Tomás Calvillo Unna
31/01/2018 - 12:00 am
La polilla electrónica
Tendremos que aprender desde cero a representarnos, romper las rutinas que enajenan la voluntad de cada uno y nos convierten en adictos consumidores de un mundo cuya intensidad es cada vez más programada por circuitos ajenos a nuestra realidad.
Estamos en medio de una transición más que incierta en todos los órdenes y en esta temporada de elecciones la política exhibe su incapacidad para comprender la magnitud de los desafíos.
Los discursos que escuchamos son una mezcla de comerciales maltrechos, de lugares comunes, de buenas intenciones que no van a ningún lado.
El ruido electoral pasará y los desafíos seguirán ahí, creciendo; si no asumimos conductas personales y colectivas distintas, ajenas a las propagandas electorales y cercanas a nuestras vidas cotidianas, a nuestras localidades y hábitats.
Tendremos que aprender desde cero a representarnos, romper las rutinas que enajenan la voluntad de cada uno y nos convierten en adictos consumidores de un mundo cuya intensidad es cada vez más programada por circuitos ajenos a nuestra realidad.
Formamos parte de una masa electrónica que disputa los satisfactores virtuales sin ton ni son. Estamos atrapados en una red magnética cada día más absorbente y lo intuimos, pero no tenemos idea de cómo separarnos y encontrar otras opciones.
Lo cierto es que en todo ello, algo tiene que ver la política, aunque esta pretenda ignorarlo. Esa relación es necesario estudiarla para comprender mejor la erosión veloz de las élites políticas.
La crisis de la representación está vinculada a ese proceso dominante cuyos centros de gravedad están literalmente en las nubes.
Nos estamos despegando de la tierra y el costo es ya muy elevado.
Hemos perdido nuestro lugar, el concepto de lo que ello significa. De ahí la moda incluso de los zombis y demás mitos que encarnan la ficción donde la realidad, como suele decirse, rebasa la imaginación.
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