#AsíLoViví | Laura Itzel y Emiliano son madre e hijo que por azares del destino testificaron el terror que se vivió en el Colegio Rébsamen, ícono de la tragedia de aquel 19 de septiembre y el lugar donde murieron sepultados 21 niños y cinco adultos.
«Una madre corría desesperada a buscar a su hijo al colegio donde –se supo horas después– fue la tumba de 21 niños y 5 adultos. La mujer fue atropellada por una motocicleta, pero así como cayó, se levantó y siguió su camino. No se detuvo a ver si algo le había pasado, estaba totalmente fuera de sí», recuerda Laura, maestra del CCH Sur, quien fue a recoger a su hijo a una escuela cercana al Rébsamen.
Emiliano de 15 años dice que nadie volverá a ser como antes de ese martes a las 13:14 horas, hace exactamente tres meses. El terremoto lo movió todo y él, afirma, aprendió que debe disfrutarse cada detalle de la vida.
Ciudad de México, 19 de diciembre (SinEmbargo).– Soy maestra y justo a las 11 de la mañana teníamos el simulacro en conmemoración del aniversario 32 del terremoto de 1985, aquel que devastó la capital mexicana y dejó al menos 10 mil muertos, recuerda Laura Itzel.
El CCH Sur es muy grande, de muchos cientos de alumnos, y ese día descubrí que no estamos realmente preparados para actuar en una emergencia; inclusive noté que las áreas de seguridad son muy pequeñas para albergar tantos estudiantes, dice.
«El pasado 19 de septiembre terminé mi clase cuando faltaban 15 minutos para que el reloj marcara la una de al tarde. Salí de trabajar y fui a recoger a mi hijo al Colegio Alejandro Guillot, vecino del Rébsamen. Llegué a la 1:10. Me dirigía a la caja de la escuela a hacer algunos pagos, cuando llegó el terremoto y después la alarma. Me quedé parada en medio de la calle, estaba muy asustada. Apenas era el comienzo de la pesadilla. Apareció una nube de polvo de frente a mí. Era el Colegio Rébsamen derrumbado», comenta con la tristeza reflejada en el rostro.
No tenía idea de lo que estaba por venir: habría gritos de desesperación y terror, afirma.
«Me quedé petrificada, salieron unos jóvenes del Colegio Nacional de Matemáticas (Conamat), yo gritaba por mis hijos. Entré en pánico, gritaba por mis hijos porque pensé que habría un efecto dominó y que también la escuela de Emiliano caería. Uno de los muchachos me abrazó para intentar darme paz. A la mitad de la calle esperamos a que el movimiento terminara. Pude darme cuenta de que la escuela de mi hijo no había sufrido daño alguno y entonces corrí junto con los muchachos a ver qué había pasado en el Rébsamen».
Algunas maestras pedían ayuda, rememora, nos decían que había niños atrapados.
«Supe que la fuerza no me alcanzaba para sacar piedras, así que fue de regreso al Guillot y grité suplicando auxilio. Muchos profesores y vecinos atendieron el llamado sin dudarlo. Después fui hacia una construcción, alrededor de 10 muchachos con palas y picos rápidamente se movilizaron. Una madre corría desesperada a buscar a su hijo al colegio donde –se supo horas después– fue la tumba de 21 niños y cinco adultos. La mujer fue atropellada por una motocicleta, pero así como cayó, se levantó y siguió su camino. No se detuvo a ver si algo le había pasado, estaba totalmente fuera de sí», describe.
Laura evoca que muchos niños que lograron sacar heridos, ensangrentados. Los pequeños se ahogaban entre llanto y gritos desesperados, narra. «Preguntaban por sus compañeritos: ‘se quedó fulanito, ¿dónde está sutanito?'». De fondo, dice, se escuchaba el incesante sonido de helicópteros, ambulancias y patrullas.
«Creo que la noticia de lo que aquí ocurría corrió demasiado rápido. Quienes estábamos aquí no sabíamos el alcance de la desgracia. No tenía idea de que tantos niños habían muerto. Los padres y estudiantes del Guillot comenzamos a desalojar para que entraran las unidades de emergencia. Había niños muy afectados esperando a sus papás. Regresé por Emiliano. Él permanecía muy tranquilo e intentaba calmarme. Tuve que decirle que el Rébsamen había caído porque el coche estaba en un punto en el que era forzoso pasar por allí, por eso lo previne».
LOS RECUERDOS DE EMILIANO
Emiliano, estudiante de tercer grado de Secundaria, recuerda que fue un «día bastante raro» porque curiosamente, fue en el aniversario 32 del sismo de 1985. El Colegio Alejandro Guillot, en donde cursa el último año de Secundaria, se encuentra sobre Calzada de las Brujas, muy cerca del Rébsamen, en la calle Rancho Tamboreo, en la Delegación Tlalpan.
Hasta la fecha, Mónica García, la directora del plantel educativo donde fallecieron 26 personas, es buscada por la Organización Internacional de Policía Criminal (Interpol) por su presunta responsabilidad, ya que sobre el inmueble pesaba la construcción de una vivienda que incluso contaba con acabados de mármol.
«Cuando vi a mi mamá le dije que todo estaba bien, le pedí que se calmara y respondió que la escuela de al lado se había derrumbado. No me la creía. Cuando íbamos en el coche a buscar a mi hermana, vimos cómo sacaban niños ensangrentados en los brazos de sus mamás. Era un caos total. Estaba impactado, en shock. Me cayó el veinte cuando vi un estacionamiento destruido, todo el camino vi mucho polvo, gritos, gente tirada, corriendo, llorando. Me recordó a la película de ‘Terremoto'».
Nadie se tomaba en serio los simulacros, yo estaba haciendo bromas a las 11 de la mañana y dos horas después todo cambió, narra en entrevista con SinEmbargo.
Estaba en clase de matemáticas, no sonó la alarma antes, el temblor entró de lleno. Lo primero que pensé fue que había niños corriendo y que por eso había vibración. Pero después todo se movió, una compañera gritó que estaba temblando, salió corriendo y todos la seguimos, recuerda.
«Toda la escuela bajaba. Yo no pude hacerlo porque mi tutora me detuvo y dijo que ya era más seguro mantenernos donde estábamos: ‘está muy fuerte, te quedas arriba conmigo porque se te pueden caer las escaleras encima’, me dijo. Se sintió muy feo, pensé que la escuela iba a caer sobre mí. El movimiento fue eterno».
Recuerda que se escuchó un golpe muy fuerte. Nunca me imaginé que la escuela vecina se hubiera caído. Cuando bajé, vi una nube de polvo gigante: era el Rébsamen.
«Me quedo con la escena de todas mis compañeras llorando. Es algo muy difícil de procesar, algo muy difícil de explicar, algo que te deja marcado para siempre. Nunca nadie va a volver a ser el mismo después de la tragedia. Me humanizó y me dejó marcada una lección de vida: que hay que aprovechar cada momento porque no sabemos lo que pueda pasar. Cada momento es un regalo. Yo disfruto mucho el presente desde ese entonces», afirma.
Estuve 21 días inactivo, dice, y cuando volví a la escuela me sorprendió ver a tantos compañeros nuevos que eran del Rébsamen. Les hicieron una ceremonia especial de bienvenida a su nueva familia: el Colegio Guillot.
«Fue muy emotivo. Algunos de ellos prácticamente renacieron y empezamos un nuevo ciclo todos juntos. Hay compañeros que nos cuentan que quedaron atrapados: ellos volvieron a nacer. Ver de nuevo la luz del sol después de eso debe ser la mejor experiencia. Son ahora literalmente parte de la comunidad Guillot. Todos estamos saliendo adelante juntos», dice.