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Tomás Calvillo Unna

21/03/2018 - 12:00 am

Abrir la ventana de la historia

La trama electoral absorbe gran parte de la energía social, es una puesta en escena que no deja de ser apéndice de un movimiento inmenso que transforma la cotidianidad de millones y cuyos centros de gravedad están cada vez menos en los andamiajes de los gobiernos nacionales y sus instituciones.

expoliación Pintura Tomás Calvillo

La trama electoral absorbe gran parte de la energía social, es una puesta en escena que no deja de ser apéndice de un movimiento inmenso que transforma la cotidianidad de millones y cuyos centros de gravedad están cada vez menos en los andamiajes de los gobiernos nacionales y sus instituciones.

La obra teatral de las elecciones permite creer y sentir que se puede intervenir en su guión y modificarlo, ya que se invita a los espectadores para participar, incluso, en el propio desenlace de ese capítulo político.

Lo cierto es que tras bambalinas se decide el ritmo y destino de los principales elementos del montaje y los cambios necesarios que se requieran en cualquier momento.

Sin duda el Porfiriato que ya sabía bien de esas escenografías, (baste el Monumento a la Revolución, como un símbolo arquitectónico de larga duración) más allá de quiebres imprevistos, aparece como el primer acto, que nos antecede.

Este segundo estadio, que corresponde a la función que asistimos, es de alguna manera una resonancia y hasta cierto punto continuidad replanteada de ese periodo. Los grandes rasgos de aquel primer ejercicio de industrialización están presentes:

El territorio expoliado hasta el cansancio (véase la minería y el petróleo, los más emblemáticos pero no los únicos) por procesos productivos de alta tecnología, que concentra poblaciones en urbes que se expanden con escasa y precipitada planeación; mercados laborales y de consumo que crecen como signos de éxito, cuyo futuro es acortado a lo inmediato, medido en índices que se apilan unos tras otro, día a día, con un frenesí que tarde o temprano suelen llevar a estrepitosas derrumbes.

Ciclos económicos que logran devastar enormes territorios y que abandonan a su suerte espacios urbanos, con carcomidas industrias que ya no responden a los cambios tecnológicos que se aceleran y modifican, tanto en sus fuentes de energía como en sus propios procesos productivos y mercados de consumo. La minería y el petróleo han sido los más evidentes, pronto serán las automotrices y muchos de los servicios.

Esa masa de riqueza material, prácticamente concentrada en pocas manos, llamadas aún “compañías”, se transfieren de un espacio geográfico a otro, y afecta el destino de millones de habitantes, sin que estos tengan capacidad para modificar los grandes trazos de esos circuitos refinados, considerados como capital de inversión. Las políticas públicas de planeación son prácticamente de sobrevivencia, y muchas veces corren el riesgo de debilitarse aún más, debido a la corrupción que solo expresa la lógica dominante del vértigo del tiempo y dinero que permea toda la cultura y define el carácter del calendario familiar desde el amanecer al anochecer.

Ciertamente una vieja historia literaria, asumida ya como la normalidad a la que nadie escapa.

Ahí están los magnates de la riqueza y los grandes capos, disputando el escenario público como modelos de una sociedad pasmada por su incapacidad de imaginar otros horizontes, otras opciones prácticas para cambiar las cosas. Aquí es donde aparece la temporada electoral cada vez más pobre en su imaginación y más perversa en sus tácticas para motivar a las mayorías y mostrar que si es posible darle otro sentido a la realidad.

La política así, sólo puede modular un poco el desastre anunciado.

El Porfiriato, como periodo histórico de industrialización y expoliación lo vivió y se derrumbó. Hay un algo que proviene de aquellos sueños convertidos en pesadillas que retorna en estos tiempos y en particular en este año. No son las elecciones de las últimas décadas el referente más relevante; las que comenzamos a vivir son diferentes, están cargadas de explosivos sociales e históricos, que nos obligan a comprender la magnitud del desafío, donde ya están rasgadas las cortinas del escenario; es indispensable abrir pronto una ventana, para que circule el aire y no nos asfixiemos.

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