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Hasta el cuerpo de un agente rodó, como 18 más, por el abismo; Veracruz vivió un exterminio

09/04/2018 - 2:30 pm

David Lara Cruz, de 37 años de edad y con nueve años como policía de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), desapareció el 12 de enero del 2016, cuando fue concentrado en Xalapa por mandos superiores. Ocho días después de la desaparición de David, su cuerpo sin vida apareció en la Barranca La Aurora, muy cerca de la Academia de Policía El Lencero, junto a otros 18 cadáveres.

En ese tiempo, Arturo Bermúdez Zurita estaba al frente de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), con su mano derecha al frente del grupo Los Fieles: Roberto González Meza.

Por Eirinet Gómez

Xalapa, Veracruz/Ciudad de México, 9 de abril (Blog Expediente/SinEmbargo).- Elizabeth «L», de 34 años de edad, activa la pantalla de su celular, y va directo al álbum fotográfico. Pasa la instantánea de su pequeño de dos años vestido de pajecito. Otra de su hija de trece años junto al árbol de navidad. Ahora, una de ella en un festejo familiar.

Pero Elizabeth se detiene en un collage formado a partir de cuatro fotografías individuales. Una de su hijo, una de su hija, una de ella, una de su esposo, David Lara Cruz. Le da clic, la amplía, y pide que uno se percate del gran parecido que existe entre su hijo y David. Es cierto, se parecen.

Lara Cruz, de 37 años de edad y con nueve años como policía de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), desapareció el 12 de enero del 2016, cuando fue concentrado en Xalapa por mandos superiores.

En ese tiempo, Arturo Bermúdez Zurita estaba al frente de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), con su mano derecha al frente del grupo Los Fieles: Roberto González Meza.

Ambos están presos en el Penal de Pacho Viejo, por su presunta participación en la implementación de una política de seguridad, que contemplaba el exterminio de personas, por el solo hecho de ser sospechosas de formar parte de un grupo criminal.

Ocho días después de la desaparición de David, su cuerpo sin vida apareció en la Barranca La Aurora, muy cerca de la Academia de Policía El Lencero, junto a otros 18 cadáveres.

Aunque Elizabeth no recibiría informes sino hasta un mes después, y a ella, la versión oficial le diría que había aparecido desnudo, boca abajo, en un predio ubicado en el municipio de Alto Lucero.

«La última vez que lo vi con vida fue el 12 de enero del 2016, tenía un mes y medio de comisión en Acayucan, y sus mandos superiores le pidieron que se concentrara en Xalapa, donde presentaría exámenes de confiabilidad, y unos documentos oficiales».

La mujer, que tras la desaparición de su esposo debió asumir el sustento del hogar y las gestiones para exigir justicia, habla desde una fonda frente a los juzgados de Pacho Viejo, Veracruz, mientras espera que se desarrolle una nueva audiencia por la desaparición forzada de su esposo.

La Barranca De la Aurora Es Un Lugar Lleno De Bellos Paisajes Que Impone Su Majestuosidad Pero Que Durante Mucho Tiempo Emanaba Olor a Carne Putrefacta Y Era Refugio De Zopilotes Buscando Cadáveres Foto Ignacio Carvajalblogexpediente

El caso de Lara Cruz, radicado en la carpeta de investigación 169/2016, dio lugar a la reciente detención de Gilberto Aguirre Garza, ex director de Servicios Periciales de la Fiscalía General del Estado (FGE), y a Carlota Zamudio Parroquín, ex delegada regional de la policía.

Ambos mandos están señalados de su probable intervención en el ocultamiento y alteración del hallazgo de 13 de 18 cuerpos encontrados en la barranca de la Aurora, ubicada muy cerca de la capital del estado.

Y mientras se toma un café negro, Elizabeth recuerda el último día que vio con vida a David, y el cómo las autoridades manipularon el proceso de identificación de sus restos.

«Estuvo con los niños, jugó con el bebé -que tenía cinco meses en ese momento- y platicó con su hija –de entonces diez años. Tenía un mes y pedacito de comisión en Acayucan, y quería ponerse al corriente: le preguntó cómo les iba con la escuela».

Después de comer, ordenó sus papeles, y salió de su domicilio para reportarse con los mandos superiores. Avisó a su familia que regresaría a casa más tarde.

«Yo lo esperaba, así que cuando dieron las cinco de la tarde, y no lo vi llegar, me inquieté. Así que le hice una primera llamada. Y nada. Entonces pensé: sigue en las oficinas, les quitaron el teléfono y no lo dejan contestar».

La siguiente llamada fue a las 21:00 horas de ese mismo día. Cuando cae la noche, y las personas han cumplido con la rutina, les da por revisar los pendientes, y pensar en lo que se harán apenas amanezca de nuevo.

«Le mandé varios mensajes: les pregunté si estaba bien, si necesitaba algo, si quería que le llevara otros papeles, si iba a regresar a casa… y nunca tuve respuestas».

Elizabeth se apega a la docenas de fotografías que tiene en el teléfono celular que esta sobre la mesa, donde acaba de desayunarse un par de picaditas. Para ella, esas imágenes son la evidencia de que David era un hombre dedicado en su rol de padre.

«Sic».

Las primeras horas tras la desaparición de su esposo trató de mantener la calma. Y se dijo que su esposo estaba bien, que probablemente no lo habían dejado salir, y le habían dado una nueva comisión. Así que decidió esperar a que él se reportara.

«No me quedé tranquila del todo porque él nunca perdía la comunicación con nosotros, pero me resigné, y deje que fuera él el que se comunicara conmigo».

A los tres días de que salió de su casa en Xalapa para reportarse con sus superiores en la Secretaría de Seguridad Pública, sus compañeros en la base de Acayucan, le hicieron entrar en alerta.

«Me llamaron y dijeron que no estaba en su trabajo, necesitaban saber si estaba en mi casa… y ahí fue cuando me alarmé».

Lo primero que hizo fue poner una denuncia por desaparición ante las autoridades, cuyo peregrinar en el ministerio público la acercó al Colectivo por la Paz Xalapa. Cobijada por otras mujeres que buscan a familiares desaparecidos, pidió a las autoridades dar con el paradero de su esposo.

En medio de un incremento de homicidios y desaparecidos que alarmaban a la sociedad, el clamor de Elizabeth causaba una particular incomodidad en las autoridades.

Ella ponía sobre la mesa la tesis de que la inseguridad era tal en la entidad, «que la SSP ni siquiera cuidaba a los suyos».

El 04 de febrero del 2016, a las 21:00 horas, las autoridades la citaron para darle informes sobre el paradero de David.

«Me dijeron que había sido encontrado en el camino antiguo al cementerio de Alto Lucero, que estaba muerto, y que había apareció desnudo, boca abajo, y en avanzado estado de putrefacción».

En las instalaciones de Servicios Periciales de la Fiscalía del Estado, Gilberto Aguirre Garza se entrevistó con ella. Y pese a la instancia de la mujer por ver el cuerpo, el funcionario la convenció de hacer el reconocimiento por medio de fotografías.

“Lo reconocí porque me mostraron la dentadura y él tenía un arreglo: un diente falso arriba de otro. Además me dijeron que habían hidratado las huellas dactilares, y había coincidencia”.

Los detalles del caso, a dos años de aquella notificación, revelan que personal al mando de Gilberto Aguirre y Carlota Zamudio transportaron el cuerpo de David Lara de la barranca la Aurora a la localidad de Santa Ana, municipio de Alto Lucero, donde se simuló su localización.

Pero no sólo eso, los informes de la Fiscalía revelan que el traslado del cuerpo ocurrió después de que el uniformado había sido identificado y sometido a la autopsia de rigor.

A la distancia de aquel encuentro con Gilberto Aguirre, Elizabeth considera que la insistencia en que lo reconociera a través de fotografía, y la posición en que fue encontrado el cuerpo de su esposo, formó parte de la estrategia de manipulación del hallazgo de los restos.

«Lo pusieron boca abajo y no me dejaron verlo en persona, porque ya le habían hecho la autopsia. Si hubiera pasado a verlo, me habría percatado de la apertura que les hacen a los cadáveres en el abdomen para estudiarlos», afirma.

El día que le dieron el cuerpo de David, el ataúd iba sellado. Y la mujer tuvo que conformarse.

Tras la desaparición forzada de su esposo, Elizabeth se vio en apuros no solo por los malabares emocionales qué hay que hacer ante la pérdida de un ser querido, sino porque David era el sustento económico del hogar.

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De pronto se vio sola, sin el compañero de vida, que veía por el sostén económico de los niños que procrearon juntos. Así que aunado a las diligencias para esclarecer el caso, debió emplearse para obtener ingresos.

«Antes de que pasara todo esto, yo estudié belleza, y eso me permite trabajar por mi cuenta. Hago tintes, bases, manicure, pedicura. He tenido la oportunidad de entrar en una estética, pero no entro por mis hijos. Me conviene más trabajar por mi cuenta, así puedo estar al pendiente de mi hijo más pequeño».

El gobierno le da a Elizabeth una pensión, pero es muy pequeña, y su trabajo limpiando hogares y prestando servicios de belleza, le ayudan a completar el gasto de la casa.

El trabajo para salir adelante no ha sido fácil.

La mujer recuerda que los primeros días tras el hallazgo del cuerpo de su esposo fueron los más difíciles. Vivía acosada por los vecinos que intrigados por los sucesos, la acosaban con sus preguntas.

«Los días tras la desaparición y homicidio de mi esposo convirtieron la relación con mis vecinos es un acoso constante. Todos me preguntaba qué pasó, dónde fue, cómo sucedió. Esos días me sentí muy acosada», dice.

Y agrega: «En donde me los encontrara, la gente me preguntaba. Todos querían saber cómo fue. Caí en depresión, y mi hija también».

La situación se volvió tan incomoda con sus vecinos que tuvo que tomar a sus hijos y salir de su domicilio, para refugiarse en la casa de su madre.

Pero las familias de desaparecidos no tienen mucho tiempo para asimilar lo ocurrido. A los ocho meses debió asumir el mando de su familia. Regreso a la casa donde vivía con David, enfrentó los recuerdos, y la curiosidad de sus vecinos.

«Me estaba encerrando en un mundo de puro llorar y de no ver a mis hijos, cuando tengo que salir a defenderlos. Así que tome conciencia de que mi bebé me necesita, mi hija la más grande me necesita, y de que yo no me puedo meter en un mundo que no es».

Antes de convertirse en un elemento de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), David Lara, originario de Cosamaloapan, fue supervisor en una tienda de ropa en la capital del estado. Fue en ese tiempo, cuando Elizabeth lo conoció. Ella era cajera en ese establecimiento, y él era el supervisor.

Para ganarse la vida, David Lara también fue repartidor de agua embotellada.

Un día, un amigo suyo lo invitó a unirse a la policía, y al mirar la ventaja salarial y las prestaciones sociales, se animó a inscribirse. En el momento de su desaparición tenía nueve años en el ejercicio de sus funciones. Primero como elemento del IPAX y luego en la SSP.

En su andar policiaco, recorrió Acayucan, Tantoyuca, Coatzacoalcos, Minatitlán, Tempoal.

«Cuando estuvo en Tempoal, no estuve tranquila. Sabía que estaba cerca de Tamaulipas, y temía que algo malo le pasara. Jamás imaginé que la comisión en Acayucan, donde estuvo apenas seis meses, iba a terminar con su desaparición».

Los peligros del trabajo fueron tema de conversación entre David Lara y su esposa.

«Si hablé con mi esposo de los riesgos, yo le dije que esto era muy peligroso. Pero él insistía en que sabía cuidarse, que sabía cómo era el ambiente. Y que si le pasaba algo sería en incumplimiento de su deber. Él estaba muy seguro de sí mismo”.

En este momento de la conversación, la mujer recuerda que fue cerca de octubre del 2015 que David comenzó a quejarse del trabajo, y plantear la posibilidad de renunciar a la corporación.

«Comenzó a decirme que las cosas estaban calientes, que había mucha presión, y que pensaba en salirse. Me dijo que había muchas cosas que no le gustaban, que no le parecían y que tenía la impresión de que se iba va a poner peor».

«Dijo que veía cosas que no deberían de hacerse, y que los presionaban a hacer cosas que no quería. Situaciones que no son cuestión de que quieras o no quieras, son de que tienes que hacerlas. Él se quería salir».

El acuerdo fue esperar que pasaran las fiestas decembrinas, cobrar el aguinaldo, y en enero, tramitar su liquidación. La muerte lo alcanzó antes de alcanzar sus planes.

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Redacción/SinEmbargo
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