse como una lucha, un forcejeo por recursos limitados. Decisiones que pueden ser buenas para unos resultan malas para otros. Por lo tanto, lo que la reconstrucción exige es un mapa político, técnico y también moral para evaluar qué decisión fue o es la correcta para el conjunto, no sólo para un sector, una zona, una parte mimada o una clientela.
Por eso la discusión y la evaluación sobre la reconstrucción debe tener muy en cuenta, en primer lugar, el número de los damnificados; en segundo, la diversidad de los mismos; la dimensión de los daños materiales de toda índole, y conjugar la información en un mapa único. Esto es exactamente lo que manda la Ley para la Reconstrucción (mediante los seis censos obligados), pero ni siquiera es la parte más difícil, el problema es que la solución para unos no puede excluir las demandas de los otros, siempre en un contexto de recursos limitados.
De modo que la reconstrucción no es un programa respaldado en un presupuesto: la reconstrucción es una política, la búsqueda de soluciones concretas y factibles a la permanente y cambiante dificultad de la conciliación de aspiraciones, del acuerdo entre intereses distintos de los propios damnificados, vecinos, niveles de autoridad, ámbitos de gobierno, opiniones técnicas y científicas encontradas, entre otras.
Hasta donde alcanzamos a ver, la Ciudad de México no cuenta con una solución, pero sí con una guía para enfrentar la gran tarea de conciliación de intereses y demandas, en medio de condiciones humanas, psicológicas y materiales profundamente alteradas.
Esa guía es la propia Ley para la Reconstrucción. Y, mientras la ley sea vigente, hay que respetarla, entre otras razones, porque configura el cuerpo de derechos de los damnificados. A estas alturas, la tarea de comprensión y evaluación de la reconstrucción debe comenzar a partir de esa ley. Uno de sus capítulos cruciales es, por supuesto, el relacionado con el dinero, el Fondo de Reconstrucción. Y más allá: el fideicomiso público que sepa responder a esas curvas de daños y necesidades cambiantes.
Según la literatura de los “desastrólogos” (hemos descubierto que tal disciplina existe y está bien consolidada), tras un sismo severo, una ciudad densamente poblada sigue una “trayectoria de sufrimiento y dolor” cambiante,4 y las autoridades han de cursar por siete tramos esenciales:
1) Reconocer la magnitud de los daños y jerarquizarlos.
2) Fijar criterios universales de trato general a los damnificados.
3) Establecer las tareas prioritarias que siguen a la emergencia (es decir, lo que sigue del rescate de sobrevivientes y cuerpos).
4) Cuantificar los daños y asignar los recursos.
5) Ofrecer certezas y diversos apoyos a los damnificados.
6) Diseñar un plan de intervención estratégica para la modernización de las estructuras físicas.
7) Acompañar y encauzar la reconstrucción vital de las personas a lo largo de todo el proceso.
Luego de ocurrido el desastre se impone una lógica cruel que se desenreda y se cierne en gran parte de la ciudad: la lógica de las demandas apremiantes, humanamente urgentes, y un proce …
19 edificios como 19 heridas, de Alejandro Sánchez. Grijalbo
Murieron 369 personas.
Pero no las mató el sismo.
Los responsables fueron la corrupción, la impunidad, la dejadez, el olvido e incluso la falta de cultura cívica.
A un año del desastre, esta obra investiga qué salió mal en 19 de los edificios más dañados por el temblor. ¿Por qué hubo tantos muertos 32 años después del terremoto de 1985? El libro, así, pinta cuáles son los problemas que resquebrajaron México… y alerta: si no se solucionan, volverá a ocurrir una tragedia similar.
INTRODUCCIÓN. QUE HABLEN LOS ESCOMBROS, QUE SE ESCUCHE A LAS VÍCTIMAS
Pasada la emergencia ocasionada por el terremoto del 19 de septiembre de 2017, propuse a un grupo de periodistas –que cubrieron las noticias sobre el sismo– ampliar sus historias o escribir una crónica a partir de sus vivencias. Me había percatado —en charlas con amigos o conocidos y a través de lo que escuchaba en la calle— que la gente sabía mucho más de una historia ficticia (el “rescate” de la inexistente niña Frida Sofía en el colegio Rébsamen, al sur de la ciudad de México) que de derrumbes de edificios en los que por des gracia también hubo muertos y heridos. Estaban apenas enterados de la ubicación de algunos de los inmuebles, pero no sabían los nombres de las víctimas, sus historias o por qué fallecieron aplastados por losas y muros: ¿fue realmente la pura sacudida la causa del colapso de 51 inmuebles en la capital del país? ¿Por qué no cayeron edificios contiguos? Eso dio origen a estas páginas.
Los colegas aceptaron reabrir sus libretas de apuntes, realizar nuevas entrevistas y volver a los lugares de la tragedia. Investigar más profundamente. Constatamos que las excavadoras enviadas por el gobierno levantaron hasta los últimos escombros y amasijos de hierros retorcidos en los predios de los derrumbes, pero lo que no pudieron hacer las palas fue limpiar los rastros de corrupción e impunidad en las superficies siniestradas. El ojo periodístico juntó así las piezas del rompecabezas de la incompetencia gubernamental o de la dejadez vecinal. Y esto no fue un problema exclusivo de la Ciudad de México, así que decidimos incluir en esta narrativa lo ocurrido en los estados azotados por el terremoto previo, el del 7 de septiembre.
La “sociedad civil”, que por primera vez mostró su músculo en 1985, en este nuevo 19-S volvió a sacar la casta, asistida esta vez por redes sociales para rescatar víctimas y coordinar ayuda por zonificación. Sin embargo, rápidamente disminuyó su fuerza conforme transcurrieron las semanas. La ayuda nacional e internacional, en especie y efectivo, quedó en manos de la Cruz Roja y de los gobiernos, sin contrapesos, ni vigilantes de que la reconstrucción de zonas devastadas se hiciera con honestidad. Todo empeoró porque la desgracia de la devastación no llegó sola, se presentó acompañada del proceso electoral más importante de la historia reciente debido al número de comicios concurrentes en la federación, estados y municipios.
Entregados todos los textos periodísticos, y tan sólo horas antes de que esta edición entrara a imprenta, fuimos conociendo nuevos actos gubernamentales que indignan porque, nueve meses después del terremoto, muchas víctimas aún vivían en la calle debido a la falta de un plan de reconstrucción efectivo, que favoreció el desvío de recursos públicos.
Como sociedad civil también estamos en deuda con las víctimas: no hemos sido capaces de levantar la voz y organizarnos para impedir que funcionarios públicos de todos los partidos —implicados por omisión o contubernio con los desarrolladores inmobiliarios que in cumplen las normas de construcción más elementales— dejaran cínicamente sus cargos para hacerse de una candidatura a otro puesto de elección popular.
La aproximación de cada periodista a las víctimas muestra el lado humano, el proceso de duelo y la lucha por sobreponerse al olvido social al que hemos condenado a los afectados. En uno de los casos se encontró que la madre de un joven que murió al intentar salvar a su mascota inició una investigación propia (mediante solicitudes de información y expedientes), mediante la que documentó las anomalías que existieron en los permisos de construcción de su edificio, que contaba con ocho niveles cuando sólo debía tener cuatro, y que fue erigido con materiales no permitidos. Pese a esto, los desarrolla dores recibieron exenciones fiscales y permisos por parte del gobierno capitalino.
Ese es sólo un caso entre decenas. Y cada texto encierra una historia similar. Todas, en conjunto, pintan el mosaico de impunidad que explica la enormidad de la tragedia.
Treinta y dos años después del terremoto de 1985 y después de ver lo sucedido en el nuevo 19-S, queda claro que gobiernos como el nuestro aún no entienden que catástrofes de esta naturaleza serán del tamaño que las autoridades de un país lo permitan. Es seguro que volverá a temblar.
TEMPLO DE SANTO DOMINGO DE GUZMÁN: LOS NIÑOS DEL TEMBLOR. DANIEL VENEGAS.
UNO
Recuerdo haber mirado al cielo alguna vez y deseado, después del terremoto del 85, que si un día volvía a temblar con tal magnitud ojalá la sacudida me tomara a bordo de un avión para evitar el horror. ¡Dios mío! No supe lo que anhelé. El vuelo en un Boeing 787 Dreamliner, a partir de las 13:14 horas del 19 septiembre de 2017, se convirtió en el viaje más amargo de mi vida.
Cubro las actividades presidenciales para el periódico Milenio. Esa tarde, en el avión presidencial (TP-001), Enrique Peña Nieto, un grupo de funcionarios de Protección Civil y encargados de la reconstrucción en desastres naturales, así como los reporte ros acreditados volábamos con destino a Oaxaca, en donde, junto con Chiapas y Tabasco, el terremoto del 7 de septiembre destruyó 110000 inmuebles y mató a 102 personas, el mayor número en el primer estado.
Las muestras de aliento y solidaridad de los mexicanos se sentían por todos lados, incluso llegaron condolencias y ayuda del exterior, así que el presidente estaba obligado a actuar para coordinar las labores de reconstrucción y rehabilitación en una de las peores catástrofes del siglo. Pero justo antes de descender en el aeropuerto militar de Ixtepec, la aeronave recién comprada da tres vueltas y después la orden a la tripulación es abortar el aterrizaje para regresar al punto de partida: la Ciudad de México.
Entre los reporteros que ocupamos la parte trasera del avión, separada de la zona presidencial, sabemos que algo andaba muy mal. La pantalla colocada al frente de la sección, donde se da seguimiento a los detalles del vuelo, se ha quedado estática marcando un minuto para el aterrizaje. Entonces aparece con rostro serio y voz apresurada Eduardo Sánchez, vocero presidencial: “Señores, les informo que por órdenes del presidente no vamos aterrizar en Oaxaca y regresamos a la Ciudad de México. Han ocurrido, al parecer, dos terremotos muy fuertes y vamos de regreso”. Es la información que tenemos, no da espacio para contestar preguntas.
Da media vuelta y regresa de inmediato a la primera sección del avión, dejando a los reporteros con miedo y decenas de dudas en el aire en el que flota el Boeing 787.
El barullo de las conversaciones en la zona de prensa se rompe cuando de nueva cuenta se abre la puerta. Esta vez aparece con la cara larga el presidente. Pero no sale sólo, sino acompañado del coordinador Nacional de Protección Civil, Luis Felipe Puente; el jefe de la Oficina de la Presidencia, Francisco Guzmán Ortiz; el jefe del Esta do Mayor presidencial, Roberto Miranda, y el vocero.
Es la una de la tarde con 53 minutos. Han pasado 39 minutos desde que se registró el terremoto. “Tenemos una emergencia en la Ciudad de México y vamos a concentrar nuestra presencia y nuestra operación allá”, dice Peña mientras enseña fotos desde su propio celular que muestra parte de los daños en la ciudad. Y confirma indicios de que el mayor número de edificios colapsados están en las colonias Roma, Condesa y probablemente en la Del Valle, zona por la que vivo con mi esposa y mis dos hijas.
Peña Nieto sigue con una letanía de la que me desconecto involuntariamente. En mi cabeza sólo están mis hijas, mi esposa y nuestras familias. No me importa nada más. Empiezan a pasar por mi mente varias imágenes de hipotéticas tragedias que no logro separar de lo que fue mi última cobertura de campo, en la que conocí historias tristes de familias y vi cómo la destrucción cambió la cara de Chiapas 470 años después de la fundación de una de las primeras ciudades tras la conquista española: Chiapa de Corzo.
Los momentos amargos que pasé durante 1 hora y 45 minutos (lo que duró el retorno) son los más largos de mi vida, que no quiero repetir jamás. Los recuerdos de lo que vi en Chiapas me perturbaban y en mi cerebro las imágenes se presentaban de manera intermitente. Lo que narro a continuación es lo que vi en aquel estado durante mi cobertura de los hechos.
DOS
En la comunidad pesquera de Paredón, en Chiapas, las redes no fue ron lanzadas al mar este domingo. Los hombres sin camisa que todos los días se internan en el Pacífico a bordo de sus destartaladas lanchas se han quedado en tierra.
Un grupo de ellos forcejea con una puerta de metal. Unos, desde la calle, la tunden a golpes de mazo. Otros, que han entrado por la ventana de la casa a medio derruir, la empujan desde adentro hasta que al final cede en medio de un chirrido que hace que varios ni ños que curiosean se alejen tapándose los oídos.
En la noche del sismo de 8.2 grados las paredes cedieron y el peso de los muros selló las puertas de varias de las casas de esta comunidad. Sus habitantes salieron por las ventanas. En esta zona del istmocosta no ha dejado de llover desde el 7 de septiembre, cuando el terremoto derrumbó prácticamente todas las casas de la calle Niños Héroes, en la que la familia López Zavala habitaba.
Hoy Orlando, el padre de familia, y Magaly, su esposa, remueven a mano limpia los escombros de lo que hasta hace un par de noches era su hogar. El piso de su casa, igual que el de sus vecinos, asemeja un panqué horneado que, abriéndose paso para salir del molde, ha reventado junto a las paredes derrumbadas.
Ollas llenas de comida echada a perder aún están sobre la mesa de lo que fue la cocina. El agua de la lluvia las ha llenado hasta el borde y se desparraman lentamente. Una de las hijas de la pareja, una pequeña de apenas dos o tres años, se abraza de las piernas de Orlando, quien la carga por un momento y después continúa con su tarea. Recoge pedazos de lo que fue un reconocimiento por buen aprovechamiento escolar de alguno de sus cuatro hijos. La palabra “Diploma” apenas se lee en el papel mojado.
La pequeña, de cabello rizado como el de Orlando, se pasea entre los escombros. Un pedazo del palo de escoba le sirve de juguete. Lo clava en una de las grietas del suelo y se va corriendo. Lleva puesta una blusa blanca, pantalones cortos color rosa y unos huaraches del mismo tono. Sobre ella el techo de lámina que resistió el sismo la protege de la lluvia. En el marco de la puerta hay una imagen de la Virgen de Guadalupe y en otro de los muros han colocado un anuncio metálico que antes daba la bienvenida a los visitantes: “Familia Zavala Vázquez. Dios bendiga nuestro hogar”.
En la calle el calor y la humedad hacen que el olor a pescado penetre el ambiente. No hay siquiera una pequeña brisa que refresque a los que siguen trabajando, ni a los niños que los observan sentados en la banqueta con los pies metidos en la corriente de agua que comienza a crecer con la lluvia.
En esta comunidad el agua potable llega a través de plantas de bombeo. Pero el día de hoy no hay electricidad y, por lo tanto, tampoco agua.
Algunos de los vecinos que ya sacaron sus pertenencias de los escombros han montado improvisadas tiendas de campaña con lonas y plásticos que han ido recolectando. Pedro es uno de ellos.
El hombre de cabello completamente blanco lleva dos noches durmiendo, si se puede decir así, afuera de lo que queda de su casa, rodeado de utensilios de cocina y unas cuantas pertenencias que logró sacar. Desde donde está se observa la habitación que ocupaba su esposa. La mujer ha sido trasladada a una clínica del Seguro Social. Necesita ser dializada todos los días, y hoy el espacio que ocupaba su cama está a la intemperie y lleno de cascajo que se lava una y otra vez con la lluvia.
Pedro confía en que ella estará bien. De él, asegura, se ocuparán sus “hermanos de Dios”, de la comunidad evangélica, quienes le han comenzado a llevar comida.
TRES
El 29 de noviembre de 2013 Miguel conoció a Yelizbeth. Fue el día en que regresó a trabajar a la fábrica, después de haber sido comisionado en otra planta. El 13 de enero de 2015 se hicieron novios y en diciembre de 2016 se casaron por la Iglesia.
El 7 de septiembre de 2017, a las seis de la mañana, ella sintió las primeras contracciones, por lo que se quedó en la casa de su suegra mientras Miguel se fue a trabajar. Sin embargo, dos horas después regresó para llevar a su esposa al hospital.
Primero parecía que el niño tenía prisa por nacer y después, por algún motivo, ella dejó de dilatar y lo que sería un parto natural se convirtió en cesárea. Había sido un embarazo sin complicaciones, sólo una madrugada Yelizbeth sufrió de presión baja, recuerda Miguel.
El 7 de septiembre nació su primer hijo en el Hospital Rural 31, del municipio de Ocozocoautla, y lo bautizaron como Dylan. Miguel recuerda perfecto lo que sucedió ese día. Por eso daban gracias a Dios.
Miguel recuerda aquel día en el hospital cuando vio por primera vez a su hijo. El joven estaba absorto mirando la cara aun enrojecida de su hijo y cómo el recién nacido se esforzaba en abrir los ojos. No han pasado más de cinco minutos desde que Miguel y Dylan se vieron por primera vez. Pero algo interrumpe sus recuerdos: Miguel dice que el primer movimiento vino acompañado de un estruendo de material médico cayendo en los consultorios vacíos a esa hora. En los pasillos creció un murmullo que de inmediato se convirtió en una oleada de gritos, en medio del bochornoso calor chiapaneco.
La habitación del hospital donde Dylan fue llevado con su madre asemejaba a un navío en altamar sacudido por un oleaje violento. Ella, aún bajo los efectos de la anestesia, no se percató de inmediato de lo que sucedía y sólo se dio cuenta de que algo pasaba porque su cabeza comenzó a golpear los barrotes de la cama donde convalecía.
Eran las once de la noche con 49 minutos cuando el mayor sismo de los últimos 100 años se comenzó a sentir. Lo sintieron con toda su furia y aún se aterran con tan sólo recordarlo. Su epicentro se localizó en las cercanías de Pijijiapan, a poco menos de 200 kilómetros de Ocozocoautla de Espinosa.
Ni Miguel ni su familia lo sabían, pero a raíz de la violenta sacudida del sismo de 8.2 de magnitud era claro desde ese momento que “Coita”, como también es conocido el municipio por los habitantes de la región, sería incluido entre los 97 municipios, de los 122 que comprenden el estado de Chiapas, más afectados por el sismo.
En la habitación, así como en todo el hospital, las calles y gran parte del estado, el terremoto se desarrolló en la completa oscuridad, ya que se cortó el suministro de energía eléctrica. Durante el temblor —me relataron— se oyó un ruido “como de motor”, mientras las paredes crujían y las estructuras rechinaban, pero no se vencieron.
Yalizbeth, Dylan y Miguel junto con su bebé se funden en un abrazo apretado. El joven, dedicado a la capacitación de operarios en una fábrica local, pasa del miedo al enojo y después a un sentimiento profundo de lástima. “Dylan empezaba a abrir por primera vez los ojos y que los volviera a cerrar no era posible”, rememora un par de días después, recapitulando lo sucedido.
Pero en ese momento, desorientado, Miguel no las distinguía en la penumbra y escuchaba a otras dos parejas que compartían el cuarto de hospital. También ellos habían sido padres y las mujeres, a quienes les fueron practicadas cesáreas como a Yelizbeth, tampoco estaban en condiciones de moverse y salir del hospital.
Mientras, afuera, en la calle frente a la clínica un grupo de personas esperaban de pie recargados en algún auto, junto a los árboles o simplemente abrazados en el estacionamiento: son los familiares de las mujeres que han acudido a dar a luz o de los enfermos ingresados en ese mismo hospital. Aunque no había dejado de temblar, algunos buscaban abrirse paso para entrar, como sea, a la clínica, mientras otros sólo rezaban y le pedían a Dios que protegiera a sus familias.
CUATRO
En Chiapas, 58 por ciento de la población profesa la religión católica. En 1528, Chiapa de Corzo se convirtió en una de las primeras ciudades fundadas tras la conquista española y con ello la fe católica se esparció por toda la zona.
El templo de Santo Domingo de Guzmán, en dicho municipio chiapaneco, se comenzó a construir 19 años después, en 1547. La fachada está hecha de argamasa, una combinación de cal, arena y agua. En su interior el púlpito de madera, con un recubrimiento de oro, es una de las piezas más bellas del templo.
Durante 470 años el lugar apenas cambió. Hasta que el 7 de septiembre de 2017 un sismo de intensidad 8.2 desfiguró la fachada y el interior del templo. El poder divino cedió ante la naturaleza. Hay iglesias que Dios no puede salvar.
Desde el exterior podía verse la cúpula fracturada; los trozos de la argamasa finamente tallada bajo la supervisión de los franciscanos estaban regados por el piso. Los pobladores, que apenas el domingo anterior habían acudido a misa, observaban, se persignaban.
Algunos, como Mario Espinoza, un maestro jubilado, recuerda que por más de 70 años vio correr el tiempo…
Estamos de pie, de varios autores. Planeta
Los sismos del 7 y el 19 de septiembre de 2017 dejaron una estela de tragedia y dolor a su paso. Pero no sólo eso: las trepidaciones activaron camaradería, solidaridad, ayuda y trabajo en equipo. Miles de mexicanos se volcaron a las calles a tender la mano al prójimo, al vecino sin nombre, al desconocido que lo necesitaba. De los escombros brotó la bondad. Son esas historias las que reúne Estamos de pie, a fin de traer a la luz a los ciudadanos heroicos, aquellos que dejaron todo para ayudar a quien había perdido lo suyo.
Cincuenta historias de individuos ordinarios que, ante la enorme necesidad, se convirtieron en héroes extraordinarios. Desde las personas que salvaron perros, gatos y pericos hasta los perros que salvaron a hombres, mujeres y niños; desde la niña que conmovió a miles con unos dibujos hasta la diseñadora que recolectó y donó 400 000 pesos con las estampas de una perrita; desde el rescatista que lleva más de cuarenta años salvando vidas hasta el voluntario de la Cruz Roja con más de cinco décadas de servicio.
El sismo —ese fenómeno natural para el que nunca estaremos suficientemente preparados— nos demostró que México aguanta: que llevamos la resistencia tatuada en el alma, que gracias a las personas comunes y a su tremenda capacidad de ayudar al otro, estamos de pie.
Incluye textos de Elena Poniatowska, Héctor Zagal, Benito Taibo, Mónica Lavín y Héctor de Mauleón.
Roberto Gálvez: Un bombero heroico
Ya iba a ser la hora de comer. Roberto Gálvez y sus compañeros esperaban viendo el televisor en la Estación de Bomberos Enrique Padilla Lupercio. El menú: sopa de fideos, ensalada con atún, tacos dorados y arroz con leche. Ese día, unas horas antes, el equipo había participado en un simulacro conmemorativo del terremoto de 1985.
Para ser honestos, Roberto no había tenido muchas ganas de ir, pero ahí había estado, pretendiendo hacer rescates en un colapso. Todavía no salía la noticia del simulacro enel Canal Cuatro cuando el suelo se movió. El comunicólogo, bombero y rescatista de 28 años corrió a ver si sus compañeros estaban sacando las unidades: en caso de que se cayera la estación, los camiones estarían disponibles para la ayuda. Sin embargo, la enorme fuerza del terremoto impidió que sacaran todos. Roberto sentía como si el suelo se hubiera convertido en agua.
La gente corría hacia ellos. “¡Hay una fuga de gas!” , “¡Hay un incendio!”. Comenzó el caos. Roberto subió a escuchar la radio. Policías gritaban como locos: “¡Hay un colapso con incendio!”, “¡Agreguen unidades de rescate!”. Todo era prioridad. Roberto salió a auxiliar. Primero en Zapata y Petén. Luego a Zapata y Tlalpan. Finalmente a Álvaro Obregón 286, uno de los colapsos más difíciles y peligrosos en la Condesa.
Para entrar en el derrumbe, Roberto cruzó una tétrica mueblería diseñada como casa, llena de polvo y en riesgo de colapso. A pesar de haber comenzado a entrenar para esta situación diez años antes, primero como paramédico de la Cruz Roja, y más adelante como bombero y miembro de Rescate Urbano México, sintió miedo. Al llegar a la azotea, cruzó hacia el derrumbe y después de coordinarse con distintos equipos que trabajaban en el área, comenzó a hacer hoyos junto con sus compañeros de Rescate Urbano México para buscar vida.
Daba miedo entrar a través de los estrechos hoyos. No sabía qué podría encontrar. A veces tenía que quitarse el casco para lograr caber en el hueco. La labor era intensa. La madrugada del 20 de septiembre fue a dormir a su casa y regresó tres horas más tarde.
Alrededor de 24 horas después del sismo, Roberto escuchó voces que se comunicaban entre ellas debajo de los escombros. El mensaje era indistinguible, pero algo era seguro: había vida. “¿Estás bien? ¡Toca una vez!”. Suena un golpe. “¿Estás atorada? ¡Toca dos veces!»”.
Suenan dos golpes. Roberto y sus compañeros se llenan de energía. Se apresuran a cortar lozas, las penetran de una manera más brusca. Roberto intenta cortar varillas con una sierra para poder llegar a la víctima, atorada en el cuarto piso, pero no la alcanza, lo hace a la antigüita. Cuando por fin levantan la loza, empiezan a limpiar el área de escombros rápidamente. “¡Aquí estoy!”. Encuentran a Paulina. Su mano está atorada debajo de un mueble. Mientras Roberto lo corta, se llena de miedo y felicidad. Paulina y él entablan un contacto apresurado y nervioso. “¿Dónde están los demás?”. Les cuenta que las dos personas con quienes ha estado hablando están un piso debajo de ella. Tendrán que cortar otra loza. Paulina describe cómo el cuerpo que tiene a su lado se enfría cada vez más. Los compañeros de Roberto sacan a Paulina a la superficie donde la reciben con porras y aplausos. Él se queda abajo. Un nuevo rescate. Siente todo y no siente nada. ¿Cuántos más faltan? El tiempo corre y disminuyen las probabilidades de salvar vidas.
Continúa su trabajo en la siguiente loza. Y cuando un compañero la corta, escuchan, por fin, otro grito de esperanza: “¡Ya veo la luz!”
19S: El día que cimbró México, de Yohali Reséndiz. Aguilar
La coincidencia con el temblor de 1985: el mismo día y mes, no podía ser menos macabra y triste; pero, ¿qué dejó a los mexicanos este fenómeno de la naturaleza? ¿Cómo reaccionaron los gobiernos estatales y federal? ¿Qué lecciones de vida nos dio, una vez más, la sociedad?
Yohali Reséndiz, experta en el análisis de problemas sociales, ofrece en este libro una serie de testimonios relevantes sobre quienes salieron a la calle a ayudar a sus semejantes y enfrentaron el desastre. Nos habla de los héroes anónimos que interrumpieron su asombro y dolor para compartir en brigadas y donativos su solidaridad.
El libro deja en claro verdades impactantes: con el derrumbe de varios edificios se puso de manifiesto la corrupción del negocio inmobiliario; algunos grupos políticos retuvieron las donaciones con fines electorales y se descubrieron severas omisiones en el reglamento de construcciones. El gobierno nunca estuvo preparado para enfrentar el desastre y además reaccionó tarde. ¿Por qué el TEC de Monterrey, en la Ciudad de México, cerró la posibilidad de ayuda de voluntarios y se preocupó más por limpiar el desastre que por la solidaridad?
19S: El día que cimbró México destaca la participación desinteresada de ciudadanos de todas las esferas sociales, revela el pésimo manejo de algunos medios de comunicación ante el suceso -la historia lamentable de la inexistente niña Frida Sofía- y demuestra cómo a pesar de sus gobiernos corruptos, México se levanta de nuevo para denunciar y exigir justicia.
APUNTES SOBRE LA TRAGEDIA DEL TERREMOTO 19S-2017. INTRODUCCIÓN
19 de septiembre de 2017
A 366 kilómetros (227 millas) de la Ciudad de México, durante un vuelo a Oaxaca a fin de supervisar los trabajos en el poblado de Santiago Miltepec —una de las zonas afectadas por el sismo del 7 de septiembre de este año—, el presidente Enrique Peña Nieto, en su nivel más bajo de popularidad y de confianza en su gobierno, con 78% de desaprobación por parte de los mexicanos —según una encuesta de GEA-ISA levantada entre el 8 y el 11 de septiembre—, viajaba rodeado de su equipo y parte de su gabinete. Lo acompañaban el secretario de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos, y el de Marina, Vidal Francisco Soberón Sanz, juntos, realizaban un mapeo para revisar la zona afectada, que en unos minutos visitarían, el censo de damnificados y el avance en los trabajos. Peña Nieto escuchaba sin sospechar que una nueva prueba cimbraría su gobierno. Los daños estructurales de su administración quedaban una vez más expuestos, porque en tierra, un terremoto remecía la zona centro del país.
Aún en vuelo, una persona cercana al equipo del presidente interrumpió la reunión de gabinete en los cielos oaxaqueños y le dijo en voz baja en el oído derecho:
—Señor presidente, acaba de registrarse un sismo muy duro en la Ciudad de México. Estuvo muy fuerte.
Luis Felipe Puente, mexiquense, amigo cercano, técnico en Administración de Empresas Turísticas y nombrado durante su gobierno, Coordinador Nacional de Protección Civil de la Secretaría de Gobernación, recibía información del sismo que lo enteraba de la gravedad de lo ocurrido y lo compartía con el presidente.
En la Ciudad de México, oficinas y edificios se sacudían, se contaban por cientos las personas que salían despavoridas de sus casas u oficinas y se reunían a mitad de sus calles para alejarse de los vidrios de las ventanas que caían y se hacían añicos en el piso; otros caminaban juntos, tapando su nariz por el olor a gas de algún edificio colapsado. Decenas de edificaciones construidas en su mayoría antes de 1985 colapsaban con personas dentro. En el Hospital La Raza del Instituto Mexicano del Seguro Social, los protocolos y brigadas de emergencia se activaban. Enfermeras, médicos y pacientes se acercaban a las zonas de seguridad propuestas por Protección Civil.
La vida y la muerte se reconocían afuera del quirófano donde el doctor David Arellano Ostoa, jefe del Departamento de Cirugía Cardiaca Pediátrica del Instituto Mexicano del Seguro Social, realizaba una cirugía de corazón a la pequeña Nayra Renata, de 22 días de nacida, el mismo acto heroico lo había hecho el pasado 7 de septiembre al no detener una cirugía de una niña de 9 años en medio del sismo de 8.2. A pesar del fuerte movimiento y de los gritos que se escuchaban afuera. “Tranquilos, se siente mucho porque hay amortiguadores, vamos a apurarnos y nos vamos”, dijo y continuó la cirugía, entre plafones que caían y la alarma sísmica que retumbaba en sus oídos y corazones estrujados por el miedo. El equipo médico del doctor Arellano permaneció en la sala de operaciones y continuó su labor, con un solo objetivo: sanar el corazón de una pequeña.
La sacudida por el sismo provocó que Angélica, Antonio, Martín y Diana Pacheco quedaran atrapados en uno de los seis pisos del edificio de despachos, ubicado en Álvaro Obregón 286, colonia Roma Norte. Las estructuras crujían, había pánico, caos. Diana, a pesar de tener parte de una losa sobre sus hombros y cabeza, logró con su dedo índice enviar su ubicación por whatsapp a quién es su esposo desde hace 12 años. “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre…”, comenzó a rezar.
En ese mismo edificio, un día antes y después de dos meses de espera, el hospital que atendía la insuficiencia renal de su hijo de 19 años, le comunicó a Rodolfo que eran compatibles y, por lo tanto, resultaba el donador idóneo para darle calidad de vida a uno de sus tres amores. Él quedó atrapado en el quinto piso, junto a un número incierto de hombres y mujeres, casi todos profesionistas: contadores, ingenieros, auditores, jefes de nómina o reclutamiento.
Michelle Fernanda, quedaba varada con varias personas más en el cuarto piso, había intentado salir pero la puerta era demasiado angosta. Unos minutos antes un compañero le había chuleado sus tatuajes: Un diamante, el signo de lo infinito y la palabra Amore.
En los pisos segundo y tercero, ocurría lo mismo, las salidas de emergencia eran una trampa, varios empleados quedaron atrapados, entre ellos, el español Jorge Gómez Varo, dueño de una constructora que tenía sus oficinas en este lugar.
¿Qué había fallado?, hace un par de horas todos habían logrado salir y ponerse a salvo durante el megasimulacro del 32 aniversario del sismo del 85. En la prueba real, el error de eliminar los muros centrales de carga del edificio y el mal diseño del mismo hizo que la construcción colapsara. Durante unos segundos la desesperación creció en empleados y visitantes quienes trataron en vano de cruzar las puertas de salida en cada piso, eran demasiado angostas, luego el edificio se derrumbó y quedaron atrapados.
Asimismo en la Roma, Jessica Mendoza estaba en labor de parto, cuando el médico a cargo del Sanatorio Durango decidió sacarla a un lugar seguro. En pleno temblor un bebé nació en la calle.
A unas cuadras, en la calle Durango 230, reportaban que una marquesina que une el estacionamiento con el edificio de la tienda comercial El Palacio de Hierro, había caído sobre un hombre y una mujer. Nadie los auxilió.
El movimiento telúrico sacudió el edificio, la corrupción lo tiró. Aquel bello inmueble de Art Decó ubicado en Ámsterdam 25, en la colonia Hipódromo Condesa había sufrido daños años atrás. En el 2003, Protección civil lo acordonó pues tenía daño estructural. Sin embargo, fue remodelado para ser habitado, bajo la ceguera de la autoridad y sin que ningún inspector lo impidiera. El dueño cobraba rentas de los departamentos entre 8 y 12 mil pesos al mes, aún sabiendo que tenía daños y sin que ninguna autoridad lo evitara; el inmueble colapsó con una mujer dentro.
En la misma calle, esquina con Laredo, Sergio quedó atrapado con seis vecinos. Mientras que en la esquina de Sonora, un edificio de 12 pisos de altura sufría daños irreversibles.
En la delegación Benito Juárez, decenas de testigos vieron horrorizados que parte del Residencial San José, ubicado en Emiliano Zapata 56, en la colonia Portales, colapsaba con personas dentro.
Al sur, vecinos presenciaban un agitado movimiento y luego el desplome del edificio 1-C del multifamiliar ISSSTETlalpan, uno de los 10 conjuntos, con un total de 500 departamentos, inaugurados después del terremoto de 1957, año en que se desplomó el Ángel de la Independencia.
El edificio con el número 714 de Saratoga, en la colonia Portales, cinco meses atrás fue reportado a Protección Civil: estaba vencido del lado donde se practicó una excavación por una constructora desconocida que contaba con todos los permisos para meter maquinaria pesada y estremecer a toda una manzana. Ninguna autoridad atendió sus quejas. Esta vez no hubo sólo vibraciones, sino movimientos grotescos que terminaron por colapsarlo, con personas dentro.
Todos los vecinos sabían que en el edificio de Bolívar 168 y Chimalpopoca, se concentraban maquiladoras donde mujeres trabajaban como costureras: SEO Young Internacional S.A. de C.V., dedicada a la bisutería; New Fashion; ABC Toys Company, S.A. de C.V.; Línea Moda Joven, S.A. de C.V. Mientras muchos corrían, varios apuntaron la cámara de su celular y grabaron el desplome. Costureras y dueños quedaron atrapados bajo sus escombros.
El Zócalo de la Ciudad de México fue invadido por capitalinos buscando una zona segura, sin saber que a unos metros la Catedral, construida en tres etapas de 1571 a 1813, sufría daños severos en los campanarios y daños estructurales en sus torres. Mientras caminaban como procesión hacia el asta bandera, nadie se percató que la estatua de la Esperanza, del arquitecto español Manuel Tolsá, se hacía añicos dentro al estrellarse contra el suelo.
Al sur de la ciudad, uno de los dos edificios del Colegio Enrique Rébsamen se desplomaba mientras un hombre pedía ayuda: “¡Aquí hay niños atrapados, ayuden! ¡Saquen a los de arriba! ¡Ayuden!” Otro hombre gritaba: “¡El gas se está escapando! ¡Saquen a todos!” Una maestra indicaba exaltada a sus alumnos:“¡Salgamos por aquí!” Los gritos de pánico, desesperación y dolor consternaban a vecinos y alumnos.
Dentro del Tecnológico de Monterrey, institución que forma ingenieros civiles, ocurría lo impensable: un puente había colapsado, el campus Ciudad de México se balanceaba de un lado a otro, mientras sus paredes caían al suelo y muchos alumnos corrían sorteando los proyectiles de cemento y tablaroca, concreto y yeso; otros quedaron atrapados y los que podían correr pedían ayuda y buscaban resguardarse en algún lugar seguro.
Por el movimiento, la red de hospitales del IMSS sufrió daños. Médicos respaldados por enfermeras se ocupaban de los enfermos que rezaban y dependían de ellos; temblando y con miedo decidían sacar a los enfermos al patio, la calle o los estacionamientos ante el temor de una réplica o colapso.
Las cámaras del C-5 (Centro de Atención a Emergencias y Protección Ciudadana de la Ciudad de México) registraban el terror, captaban para siempre y al mismo tiempo la gravedad de lo que ocurría en las colonias Roma, Guerrero, Hipódromo Condesa, Morelos, Nueva Oriental Coapa, Educación, Tránsito, Girasoles, Lindavista, Prado Churubusco, Anáhuac, Narvarte oriente, Del Valle, Lomas Estrella, Santa Cruz Atoyac, Emiliano Zapata, Miravalle, Tlalpan, Taxqueña, San Francisco Culhuacán… Cables de luz meciéndose, decenas de personas reunidas en camellones y calles formaban un círculo, creyendo estar en el infierno.
La sacudida y luego el desplome de varios edificios expuso la evidente falta de reforzamiento en sus estructuras después del sismo del 85, el desinterés de las autoridades delegacionales por supervisar estructuras, la posibilidad de corrupción burocrática en edificios colapsados de más de cuatro pisos. Los pisos caían uno tras otro y las pruebas acusatorias eran varillas y concreto. Once inmuebles de la delegación Benito Juárez colapsaron, once más en la delegación Cuauhtémoc, cuatro más se desplomaron en Coyoacán y otros cuatro en Tlalpan; incontables daños en casas de decenas de familias en Xochimilco; dos inmuebles en la Gustavo A. Madero, las aceras de esta ciudad se partían a la mitad y en varios kilómetros de pavimento se marcaban largas y profundas cicatrices, en las delegaciones Iztapalapa y Tláhuac
En Sierravista y Coquimbo, colonia Lindavista, una unidad de tres edificios de departamentos con balcón se desplomó: el conjunto habitacional del centro, con cinco niveles, se redujo a tres; los dos edificios de siete pisos que lo flanqueaban se ladearon sobre el y lo presionaron; un número incierto de personas quedaron bajo sus escombros.
En Escocia y Gabriel Mancera, colonia Del Valle, se derrumbó otro edificio ante la mirada atónita de los automovilistas, que intentaban controlar sus vehículos, mientras otros chocaban; aquel conjunto de departamentos quedó compactado junto a otro, y se redujo a tres pisos.
Millones de pasajeros que viajaban en las distintas líneas del Metro tardaron unos segundos en saber que aquel movimiento de los vagones en los que viajaban no era normal. Entraron en pánico. Los trenes parecían un péndulo: “¡Está temblando!” No había señal, ni luz. Estaban encerrados y a algunos les faltaba la respiración por los nervios y la angustia de saberse atrapados. Las puertas no se abrían, pero uno de los pasajeros levantó la voz y dijo: “Estamos en un lugar seguro, tranquilos.” En otro punto de la ciudad, un tren de la nueva Línea 12 se descarriló, Hilda se lastimó la pierna gravemente. Once estaciones de esa línea dejaron de funcionar, al igual que en las otras líneas, donde los gusanos anaranjados sacudían a los usuarios hasta encimarlos unos contra otros; algunos accionaron las palancas de emergencia, otros manoteaban fuera de los cristales del vagón suplicando a los operadores que abrieran las puertas. En la Línea 4, que va de Martín Carrera a Santa Anita, todas las estaciones dejaron de operar varias horas. Los empleados fueron enviados a sus casas.
En colonias de la delegación Tláhuac se abrieron 26 grietas de más de cinco metros de profundidad con hundimientos de 30 a 40 centímetros, derivadas de la abusiva e inconsciente extracción de agua. La calle Camarón, de la colonia Del Mar, se partió por la mitad y resultó la más afectada.
En Coapa, un tanque de gas explotó por el sismo; el hogar de Vicente Padilla ardió, su esposa y sus dos hijas sufrieron quemaduras de tercer grado.
En Iztapalapa, un edificio en la colonia Lomas Estrella se desvaneció con personas dentro. Miles de viviendas se sacudían provocando hondas grietas en sus estructuras, decenas de escuelas en la Ciudad de México resultaban afectas en sus interiores y exteriores.
El caos reinaba en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, donde más de 100 mil usuarios son movilizados diariamente. Entre plafones y nubes de polvo, los pasajeros corrían aterrorizados. Una grieta en la rampa de acceso a las puertas de la Terminal 2 provocó pánico masivo. Más de 180 vuelos resultaron afectados. Un Boeing 787 de Aeroméxico se sacudió.
Los bomberos fueron llamados para atender incendios: “Necesitamos que apoyen en el interior de una casa habitación en la colonia Girasoles, Fábricas de Francia, la Plaza Comercial Fórum Buenavista y diversas fugas de gas en las delegaciones Cuauhtémoc, Benito Juárez, Coyoacán, Tlalpan y Xochimilco.”
En el estado de Morelos, techos y paredes de casas caían como efecto dominó en más de la mitad de sus 33 municipios. En Jojutla, los gritos eran un coro de desesperación. Cientos de familias morelenses lo perdían todo. En Cuernavaca parte de un edificio colapsó.
“¡Los niños! ¡Saquen a los niños!”, gritaban las maestras, mientras las paredes del kínder de la localidad se agrietaban y trozos de cemento caían del techo. Un hombre registraba con su celular los daños y su voz quedaba grabada en un video que horas después se haría viral: “¡Jojutla se nos cae! ¡Jojutla se nos acaba de caer, esto parecen imágenes sacadas de una película de terror! Parece que hubo aquí un bombardeo. Hoy será una jornada muy larga. ¡Esto es devastador!”
En Tlalquitenango, Altavista, Pedro Amaro, Unidad Morelos y San Marcos Totolapan los daños eran incontables. Decenas perdieron sus viviendas y negocios. En esos momentos no se sabía cuántos heridos o muertos había bajo los escombros.
En Puebla —el epicentro se ubicó en Chiautla de Tapia— el temblor sacudía 18 municipios; Atlixco, la capital y la zona mixteca resultaron los más afectados. Los edificios afectados estaban a punto de desplomarse, decenas de inmuebles públicos sufrieron daños, una centena de escuelas se cuartearon, mientras que otras no podrán albergar de nuevo a los estudiantes.
Una mujer y una niña perdieron la vida al caer parte de un inmueble sobre su automóvil, que detuvieron mientras pasaba el sismo. Al menos cinco municipios quedaron sin servicio de energía eléctrica. Las cúpulas de las iglesias caían, la de Los Remedios quedó convertida en imagen apocalíptica.
La misa comenzó a las 13:00 horas: hacía 14 minutos que celebraban el bautizo de Elideth, hija pequeña de Ismael. El sacerdote apenas había dado la bienvenida cuando se sintió la sacudida y el párroco se recargó por un momento en el altar; después salió por una puerta lateral, sin hacer nada por sus feligreses. Segundos después, una piedra gigante y parte de la cúpula de la parroquia cayó sobre la esposa y las hijas de Ismael. A su lado quedaron los cuerpos de Florencio y Susana, los padrinos de la pequeña, además de sus dos hijos: Samuel y Mario de Jesús, entre otros invitados. En total doce.
En el Estado de México, las bardas de planteles escolares se partían y los pisos se rompían; las poblaciones de Ecatzingo, Xalatlaco, Santiago Tianguistenco, Toluca, Ecatepec, Tlalnepantla y La Paz corrían por todos lados en busca de un lugar seguro.
En Guerrero, las paredes y techos de 400 casas se quebraron y sus dueños salían despavoridos por el estruendo y el horror de atestiguar la pérdida de su patrimonio; decenas de escuelas registraron daños, la mayoría en los municipios de Copalillo y Atenango del Río, la sacudida afectaba el tramo de la Autopista del Sol en el kilómetro 109+000, Cuernavaca-Chilpancingo, dirección sur, quedó incomunicada y se registró un derrumbe en los Puentes de Ixtla, Morelos.
El sismo estremeció Tlaxcala: una persona de 53 años de edad se desmayó en Chiautempan y a un joven de 15 años le caía encima parte de un tablero de básquetbol en Apizaco. La cúpula de su catedral colapsó y el momento fue captado con un celular. Más de 80 viviendas resultaron afectadas en diversos municipios, incluyendo construcciones antiguas, como las iglesias de Tepeyanco, Ixtacuixtla, Nativitas y San José. Ciento treinta escuelas sufrieron daños estructurales, cuarteaduras, cristales rotos, mientras edificios estatales presentaban afectaciones menores. El COBAT 4 de Chiautempan, la primaria “Adolfo López Mateos” de Tocatlán, el preescolar “Ramón López Velarde” del municipio de Tizatlán y el CBTA162 de Nanacamilpa fueron reportados con daños estructurales.
En Michoacán, se registraron daños menores en Morelia y Lázaro Cárdenas. Pero millones, experimentaron un sismo propio.
Apenas habían pasado dos minutos, cuando la voz de un presidente preocupado daba una instrucción clara y contundente: “El avión se regresa, la emergencia ahora es en la Ciudad de México”. El avión presidencial “José María Morelos y Pavón”, el segundo más caro del mundo, giró tres veces sobre la Base Aérea Militar de Ixtepec, Oaxaca, y regresó. De nuevo, la mirada extraviada del presidente fue captada por las cámaras de televisión, ahí quedaba el mismo lenguaje corporal de siempre, sólo que esta vez tenía la mandíbula apretada.
Al registro de los daños durante su mandato —en el que pesaba la desaparición forzada de 43 normalistas de Ayotzinapa; asesinatos de periodistas; el escándalo de la Casa Blanca; la mansión de Malinalco, propiedad de su amigo, extitular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y actual secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray; los desfalcos millonarios a través de desvíos de fondos y endeudamiento de los gobernadores priístas Roberto Borge, de Quintana Roo, y los Duarte, César y Javier, de Chihuahua y Veracruz, respectivamente; la entrega de 3mil 600 millones de pesos del erario estatal a la automotriz KIA, por el gobernador de Nuevo León, Rodrigo Medina; la pérdida de seis gubernaturas, entre ellas Veracruz; y la masacre de Nochixtlán— además de todo lo anterior, se sumaba un desastre natural con consecuencias graves, que expondría abiertamente los daños estructurales de su gobierno.
El vocero de la Presidencia, Eduardo Sánchez, compartía que el Presidente hablaría con ellos y confirmaba al pool de reporteros a bordo del avión presidencial que había ocurrido un sismo en la Ciudad de México. La agenda del presidente se modificaba. Desencajado, Enrique Peña Nieto se acercó a los reporteros que lo acompañan para dejar ante cámaras y micrófonos constancia de su decisión ante la emergencia:
Veníamos dialogando, empezó a entrar el mensaje, Luis Felipe recibió el reporte de que había temblado y en segundos, minutos, fuimos conociendo de lo fuerte, lo intenso, que fue el sismo. Estábamos ya por bajar en Oaxaca, a un minuto de aterrizar, y entonces tomé la decisión de regresar a la Ciudad de México, después de ver lo que estaba ocurriendo. Entiendo que hoy, en Oaxaca y Chiapas, ante la emergencia seguiremos ahí, pero ahora tendremos que hacerle frente a la emergencia que se está presentando en la Ciudad de México.
Fue un breve mensaje; en menos de cinco minutos, Peña Nieto señaló que tenía conocimiento de dos evaluaciones, una en Chiautla de Tapia, Puebla, de 6.8 grados y otro en Cuautla, Morelos, de 7.1 grados, ambos registrados a las 13:14. “Si bien son dos mediciones diferentes se podría tratar del mismo sismo, pero hay que esperar a que los especialistas detallen. Las Fuerzas Armadas han sido desplegadas sobre todo en los lugares donde hay reportes de daños por parte de Protección Civil y he girado instrucciones para activar el sistema de emergencias para la Ciudad de México, el Plan MX”, dijo el Presidente.
Habían pasado doce minutos, cuando el Servicio Sismológico Nacional publicó en su cuenta de twitter @SismologicoMX la magnitud y el epicentro: “SISMO Magnitud 7.1. Loc. 12 km al SURESTE de AXOCHIAPAN, MOR 19/09/17 13:40:40 Lat 18.40 Lon-98.72 Pf 57 km.” Pronto el contador de ese tuit se iniciaba, registrando en poco tiempo 13 mil 943 retuits y 8 mil 720 “Me gusta”.
Las secretarías de la Defensa Nacional y de Marina, se coordinaban con Protección Civil Federal y otras instituciones. A las colonias afectadas llegaban más de 3 mil 400 elementos (hombres y mujeres), 8 helicópteros para trasladar a heridos y desalojados, 6 maquinarias pesadas y 15 binomios caninos para la búsqueda de personas atrapadas entre los escombros.
Ante el caos en el aeropuerto de la Ciudad de México, no había condiciones de aterrizaje, por lo que el avión presidencial se trasladó a la base aérea militar de Santa Lucía: “Tengo reportes preliminares de edificios colapsados en las colonias Condesa y Roma, son los primeros reportes e imágenes que tengo, espero no haya consecuencias mayores”, dijo un presidente preocupado ante las cámaras y solicitó a la población mantener la calma, atender las indicaciones de Protección Civil, “espero que no haya víctimas que lamentar”, puntualizó. Peña Nieto abordó un helicóptero para realizar un sobrevuelo por las zonas más afectadas y con ello tuvo su propio sismo. Frente a él, la vista aérea lo estremeció, ahí mismo tenía su próxima crisis de gobierno, la Ciudad de México como zona de guerra.
En tierra, el presidente giró instrucciones para que personal de Protección Civil que atendía a las poblaciones de Oaxaca y Chiapas se dividiera los trabajos de apoyo y una parte del personal regresara a atender el estado de emergencia en la Ciudad de M …