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Francisco Ortiz Pinchetti

06/07/2018 - 12:00 am

AMLO y los asegunes

Hay que reconocer que Andrés Manuel López Obrador fue lo suficientemente ambiguo durante sus años de campaña como para atraer a su causa tanto a activistas radicales como a sobrevivientes del nacionalismo revolucionario, ex militantes extremistas, intelectuales progresistas, oportunistas irredentos, luchadores sociales, demócratas sinceros, socialistas frustrados y, por millones y millones, ciudadanos indignados. Supo darles a todos ellos una esperanza diferente, a la vez que dispar, sobre todo en la parte final de su campaña, los temores fundados sobre su autoritarismo y su radicalismo históricos. Su dilema hoy es cómo responder a tan disímbolas expectativas.

Reconciliación Indispensable Foto Cuartoscuro

Hay que reconocer que Andrés Manuel López Obrador fue lo suficientemente ambiguo durante sus años de campaña como para atraer a su causa tanto a activistas radicales como a sobrevivientes del nacionalismo revolucionario, ex militantes extremistas, intelectuales progresistas, oportunistas irredentos, luchadores sociales, demócratas sinceros, socialistas frustrados y, por millones y millones, ciudadanos indignados. Supo darles a todos ellos una esperanza diferente, a la vez que dispar, sobre todo en la parte final de su campaña, los temores fundados sobre su autoritarismo y su radicalismo históricos. Su dilema hoy es cómo responder a tan disímbolas expectativas.

Contrariamente a lo que muchos de sus seguidores esperarían, al primer sector al que envió señales positivas apenas consumada su espectacular e histórica victoria electoral, luego de llamar a todos los mexicanos a la reconciliación, fue al empresariado, con el que había tenido graves desavenencias verbales. Digamos que les dedicó a los hombres del dinero su primer discurso como candidato triunfador, en el hotel Hilton, con la evidente intención de ahuyentar sus sobresaltos y desconfianzas y contar con su apoyo.

De entrada dijo que no apuesta a construir una dictadura abierta ni encubierta en nuestro país, como si alguien hubiera supuesto semejante intención. Ofreció de inmediato libertad empresarial, libertad de expresión, de asociación y de creencias. “Se garantizarán todas las libertades individuales y sociales, así como los derechos ciudadanos y políticos consagrados en nuestra Constitución”. Dijo que los cambios serán profundos, pero –ojo– se darán con apego al orden legal establecido.

Y entonces fue bien directo: En materia económica, habrá estabilidad. Se respetará la autonomía del Banco de México. El nuevo gobierno mantendrá disciplina financiera y fiscal. Se reconocerán los compromisos contraídos con empresas y bancos nacionales y extranjeros. Justo lo que los empresarios necesitaban escuchar.

Dos días después, de nuevo, subrayó que la buena relación con los grandes industriales y comerciantes le es prioritaria. Antes de reunirse con trabajadores, militantes, campesinos, activistas, migrantes, jóvenes o intelectuales afines, tuvo su primer encuentro privado con la cúpula empresarial, a la que aseguró que no utilizará su mayoría en el Congreso federal para imponer decisiones. Llegó con ellos, ya, a acuerdos concretos y les propuso, insólito, reunirse cada tres meses “para presentarles informes”. Los capitanes del sector privado manifestaron al salir plena satisfacción. “Hasta le aplaudimos”, dijo Gustavo de Hoyos, de Coparmex.

Y es que no fueron solo las palabras y los acuerdos. También, muy significativo, el tono de la reunión, que alguien calificó como “excesivamente terso”. Hubo sonrisas, lisonjas, bromas y hasta abrazos, particularmente notorio, por insólito, el que se dieron el futuro Presidente de la República y el hasta hace poco satanizado empresario Claudio X. González, algo impensable hace apenas unas semanas.

Con estas actividades y declaraciones iniciales, luego solamente de su feliz encuentro con Enrique Peña Nieto en Palacio Nacional, queda claro que para López Obrador la reconciliación con los empresarios, a los que denostó repetidamente en la campaña, es indispensable para su proyecto de Nación, que en materia económica no parece hasta ahora tener nada de alternativo.

Por supuesto que para muchos –incluidos en el 47 por ciento de electores que no votó por él– es tranquilizadora y hasta alentadora la nueva posición del otrora aguerrido Peje frente a la cuestión del modelo económico mexicano, al que habría descartado de su agenda hace rato. No hay indicio alguno de que su reiterada promesa de tirar a la basura el neoliberalismo vaya a cumplirse, cuando menos en el corto plazo. Por el contrario, parece cimentar su proyecto en una relación de mutua, estrecha cooperación con la iniciativa privada.

Es prematuro sin embargo imaginar siquiera cómo será realmente el gobierno del ex pelotero de Macuspana, pero en estos primeros días luego de su triunfo arrollador han sido más evidentes sus contradicciones que la confirmación de sus reiterados postulados. La congruencia no parece marcar de arranque lo que él llama la Cuarta Transformación de México.

Me pregunto qué piensan ahora aquellos seguidores suyos que se emocionaron y aplaudieron a su líder cuando acusó a la cúpula empresarial de ser una partida de sinvergüenzas, una “minoría rapaz” al servicio de la mafia del poder. ¿Qué dirá del discurso del Hilton gente como Paco Ignacio Taibo II? Es pronto para empezar con las decepciones. Válgame.

@fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).
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