Arnoldo Cuellar
03/05/2018 - 11:10 am
Campañas sin ciudadanos
Las franquicias que monopolizan el ejercicio de los cargos públicos, conocidas entre nosotros como partidos políticos, arrancaron este domingo las campañas que faltaban para completar el maremágnum que nos invade: las de los ayuntamientos y aspirantes al Congreso local. En medio de la parafernalia tóxica de anuncios en los medio y de publicidad en las […]
Las franquicias que monopolizan el ejercicio de los cargos públicos, conocidas entre nosotros como partidos políticos, arrancaron este domingo las campañas que faltaban para completar el maremágnum que nos invade: las de los ayuntamientos y aspirantes al Congreso local.
En medio de la parafernalia tóxica de anuncios en los medio y de publicidad en las calles, ni el más atento de los electores tiene la capacidad de discernir las diferencias en la propuesta, si la hay, entre los candidatos de los diferentes partidos (hasta 9 candidaturas en algunos ayuntamientos) y entre los diversos tipos de elección.
Y ni siquiera depende de los propios candidatos, que se verán arrastrados por la ola nacional de las campañas presidenciales, donde entre campañas del miedo y votos de enojo, habrá muy poco espacio para una reflexión que además parece imposible.
En el caso de las alcaldías, muchos minipartidos van a la meta pragmática de clocar un regidor obteniendo el ansiado mínimo del 3 por ciento para tener capacidad de interlocución en el futuro ayuntamiento, algo legítimo; o la posibilidad de entrar al mercadeo de las decisiones, vendiendo o intercambiando votos, una práctica que ha degradado la vida política de los cabildos y de los municipios por ellos gobernados.
Y entre ambos extremos, la disputa nacional por el poder y la micro rapiña municipal, nadie en el medio parece preocupado por atender con un mínimo de sensatez, de empatía, las preocupaciones de los ciudadanos del estado y de cada uno de los municipios.
Los candidatos a gobernador han abordado el tema de la inseguridad como un cliché: uno para refugiarse en el discurso que exculpa y justifica, el del partido gobernante; y el resto, los opositores, lo utilizan como ariete sin que nadie ni siquiera se haya identificado de manera creíble con las víctimas.
La violencia no es solo el macrofenómeno que nos ha colocado entre los estados como mayor crecimiento en el número de asesinatos, rubro en el que abundan el discurso autojustificatorio y que endilga la responsabilidad a actores externos como Pemex o el gobierno federal.
La violencia también es la afectación cotidiana al patrimonio de los ciudadanos; el robo de piezas de automóvil; los asaltos a estudiantes y la irrupción en viviendas. Sin embargo, las policías estatales y municipales se muestran rebasadas por la guerra que ha llegado al estado, con lo cual el crimen común aparece desplazado también en su atención y las víctimas minimizadas o de plano invisibilizadas.
Ahí es donde no vemos a los candidatos, hasta ahora, con algún tipo de propuesta viable, enfocada, innovadora. Desde luego, el partido apenas empieza y algunos nos puede sorprender, solo esperamos que no sea al estilo de las barrabasadas de «El Bronco».
Sin propuesta, colgados solo de la ambición de acceder al poder para repartirse sueldos superiores al promedio e intervenir en la asignación de presupuestos bajo la lógica de obtener beneficios, los políticos que hoy buscan cargos continuarán abonando al desprestigio de su profesión, hoy por hoy una de las más vilipendiadas socialmente.
Y aguantar mentadas solo para lograr un beneficio, sin preocuparse ni por cumplir promesas ni por ejercer una representación mínimamente decorosa es solo un ejercicio de cinismo que hunde más a instituciones de por sí en bancarrota.
Y luego los políticos se asombran de que los sentimientos más palpables en sus electores sean la ira (natural) y el miedo (inducido), que impiden valorar una propuesta decente cuando eventualmente aparece.
Tienen lo que han construido, no se espanten. Pero si es preciso y justo que nos aclaren hasta donde quieren llegar en ese camino de degradación, porque ya muchos no queremos acompañarlos.
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