Diego Petersen Farah
15/06/2018 - 12:00 am
Las grandes mentiras de la corrupción
La corrupción se ha convertido en la palabra más repetida de la campaña; el leit motiv. Y qué bueno: la corrupción es una de las grandes taras de este país y parte de casi cualquier proceso o relación en este país. Pero, la gran mentira (y con todo respeto, como dice ya sabes quién, la mentira también es corrupción) es que existe una solución mágica o expedita para acabar con el problema: ni barriendo las escaleras de arriba para bajo y teniendo un presidente ejemplar, ni metiendo al bote a un presidente y varios secretarios, ni cortándole las manos a los que las meten ilegalmente en el erario, se va a acabar la corrupción. Tampoco es cierto que en llegando van a aparecer 500 mil millones de pesos como por arte de magia simplemente porque “nadie se los va a robar”.
La corrupción se ha convertido en la palabra más repetida de la campaña; el leit motiv. Y qué bueno: la corrupción es una de las grandes taras de este país y parte de casi cualquier proceso o relación en este país. Pero, la gran mentira (y con todo respeto, como dice ya sabes quién, la mentira también es corrupción) es que existe una solución mágica o expedita para acabar con el problema: ni barriendo las escaleras de arriba para bajo y teniendo un presidente ejemplar, ni metiendo al bote a un presidente y varios secretarios, ni cortándole las manos a los que las meten ilegalmente en el erario, se va a acabar la corrupción. Tampoco es cierto que en llegando van a aparecer 500 mil millones de pesos como por arte de magia simplemente porque “nadie se los va a robar”.
Cualquier que se plantee seriamente el problema sabe que resolver la corrupción en México nos llevará más o menos una generación y que lo más que puede ofrecer un candidato es comenzar un cambio, un lento y tortuoso proceso que nos ponga en la ruta de la solución.
Nadie puede prometer que en su gobierno no habrá corrupción, por una sencilla razón: en el gobierno federal hay, pelos más o menos, un millón 700 mil funcionarios; en los estatales cerca de dos millones 300 mil y otro millón a nivel municipal. Esto es, nadie, en su sano juicio, puede asegurar que cinco millones de mexicanos no recibirán ni pedirán mochada, menos cuando afuera hay otros 40 millones dispuestos a darla con tal de agilizar un trámite o recibir un contrato. De acuerdo con INEGI, cada año hay entre 4 y 5 millones de actos de pequeña corrupción, casi uno por funcionario en promedio. Seguramente son muchos más los no corruptos que los corruptos, pero difícilmente la cifra de corruptos bajará de cien mil ¿Se harán todos buenos de un día para otro?
Vamos, por un momento a suponer, que el presidente sí puede acabar con la gran corrupción, esa que se da en los contratos millonarios del gobierno federal y que por tanto hay un ahorro real y significativo en las compras y en la obra pública. Entre obras y compras el gobierno federal ejerció en 2017 cerca de un billón de pesos. Suponiendo que en todas hubo mochada, que el promedio fue de 15 por ciento y el nuevo presidente, sea quien sea, puede parar eso de golpe, vamos a recuperar 150 mil millones de pesos. Es un dineral, pero está muy lejos de los 500 mil millones que trae en la cabeza Andrés Manuel.
Todos los presidentes y gobernadores que han prometido acabar con la corrupción han terminado atragantados con sus palabras. Nadie puede prometer acabar con la corrupción, porque no está en manos de una persona, por honesta que sea. Lo que sí puede prometer es no tolerarla, tratarla de forma distinta, castigar a los corruptos y fortalecer a las que la combaten y persiguen. Lo demás, es una gran mentira.
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