Gustavo De la Rosa
28/11/2017 - 12:02 am
¡Proletarios del TLC uníos!
Por eso, el Papa Francisco calificó los empleos de maquila como “moderna esclavitud”.
Es sorprendente, los voceros de Trump defienden más a los trabajadores mexicanos que el equipo de Peña Nieto.
No se necesitan más de dos dedos de frente para comprender que el desarrollo económico de un país en el mercado libre depende de la capacidad de compra de sus habitantes; y para lograr eso en México, ya que la mayoría son asalariados o dependen de un asalariado, deben mejorar los salarios.
Sin embargo, los empleadores nacionales más bien parecen esclavistas de Costa de Marfil ofreciendo su producto humano a los dueños de las plantaciones norteamericanas:
“Los de Juárez son bien productivos y sólo tienes que pagar la renta del local donde te instalas… con ellos basta medio desayuno, una comida y noventa centavos la hora para asegurar su reproducción”.
Por eso, el Papa Francisco calificó los empleos de maquila como “moderna esclavitud”.
Ahora que se negocia el Tratado de Libre Comercio, sorprende la lógica de los dueños del imperio: Son perversos pero no tontos. Saben que, para que el comercio sea fructífero, es indispensable que alguien venda y alguien compre, y si los compradores no tienen dinero el vendedor se quedará con la mercancía.
Hay datos de que el trabajador juarense gana su salario en sus primeros 30 minutos de labores; las ocho horas restantes son para la empresa, que de esa manera logra cubrir sus gastos fijos y echarse a la bolsa una excelente ganancia de las autopartes y electrodomésticos que se producen. Así igual los dueños de las plantaciones se quedaban con el dinero de la venta del algodón cultivado por los esclavos.
Actualmente, una tragedia fatal que costó la vida de trabajadores mexicanos que luchaban por mejores condiciones contra una empresa minera canadiense, ha hecho visible lo que los empleadores han mantenido oculto: México está dispuesto a cerrar el tratado si lo obligan a cancelar el modelo de producción basado en la semiesclavitud.
No podemos aceptar un trato con un país, Canadá, que busca pagar a los obreros mexicanos el 10 por ciento del sueldo que daría a sus propios trabajadores por producir las mismas mercancías.
Incluso los trabajadores sindicalizados norteamericanos han insistido que el tema de la miseria de los trabajadores mexicanos imposibilita un verdadero Tratado de Libre Comercio. Sólo falta la voz de los obreros mexicanos.
Sin embargo, mientras Romero Deschamps comparte el pan y la sal con Fernández de Ceballos, economistas en el país advierten con voz engolada que los salarios mínimos no pueden elevarse repentinamente; pero la disputa con los obreros mexicanos no es por los salarios mínimos sino por los salarios en el sector industrial. Estos no están indexados a otros factores económicos.
Si los mínimos industriales en Estados Unidos y Canadá son de 15 a 20 dólares la hora, bien se pueden pagar en México unos 8 a 10 dólares por hora trabajada, pero para lograr esto los obreros mexicanos, canadienses y americanos deben liberarse de sus políticos y adecuar aquella gran consigna en: ¡Proletarios del TLC uníos!
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