Jorge Zepeda Patterson
26/11/2017 - 12:05 am
¿De qué se ríe Peña Nieto?
Salvo que el Presidente tenga un recurso escondido para fabricar votos a favor de su delfín, debería vivir este momento con la angustia de saber que se trata de la decisión más importante que tomará en su vida
Ahora resulta que es Aurelio Nuño. O por lo menos eso es lo que andan diciendo columnistas políticos que intentan adivinar los humores de Peña Nieto a partir de gestos, miradas y palabras sueltas que son interpretadas en todas las declinaciones imaginables. Lo cierto es que el Presidente parece estarlo gozando. No lo habíamos visto tan contento en años. Esto de deshojar la margarita mientras mantiene en vilo a todos los priistas y a buena parte de periodistas del país, debe darle a Peña una sensación de poder que no había tenido desde que anunció el Pacto por México a principios de su sexenio.
Tiene razón el mandatario en gozar sus últimos minutos de celebridad. En cuanto elija candidato a la Presidencia dejará de ser el hombre más importante del PRI. En ese sentido la cargada es cruel e ingrata. Viva el nuevo rey cuando aun no ha muerto el rey.
Aunque bien mirado, Peña Nieto tendría en el fondo pocas razones para sonreír. Las probabilidades de que su candidato, cualquiera que sea, gane las próximas elecciones no son las mejores. Y perder a manos de la oposición podría arrostrar una consecuencia inédita para los presidentes en este país: enfrentar el riesgo de cárcel al terminar el sexenio. Ese ha sido el desenlace de la mayor parte de las gobernadores que han entregado el poder a la oposición en los últimos años: Chihuahua, Quintana Roo, Veracruz o Sonora. Y es que César Duarte, Javier Duarte, Roberto Borge y Guillermo Padrés (los tres primeros del PRI, el último del PAN) han pasado más tiempo tras los barrotes de una celda o a salto de mata judicial que disfrutando el botín acumulado.
Salvo que el Presidente tenga un recurso escondido para fabricar votos a favor de su delfín (lo cual no me extrañaría del todo), debería vivir este momento con la angustia de saber que se trata de la decisión más importante que va a tomar en su vida. En caso de equivocarse él podría ser la principal víctima. No son pétalos de flor arrancados a ritmo de villancicos sino cabellos de la cabeza lo que debería estar jalando con desesperación en estos momentos.
Para desgracia de Peña Nieto sus opciones para ser representado en el campo de batalla son muy pobres. López Obrador como Aquiles, se pasea por afuera de las murallas de Troya, desafiando al rey sitiado mientras los de adentro se hacen ascuas sobre el campeón que pueda responder con éxito al desafío. Osorio Chong, José Antonio Meade, Aurelio Nuño y José Narro no parecen figuras con tamaños para vencer la amenaza que representa el tabasqueño. El primero, Osorio, es el más conocido pero arrastra en su contra el hecho de que el tema de la inseguridad pública, área de su responsabilidad, terminará siendo la vergüenza del sexenio. Por no hablar de los escándalos recientes de las empresas constructoras ligadas a su círculo, que se enriquecieron durante su gestión como Gobernador de Hidalgo. Los otros tres son perfectos desconocidos ante la opinión pública, comparados con López Obrador.
Hasta hace una semana se daba por descontado que Los Pinos ya se había inclinado por Meade, secretario de Hacienda, el menos priista de sus candidatos. Parecía la menos mala de las decisiones considerando que la iniciativa privada y el voto conservador favorecen esta designación. Pero, de nuevo, la torpeza política de Luis Videgaray (sí, el mismo de la invitación a Trump) quien prácticamente destapó a Meade hace unos días, enfureció al Presidente. Y con razón. A Peña no le hizo ninguna gracia que en sus últimos minutos de gloria alguien le quitara el privilegio de ser el instrumento de la anunciación del nuevo mesías. No le quedó más remedio que desautorizar a su alfil y asesor y en pocas palabras acusar de despistado a Videgaray sin mencionarlo: “el PRI no habrá de elegir a su candidato a partir de elogios y aplausos”, aseguró. En otras palabras “el PRI elegirá al que yo diga”.
Sus declaraciones lanzaron a los exégetas y a los profetas a todo tipo de especulaciones. Y los oráculos políticos decidieron que si no era Meade el elegido tendría que ser lo que más se le pareciera: esto es, Aurelio Nuño. Lo cual es cierto, salvo por un detalle; Nuño, que proyecta una imagen de soberbia e inexperiencia, no parecería ser capaz de ganar una concurso de popularidad entre los vecinos de la cuadra, mucho menos entre los millones de electores mexicanos.
Lo dicho, Peña Nieto tendría que estarse mesando los cabellos con desesperación. A menos, claro, que crea que es él quien tiene guardada la sorpresa de un as bajo la manga el día de la elección o para ser congruentes con nuestra metáfora, el caballo de Troya metido de contrabando y que le permitirá ganar en lo oscurito. ¿Será eso lo que hace reír al Presidente?
@jorgezepedap
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