Ricardo García Aguilera era el blanco de los asesinos, al menos tres tiradores que al parecer se dieron cuenta poco después del error que cometieron al meter en la cuenta a la estudiante de primaria y a su madre.
Hoy los familiares de él, no quieren reclamar sus restos. Ni su madre está afligida por el asesinato de su hijo; prefieren que sus restos terminen en la fosa común.
Por Ignacio Carvajal
Veracruz/Ciudad de México, 25 de abril (BlogExpediente/SinEmbargo).– Los familiares de Ricardo García Aguilera indicaron que sus restos no serán reclamados. Ni su madre está afligida por el asesinato de su hijo; prefieren que sus restos terminen en la fosa común.
Ricardo García Aguilera fue asesinado el semana pasada en el fraccionamiento Punta Verde, de Cosoleacaque. Sicarios llegaron a matarle a su casa, él intentó huir.
En su huida se fue a meter bajo la cama donde dormía su pareja sentimental, Dalia Gregorio Moreno, y la hija de ésta, Imelda Saraí, de ocho años. Los pistoleros abrieron fuego en la oscuridad.
A Ricardo García Aguilera lo mataron; su cuerpo quedó agujereado.
Pero las balas también tocaron a la pequeña Imelda Saraí y a su madre, quien se debate entre la vida y la muerte.
Todo el fin de semana el personal médico del hospital público de Coatzacoalcos solicitó sangre para realizar una operación a la joven madre que recibió dos balazos y uno perforó el pulmón.
Las balas empleadas por los asesinos fueron .9 milímetros, cuya ojiva se fractura en varios pedazos al entrar en el cuerpo, lo que asegura una muerte certera.
Ricardo García Aguilera era el blanco de los asesinos, al menos tres tiradores que al parecer se dieron cuenta poco después del error que cometieron al meter en la cuenta a la estudiante de primaria y a su madre.
La camioneta en la que viajaban, fue localizada horas después en un fraccionamiento vecino y es la misma empleada en otros eventos violentos.
Se desconoce por el momento si el homicidio fue ordenado por algún cártel de la droga. La policía tampoco ha dado a conocer grandes pistas sobre los hechos.
Uno de los motivos por los cuales los seres queridos de Ricardo García Aguilera no quieren pararse a reclamarlo es que temen que haya más sangre.
EL MOTIVO DE LA FAMILIA
El motivo es fundado: a mediados de febrero del 2015, cuatro personas fueron asesinadas en un funeral en Coatzacoalcos. En el cajón se encontraba Salvador Aguilera Guzmán, rafagueado 24 horas antes en la puerta de su casa, a donde regresaron los malhechores para darle muerte a su hermano, mientras participaba en el funeral; pero no les salió y de paso se cargaron a cuatro víctimas más.
El nueve de abril pasado, al salir de la delegación de la PGR en Coatza, fueron baleados dos sujetos que habían estado detenidos por delitos federales. Apenas cruzaron el portón hacia la libertad, los esperaban pistoleros, uno murió.
El domingo por la tarde, entre Minatitlán y Cosoleacaque, fueron baleados un grupo de jóvenes que después se supo tienen en su historial denuncias por extorsión. Aunque salvaron la vida ahí, horas después, uno de ellos resultó rematado cuando salía de dar su testimonio en la Fiscalía.
La familia de Salvador Aguilera Guzmán tampoco quiere saber nada de él, por su causa, acusan, una menor de edad, inocente, perdió la vida. Nada pasará si se va a la fosa común.
Salvador Aguilera Guzmán era albañil y eventualmente realizaba trabajos en el jornal o cualquier otra actividad. No contaba con estudios y cuando lo mataron, al ingresar sus datos, la policía vio que contaba con una orden de aprehensión por robo.
Además padecía serios problemas de salud por el consumo de enervantes.
Salvador Aguilera Guzmán y Dalia Gregorio Moreno se conocieron en la colonia 20 de Noviembre, esa al igual que la Cuauhtémoc, es escenario de docenas de cruces puestas en la vía pública en honor de quienes han sido asesinados en la calle por vivir por de ella.
La pareja creció en la 20 de noviembre, por un tiempo, cuenta la familia de Dalia Gregorio, se dejaron de ver, y cada quien tomó caminos distintos.
«Chava», como le decían, no controlaba su adicción, aunque no era un tipo violento ni malhablado, y Dalia Gregorio se casó en tres ocasiones y en cada una tuvo un hijo. Actualmente llevaba varios meses haciendo vida con «Chava», a quien se encontró de nuevo cuando éste salió del penal Ostión Duport, de Coatza, tras pagar una condena.
Dalia y «Chava», dice la familia de la joven, se llevaban a la pequeña Irasema Iraís a pasar algunos días en la casa que compartían en Punta Verde, lo cual no era bien visto por la familia de la pequeña.
Angélica Moreno Ramos, mamá de Dalia, ya le había rogado de muchas formas que dejara de llevarse a la pequeña ante el riesgo que representaba para ella misma, pues Dalia también consumía drogas.
«Yo ya le había dicho a mi hija hace mucho que no tuviera a la niña con ella si es que su plan era quedarse con él, pues él y ella se drogaban mucho.
Al pie del féretro se abre:
«Él era adicto y mi hija también.
«A mí no me gustaba que mi hija estuviera con esa persona. Siempre se lo decíamos. Y le decíamos que no tuviera ahí a la niña.
Aunque no estaban casados, quienes conocen a Dalia afirman que amaba profundamente a «Chava». Con locura. En la cama, luchando contra la muerte, no hace más que recordarlo, igual que a su hija, aunque su familia no quiera ni cruzar la calle para reclamar sus restos.
Murió sin nada, sin estudios, ni casa, pues donde le dieron muerte, era prestada, sin seguridad social, menos un empleo formal. Todo el entorno de su vida, era miseria, pobreza y adicción. Los pistoleros que mataron a «Chava», y por equivocación, a esa niña, no iban por un gran barón de la droga, era uno de tantos espíritus despojados que abundan en la ciudad y para quienes no hay políticas públicas.