Diego Petersen Farah
29/06/2018 - 12:00 am
La factura
El domingo en la noche, más a tardar el lunes en la madrugada, antes de que México se enfrente a Brasil, tendremos presidente electo. Muchos estarán de fiesta y otro tanto de luto o hasta enojados, pensando que este país no tiene remedio. El ganador estará sonriente, se habrá olvidado de lo difícil que fue llegara hasta ahí, el momento de gloria, el éxtasis de saberse el próximo presidente de México. Más de algún amigo de la infancia le recordará el día en que en la escuela la maestra preguntó qué quieres ser de grande y él, altivo, seguro de si mismo, contestó “presidente”. Y si por alguna extraña casualidad México le gana a Brasil hasta podrá decir que el primer signo, inequívoco, del cambio por venir. Será el día más feliz de su vida, el único en que no tendrá que preocuparse por ganar, porque eso ya quedó atrás, ni por el país, pues de ello tendrá que preocuparse a partir del martes cuando comiencen a cobrarle la factura. Nada es gratis, dice el dicho, y ser presidente mucho menos.
El domingo en la noche, más a tardar el lunes en la madrugada, antes de que México se enfrente a Brasil, tendremos presidente electo. Muchos estarán de fiesta y otro tanto de luto o hasta enojados, pensando que este país no tiene remedio. El ganador estará sonriente, se habrá olvidado de lo difícil que fue llegara hasta ahí, el momento de gloria, el éxtasis de saberse el próximo presidente de México. Más de algún amigo de la infancia le recordará el día en que en la escuela la maestra preguntó qué quieres ser de grande y él, altivo, seguro de si mismo, contestó “presidente”. Y si por alguna extraña casualidad México le gana a Brasil, hasta podrá decir que es el primer signo inequívoco del cambio por venir. Será el día más feliz de su vida, el único en que no tendrá que preocuparse por ganar, porque eso ya quedó atrás, ni por el país, pues de ello tendrá que preocuparse a partir del martes cuando comiencen a cobrarle la factura. Nada es gratis, dice el dicho, y ser presidente mucho menos.
La gran corrupción comienza en las campañas, nos han dicho los estudiosos del tema como María Amparo Casar o Luis Carlos Ugalde. La fiesta de la democracia la pagamos todos, en la parte legal, pero por cada peso legítimo hay, estiman, 14 por debajo de la mesa. Como en las fiestas de 15 años, esos 14 pesos los ponen los padrinos. Acá no se trata de un padrino de puerco o de mezcal, sino el que metió dinero para la movilización electoral, para el mitin de cierre, para la operación de las redes sociales, etcétera.
Algunos ya cobraron por adelantado, con una senaduría, una diputación o, los más bajitos, un pariente regidor. Los demás comenzarán a formarse el martes para festejar que “ahora sí ganamos compadre”, “ya llegamos” y cuanta frase en primera persona del plural se les ocurra, pero siempre nosotros, siempre enfatizando nuestro esfuerzo (a los tres derrotados les hablaran de tú: “que friega te pusieron compadre… pero tú tranquilo, ahí me vas pagando como puedas lo que le metí a tú campaña).
La factura de la campaña es el origen de la nueva corrupción, la que viene. Todos dijeron en sus cierres que en su sexenio no habría corrupción, bravo, por un momento hasta les creímos, y encontramos cierta sinceridad en sus palabras, pero el mecanismo ya está en marcha, la forma en que van a ganar el presidente de la república, los nueve gobernadores, los diputados, los presidentes municipales, está marcado por acuerdos y complicidades que son el sustrato sobre el que crecerá la nueva hidra del desfalco.
Pero no se preocupen, la factura de las campañas no la van a pagar los funcionarios electos con su dinero, la pagarán con el nuestro, con los impuestos que son fruto nuestro trabajo. Esa es la magia de la corrupción.
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