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La moda, el boxeo y el fin de la fragilidad femenina

08/04/2018 - 12:02 am

A finales del siglo XIX, la fragilidad femenina pasó de moda y el atletismo se volvió tendencia, tanto en las ropas que se vestían como en el crecimiento de la cultura del ejercicio.

Por L.A. Jennings

Ciudad de México, 8 de abril (SinEmbargo/ViceMedia).– La moda puede ser la práctica humana que cambia y fluye con más rapidez. Podríamos pensar que la ontología de la moda no merece ponerle atención, pero la moda revela la preocupación cultural por el cuerpo. Cuando cambian los estilos, también cambia el ideal de los cuerpos que ocupan las ropas de moda. En la mayoría de los casos, ocurren cambios significativos en la tendencias y operan como una reacción a la generación previa, y en ningún lugar se pude notar más ese cambio que al final de la Época Victoriana, cuando las mujeres que solían vestir faldas elaboradas y corsés comenzaron a vestir ropas más cómodas con telas más ligeras. La fragilidad y la debilidad eran una virtud en Inglaterra y Estados Unidos a mediados del siglo XIX, mujeres tendidas en divanes con el rostro pálido eran el epítome de la belleza entre la aristocracia adinerada y la clase media que buscaba imitarlos, como si las mujeres lucieran enfermas de tuberculosis, sin embargo, este tipo de moda como si se sufriese la enfermedad sólo ocurría en las clases media y alta.

Los pobres o las personas que vivían en comunidades rurales no tenían tiempo para fingir la enfermedad cuando tenían bocas que alimentar o trabajo que hacer. Es importante notar que el énfasis en la fragilidad no era una concepción femenina. Los doctores de aquel entonces aconsejaban a las mujeres no hacer ejercicio por temor a que lastimaran sus úteros, y debido a que la comunidad médica no había estudiado correctamente, deambulaban libremente por el cuerpo femenino sin argumentos científicos.

El cambio en la moda llegó cuando el siglo XIX llegaba a su fin. Quedó atrás el ideal de la debilidad femenina y en lugar de eso, las mujeres eran alentadas a ejercitarse, principalmente como una manera de animar a los niños a ser fuertes y sanos. Su ropa reflejaba la nueva tendencia y la importancia de hacer ejercicio por el bien de la nación. Los niños sanos significaban un ejército estadounidense fuerte, y al igual que ellos, la buena salud de sus madres era imperativa para producir un ejercito robusto. En 1890 y a inicios de 1900, el ejercicio se convirtió en la directriz principal de las actividades de ocio y el boxeo —como el tae-bo en la década del 2000— fue la tendencia más popular para ejercitarse.

aunque La Moda De Esos Tiempos Requería Que Cierto Tipo De Cuerpos Vistieran Ropas De Tendencia La Moda Desató Un Movimiento Cultural Que Alejaba a Las Mujeres De La Debilidad Y Las Volvió Fuertes pugilismo En La Feria Mundial 1904 Imagen Vice Sports

En 1984, Lady Greville publicó Ladies in the Field, una guía para los deportes femeninos que incluía colaboraciones de Lady Boynton y la Duquesa de Newcastle. Lady Greville decía que los deportes mejoraban el humor, ya que las mujeres disfrutaban de las actividades al aire libre al igual que los hombres. Específicamente escribió que montar mejoraba el apetito y hacía que «desaparecieran las sombras y pensamientos mórbidos de la mente», tal vez haciendo referencia a la tendencia de diagnosticar histeria entre las mujeres de clase alta y media, práctica común en el siglo XIX para las mujeres que sufrían psicosis o las que querían vivir fuera de una estructura patriarcal. El libro de Lady Greville anticipaba el tipo de críticas que por lo general acompañaban la promoción de eventos deportivos entre las mujeres de clase alta, al elegir deportes que reforzaban las reglas de género y que no hacían menos femeninas a las mujeres.

Su posición en la aristocracia situaba sus argumentos en un grupo específico y definido en la sociedad porque los niveles más altos de la sociedad tenían reglas diferentes a las de la clase media y especialmente diferentes a los de las clases bajas. Pero su obra normalizó el deseo de las mujeres por participar en actividades físicas, alejando el estándar de belleza y los cuerpos femeninos de aquel ideal frágil que existía en el siglo XIX y permitiéndoles tener más libertad en el nuevo siglo. Por supuesto, en Inglaterra las mujeres sólo eran alentadas a participar en actividades adecuadas para su posición social, como la caza o deportes ecuestres.

Las mujeres de las clases medias no tenían tanta presión por conformarse a ciertos códigos sociales. Y en los Estados Unidos, aquel extraño conjunto de mujeres en el noreste se obsesionó con el boxeo adoptándolo como su forma de ejercicio y la década de 1890 fue testigo de un incremento de la población femenil en los gimnasios de boxeo. Presididas por profesores de boxeo, las escuelas de pugilismo entrenaban a las mujeres en las técnicas básicas de boxeo, haciendo énfasis en los beneficios para la salud —una versión victoriana de cardio-kickboxing—.

En 1897, The Washington Post elogió la tendencia del pugilismo femenino, declarando que aunque las mujeres «han hecho avances en otras actividades deportivas, la boxeadora… hasta ahora supera por tanto a las demás deportistas que no deberían ser mencionadas en la misma oración». Claro, el artículo explica que las mujeres no eran peleadoras y no podían lastimarse entre ellas o a otros debido a que sus guantes tenían mucho colchón y sus brazos «no eran lo suficientemente fuertes como para conectar un golpe potente como para causar una lesión». Además, el propósito de los nuevos gimnasios diseñados para enseñarle a las mujeres sobre la ciencia dulce se enfocaban en la técnica y ejercicio, no en el arte de las peleas. El boxeo no sólo era aceptable para The Washington Post como forma de ejercicio sino que la sociedad de Nueva York comenzó a abarrotar los gimnasios de boxeo.

El maestro de un gimnasio Nueva York le decía a las señoras de clase alta que el boxeo era el «método más rápido y saludable para eliminar la masa que no era necesaria», pero fue rápido para explicarle al diario que sus estudiantes no estaban aprendiendo a boxear como defensa personal, ya que consideraba poco probable que una mujer tuviera que defenderse por sí sola. Y además declaró de manera enfática que no le parecía razonable que una mujer boxeara de manera competitiva, explicó:

«Todo eso son tonterías sobre el boxeo femenil. Una mujer no puede boxear porque si le pegas en el pecho o el abdomen, no sólo no podrá respirar, sino que corre el riesgo de desarrollar una enfermedad como cáncer, o algo por el estilo».

No es claro de donde sacó el maestro la idea de que darle un golpe a una mujer en el pecho la haría «desarrollar cáncer», pero refuerza la creencia de la fragilidad femenina. Las mujeres en este gimnasio en particular aprendieron los básicos del boxeo, que se realizaban como un baile en vez de cómo una pelea. Según el maestro de boxeo, las mujeres eran más precisas al golpear que los hombres, pero menos agresivas que ellos. Al final, el propósito del ejercicio era que las mujeres estuvieran en forma, ya que la moda en ese entonces eran los cuerpos esbeltos y figuras ligeras, como hoy en día. Aun así, algunas mujeres que aprendieron el arte del boxeo en estos gimnasios podían llevar sus habilidades al siguiente nivel cuando quisieran.

En 1895, el diario National Police Gazette reportó una pelea a diez rounds en un gimnasio de Chicago, en la que se enfrentaron dos mujeres hasta terminar en un nocaut. El diario declaró que algunos nuevos miembros se desmayaron y el resto de las chicas, incluyendo las dos boxeadoras, lloraron juntas en el vestidor. Sin embargo, aparentemente todos pasaron «un buen rato» ya que estaban «ansiosos por la siguiente pelea».

Las jóvenes aprobaron el boxeo como ejercicio al inicio del nuevo siglo, pero las peleas no eran consideradas una carrera respetable. En California, incluso siendo un estado más liberal, el periódico San Francisco Chronicle publicó un artículo que elogiaba a la joven Cecil Richards por ser una boxeadora habilidosa y femenina. El periódico además describió a la chica con detalles que parecían salidos de una novela de Flaubert, presentando su complexión saludable y su figura esbelta como la personificación de la belleza femenina. El artículo se enfocaba principalmente en lo adorable que era la señorita Richards, y sugería que el boxeo podría convertirse en algo más aceptable si más mujeres como la hermosa Cecil subían al ring. O que al menos no sería un espectáculo tan desagradable si las boxeadoras fueran atractivas. Cecil Richads confesó en el periódico que la razón por la que se volvió boxeadora fue para ganar dinero, como lo hace cualquier persona que elige una profesión. Tal vez los californianos juzgaban menos la manera en que las mujeres pasaban su tiempo de lo que las juzgaban en Nueva York o Boston, no obstante, para Cecil Richards en 1897 el boxeo era un trabajo como cualquiera, al igual que para los espectadores de sus peleas.

Diez años antes, en 1904, el diario The New York Times publicó un artículo graciosamente condescendiente, «Y ahora es la Chica Boxeadora», sobre la nueva moda entre las mujeres. El artículo le aseguraba a los lectores que el boxeo seguiría siendo un deporte de hombres, y que las mujeres nunca «invadirían el ring, ¡que el cielo no lo permita!» Las mujeres podían practicar la «ciencia o técnica» del boxeo «sin su brutalidad». Y claro, como muchos otros artículos sobre ejercicio, aseguraba que el pugilismo era bueno para ejercitarse y que por dicha razón le llamaba la atención a la nueva «chica de moda», que aparentemente buscaba ponerse ropas que acentuaran su cintura. La moda a finales del siglo XIX de alguna manera perdonaba a las mujeres de figuras más anchas debido a que las líneas enfatizaban el busto y la cintura era acentuada con la ayuda del corsé. Pero a inicios del siglo XX, al dejar de usar corsé las mujeres tenían que trabajar para conseguir su cintura ideal. En el gimnasio las mujeres usaban blusas, bombachas y zapatos de piso y en las manos, usaban guantes de cuero de seis onzas en lugar de los guantes pesados que se usaban en los gimnasios en aquel entonces.

El maestro del gimnasio de Nueva York le dijo al periódico que el pugilismo era ideal para las mujeres «gordas», pero que las mujeres nerviosas —que según él siempre eran delgadas— no debían boxear, ya que era demasiado extenuante para sus cuerpos. En lugar de eso, el boxeo debía reservarse sólo para las «mujeres pasadas de peso y tranquilas que bajan de peso más rápido del que pueden aflojar sus ropas». Las mujeres regordetas, según el periódico, debían alegrarse por la nueva tendencia de practicar boxeo ya que era el mejor método para perder grasa y ponerse en forma. Al parecer The New York Times escribió los primeros artículos del siglo en los que se criticaba el cuerpo de las personas. El tono condescendiente del artículo es molesto, pero contiene información interesante sobre la estructura de los gimnasios al inicio del siglo XX. El tiempo estándar para los rounds en una pelea varonil era de tres minutos, mientras que las mujeres peleaban durante dos minutos. Además, los hombres tenían un minuto de descanso entre rounds, como hoy en día, mientras que las mujeres tenían descansos de tres minutos entre sus rounds de dos. El descanso tenía la intención de revivir a las mujeres robustas entre rounds, aunque a la mujer no se le permitía acercarse a una ventana o tomar agua, por temor a interrumpir el proceso de quema de grasa.

a Finales Del Siglo Xix Las Mujeres Eran Alentadas a Hacer Ejercicio Lo Que Influyó En Su Manera De Vestir Imagen National Police Gazette

Mientras que las demandas de la moda pudieron despertar el interés de las mujeres por el boxeo, muchas descubrieron una pasión por el deporte. The New York Times presentó las escuelas de boxeo como clínicas para perder peso, pero para las niñas y mujeres que practicaban el deporte en aquel entonces, la práctica del pugilismo era más que una manera de perder peso. Descubrieron un sentido de comunidad, confianza en sí mismas, y habilidades que podían usar para practicar deporte o como defensa personal. Un grupo de mujeres de Vassar que entrenaban boxeo juntas arrasaron con un hombre que estaba esculcando sus ropas mientras ellas se bañaban en un salón de belleza. En 1908, Frances Moyer de 12 años de edad, apareció en las noticias nacionales cuando no sólo superó a una niña, sino que derrotó a cuatro niños en Bethlehem, Pennsylvania. Aunque las escuelas de boxeo pudieron haberse vuelto respetables para las mujeres en la ciudad de Nueva York que buscaban divertirse ejercitándose, esta pelea en particular ocurrió en un terreno baldío en lugar de un gimnasio. Frances comenzó su día superando a una chica de 13 años, y después peleó contra los cuatro niños de manera consecutiva, derrotándolos antes de finalizar el estándar de seis rounds. Su pelea contra Clarence Moser fue considerada empate y fue su única pelea que duró los seis asaltos.

Antes de la institucionalización de la Comisión de Boxeo, que desde su creación prohibió que las mujeres compitieran, estas escuelas de boxeo le dieron a las mujeres de todas las edades la oportunidad de participar en el pugilismo, en una manera que era aceptada socialmente e incluso las alentaban a practicarlo. Aunque la moda de esos tiempos requería que cierto tipo de cuerpos vistieran ropas de tendencia, la moda desató un movimiento cultural que alejaba a las mujeres de la debilidad y las volvió fuertes. El ejercicio no sólo sirvió para ayudar a que hombres y mujeres consiguieran su cuerpo ideal, sino que además sirvió para crear una ciudadanía que en cambio podía producir una generación fuerte. La iniciación de las mujeres en el pugilismo comenzó como un ejercicio, pero dirigió a muchas mujeres hasta hoy —y me incluyo entre ellas— a desarrollar un amor genuino por la ciencia dulce.

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