En una semana -la pasada-, seis menores quedaron huérfanos [dos hijos dejó la joven María Azucena; tres de Yanin, y una nena de Yunerri] en Tlapacoyan, Veracruz. Sus madres fueron asesinadas y ahora estarán bajo el cuidado de los abuelos, desprotegidos de las autoridades.
Por Ignacio Carvajal
Veracruz/Ciudad de México (BlogExpediente/SinEmbargo).- A veces Yunerri Bravo Reyes y su hija, de 3 años de edad, no tenían para comer y se iba a casa de su amiga, Yanin Bocarado, a buscar que les convidara un taco. Esto se hizo habitual en las dos amigas, pues cuando a Yanin le iba mal, ahí estaba Yunerri, y así.
Hace ocho días, las dos salieron de sus hogares, presuntamente se iban a encontrar en un punto para ver lo de un trabajo. Sin embargo, pasaron las horas, pasados dos días regresaron con los pies por delante, en sendos cajones de muertos.
No habían pasado ni 24 horas de doble homicidio, cuando una tercera mujer, María Azucena Méndez Bonilla, es privada de su libertad y asesinada. El pueblo se molestó y tomó la carretera, quemaron llantas y lanzaron consignas contra las autoridades. Pero hoy la familia de Yunerri Bravo Reyes no quiere saber nada de protestas, de reclamos ni de justicia.
«Mire, cuando me di cuenta que mi hija había desaparecido, hablé con Dios, y sólo le pedí una cosa, que me la trajera. Como fuera. Yo lo iba a soportar», dice la madre de Yunerri desde el anonimato.
«Yo quería estar como esas madres, que pierden a sus hijos, y ahí andan sufriendo mientras buscan».
«Por eso le pedí a Dios, trámela de vuelta, por favor, yo seré fuerte y te daré las gracias», remarca.
A los dos días, Yunerri y su amiga Yanin aparecieron con hormigas en el cuerpo y en avanzado estado de putrefacción, en una finca limonera.
«Pues mi Dios me cumplió, ahí está mi hija, por lo menos ya tengo un lugar a donde llevarle una flor», dice.
«Ya no puedo decir más. No se pide justicia, no tengo más que decir. Dios me cumplió, me la trajo de vuelta. Y no hago más, por ella», dice mientras señala a su nieta, la hija de la finada, una pequeña de tres años de nacida, ataviada con la ropita sucia y los pies maltratados por las labores domésticas a la que ya es sometida, pues no le tocó vivir en cuna de oro.
Tlapacoyan, Veracruz, es una ciudad en depresión económica, sus autoridades locales reconocen que las fuentes de trabajo han ido a la baja. «Al año se van como 5 mil 500 personas a los Estados Unidos porque acá no hay trabajo», dice la Alcaldesa Ofelia Jarillo Gasca.
En el pueblo -reconoce- la violencia se ha adueñado de las calles y los corazones de sus gobernados, apoyarlos con más seguridad se ha vuelto una labor titánica ante la poca cultura de la denuncia.
A todos les da miedo poner su nombre en una denuncia, así les hayan arrebatado un hijo, así les hubieran secuestrado. Lo mejor es quemar las naves y marcharse, en el caso de las familias adineradas.
Ante el cierre de negocios y la migración de personas de dinero que daban empleos, la pobreza, el hambre y la marginación son el panorama diario. Las oportunidades para la hija de la difunta Yunerri Bravo Reyes, con sus tres años, por ejemplo, son limitadas. Sin su madre sólo le queda su abuela.
«Le vamos a echar muchas ganas a ella, de por si ya nos estábamos haciendo cargo de ella, ya es mi hija», relata con voz firme de quien quiere convencer.
No hubo una autoridad superior a la del ayuntamiento quien le ofreciera becas, apoyos o algún tipo de aliento para superar la muerte de su hija.
En total, son seis los huérfanos dejados por la ola de violencia en Tlapacoyan la semana pasada. Dos hijos de la joven María Azucena. Tres de Yanin. Y una nena de Yunerri.
Es la tragedia de cientos de ellas. Datos del Observatorio Universitario de la Violencia contra las Mujeres contabiliza hasta abril pasado, 59 asesinatos de mujeres, de los cuales, 35 encuadran como feminicidios. Durante el Gobierno actual -dice la misma fuente- se han registrado 307 asesinatos de mujeres, 211 de ellos con características de feminicidios.
Pese a haber un decreto de alerta de género para varios municipios veracruzanos -en el cual no se incluye a Tlapacoyan- la falta de calidez por parte de las autoridades es palpable.
La madre de Yunerri Bravo la sepultó, y con la misma, regresó a atender sus labores y el negocio, en la localidad de Piedra Pinta. No hay tiempo para las lágrimas, ni para exigir justicia. El tiempo cuenta para juntar el sustento y la vida se va, pues en Piedra Pinta, de donde era Yunerri, se vive así, al día.
La madre de Yunerri trabaja en la vía pública, en un puesto de venta de frutas. Se trata de una mesa de madera desvencijada la cual monta sobre la carretera federal Martínez de la Torre-Teziutlán. Sobre su mesa hay frutos de la temporada, unas vainas largas y otras conocidas como «lichis». El puesto es humilde y armado en algunas secciones con propaganda electoral. En los bajos se encuentra la casa de la madre de la víctima, austera, y sólo como un techo para cubrirse de la lluvia.
La mamá confirma que su hija y la otra finada, eran amigas muy cercanas, y se tenían en los momentos más complicados. Ambas eran desempleadas y madres solteras.
Yunerri de una pequeña y Yanin de tres, dos niñas y un hombre. A las dos les había ido mal en la vida al intentar sostener un hogar. Las dos buscaban sueños y anhelos para tratar de sacar a sus hijos adelante. A las dos las unía la necesidad y la obligación por llevar comida a casa. Pese a los estigmas, seguían adelante desde sus trincheras. De hecho, días antes del homicidio doble, las dos platicaban mucho sobre viajar a Álamo Temapache, a unos 250 kilómetros al norte del estado, para contratarse en la pizca del lichi.
Yunerri Bravo Reyes, con la secundaria terminada, únicamente conseguía empleos en el campo, como «anotadora» de los cortadores de la pequeña fruta roja llamada lichi. Es decir, era quien llevaba el conteo de las cantidades pizcadas por cada jornalero. Lo poco ganado en el jornal, Yunerri Bravo lo empleaba para comprar lo elemental para su hija. Cuando no tenía para comer, Yunerri Bravo y su pequeña corrían a la casa de la mejor amiga, quien contaba con trabajo más estable, y ayuda fija del ex esposo.
La familia de Yanin recuerda que fueron numerosas las ocasiones en que las dos se apoyaban en medio de la necesidad, casi siempre, con comida. Piedra Pinta, el pueblo de Yunerri, está a unos 15 minutos del hogar de Yanin, en la zona centro. En este lugar, antes de ser asesinadas, vivieron momentos de felicidad compartiendo lo poco a la mano de cada una.
Nunca -cuentan las familias- hubo actos de egoísmo, aunque a nadie les queda claro cómo se conocieron.
En el desempleo, la miseria y la indolencia de los hombres padres de sus hijos, se amalgamaron para salir adelante, y parecían inseparables hasta la muerte, sin embargo, Yanina recibió la tierra sobre su cadáver en el camposanto de Tlapacoyan, y Yunerri, en el panteón de Piedra Pinta, a donde su madre acudirá religiosamente a dejarle su flor y prenderle una veladora para su memoria.