Fragmentos a partir de Fábrica de santos, de Tomás Casademunt. (Primera parte)
Por Marco Antonio Murillo
Ciudad de México, 10 de febrero (SinEmbargo).-
1.RETABLO
Artesanos, jadeantes soñadores, esta fábrica aún en blanco
exige una paciencia de agua que escucha.
Es la única moneda que requiere la maquinaria
para abrirse en retablo, en taller.
Practiquen el derecho de entrar o salir:
imaginen la nieve sobre una duna
o el enfriamiento de sus propios huesos en un oasis.
Su alma, entonces, tendrá la longitud de su fatiga,
su perdón la llaga de los descalzos.
Demorados en el polen de un salmo,
la primera noche apretará sus ojos
y no sabrán que en el bolsillo tienen las llaves del día.
2.GALERÍA DE MOLDES
Fábrica de santos es un taller en construcción. El libro se abre y una lenta maquinaria de opaca luz y doloroso yeso comienza a imaginar las formas que habitan un espacio donde se esculpen, raspan, tallan, pulen y pintan las formas de la santidad. Un fotógrafo entra con los ojos en las manos, se trata de Tomás Casademunt. Su cámara no tarda en observar las siguientes imágenes: la arcilla de santa Águeda aún en su lacrimosa hoguera, el pecho roto de San Sebastián, atravesado por un cincel, los quebrados miembros de San Arcadio rodando por la mesa de plástico, y la cabeza del bautista, recién terminada, bostezando rígida sobre el cromo de un viejo calendario: Dorismar: si hay más carne que luz, la luz del flash se demora en la abertura de su sexo: monte de goce. La luz juega un papel primordial en estas fotografías, recrea los claroscuros del taller, otorga al lector la suerte de ver esas texturas que moldean las cosas pequeñas de este mundo laborioso, doloroso: la seca serenidad del yeso, la pasión frágil de la porcelana, las negras horas en que sufren, oran, se desangran y se salvan los cuerpos.
3.MATERIALES
Tal vez sólo un santo pueda destilar la luz
que hay en una cuenta de oro.
4.MESA DE TRABAJO
El taller donde se ha adentrado Casademunt es una especie de limbo donde las figuras están inacabadas, rotas, esperando su pequeña porción de paraíso; un limbo, que, además, está formado de dos mundos: el sagrado y el profano. Esta condición, reflejada en varias fotografías, se vincula con la idea de que, en la vida diaria, lo mundano (un póster casi indistinguible, una cuerda, un envase de Cocacola, por ejemplo) convive con lo trascendental por medio de formas, atmósferas “claroscuradas” y técnicas laboriosas. Formas: un cuerpo herido en cruz, unas palmas como un cuenco de angustia, una cara por donde lo inmortal sangra y agoniza. Atmósferas: la luz no usada de la que hablaba Fray Luis de León y la luz terrenal que necesita de sombras para ser plenamente reconocida. Técnicas: el sufrimiento de los cuerpos, el dolor de romper una piedra hasta conseguir su forma humana, el dolor del martirio que lleva a la santidad. Los materiales de trabajo, el puente que empasta a estos dos mundos, el sagrado y el profano.
5.MATERIALES
También Dios tose,
por eso el alma de un santo arde.
6.ÁREA DE REPUJADO
Talleres: teatros para construir las formas del mundo. Se prepara el molde, se vacía la mezcla, se seca hasta quedar como sangre, se liman los sobrantes de un alma. El hombre crea a Dios a su imagen, fabrica religiones de yeso, mitos de arcilla, historias de porcelana. Los actores de estos terrosos teatros son los artesanos, orfebres de piedra. Los diálogos, los sonidos de hornos, el ruido de una porcelana al romperse, el golpeteo de pequeños martillos y cinceles y la voz polvosa que sale de una vieja radio. La trama se entrevé por el cuerpo de los santos; por ello, las fotografías de Tomás Casademunt, prueban que cada figura tiene una hagiografía por contarse, a través de sus posturas, facciones o punzantes heridas.
7.HUESOS DE SANTO
Escucha esta historia y cuéntala sin temor alguno, porque es cierta:
A la Misión de Corpus Christi (hoy ermita de San Antonio), un campesino llegó rendido de cansancio después de viajar tres días desde su pueblo. Recuperado, le contó a un monje que soñó con San Antonio y este le había dicho que se erigiera una tumba sobre sus reliquias. Como no había reliquias de santo, el monje ordenó ser enterrado vivo. “Si nunca voy a alcanzar los santos olores, que al menos mis restos lo hagan”. Y consiguió así, en el día negro del cuerpo, la santidad. Un epitafio grabado en bronce, todavía puede leerse en nuestros días: Debajo de esta piedra yacen los restos de san Antonio Abad, patrono de amputados y leprosos. Sus huesos son lumbre que nació y que arde muerta: en vida fue engañado por Dios y por el demonio.
Tú, que pasas y lees, abre su tumba y comprueba que su pelo y sus uñas descansan en paz.